28 de noviembre de 2002
Aún cuando fuera por un trono
Desde ajodar
Jose Almeida www.vigaroe.com
Rebelión
Los agnósticos piensan, creen firmemente, que no sabemos nada, ni nada
nos induce a pensar que lleguemos algún día a saber algo. Esta
teoría, como tantas otras, sólo vienen a engrosar la larga lista
de pensamientos que yo denomino "pensamiento inútil": aquel que no solo
no aporta nada a lo que ya sabíamos sino que viene a confundir aún
más si cabe la cuestión elemental verdaderamente importante y
que me atrevo a decir suscribirán muchos -si no la mayoría- de
los que tengan la oportunidad de compartir a través de la lectura el
planteamiento del cual parto para establecer una teoría de lo que de
verdad nos debiera preocupar por sobre otras cosas -eso sí, sin perjuicio
de atender otros posicionamientos u otras teorías acerca de la mejor
manera de conducirse por este agónico y cochambroso mundo de mis amores
y mis dolores, que nos hemos ido dejando construir-, ante la apatía y
el desinterés general de la mayoría de todos nosotros, que asistimos
impasibles al impresentable baile de despropósitos y desvergüenzas
que organizan los grandes y pequeños mandatarios y las `fuerzas ocultas´
- pero bien a la vista- de las mafias financieras, armamentistas, narcóticas
y eclesiales, para más señas.
No amigos, el enemigo no es "el otro", está aquí, entre nosotros,
campea a sus anchas y a sus anchas hace y deshace masacres, violaciones, crímenes
innombrables, indecibles atropellos y tropelías.
Por todo lo dicho anteriormente, cada día que pasa me reafirmo aún
más en la creencia de que el verdadero sentido de la existencia -y que
ilumina por lo demás todos los recónditos ámbitos de mi
ser más oculto y secreto- está en tener dos - tres a lo sumo-
cosas claras para dejarse -y dejar- vivir en este truculento mundo de fin de
milenio que ya se fue. Lo demás -sin caer en el tremendismo- es juego,
divertimento, pasatiempo, esto a lo mejor; a lo peor nos instalamos en la ceguera
permanente, en la permanente ignorancia.
A lo que me quiero referir cuando digo tener dos o tres cosas claras es ni más
ni menos que a "amar y respetar la libertad, luchar por la justicia y la igualdad,
y aún cuando fuera por un trono, nunca traiciones la verdad". Esta sentencia
o pensamiento declaratorio de intenciones la siento como la ideal -sin perjuicio
de otras- para andarse por el mundo de estos encantadores y terribles peñascos
del Atlántico africano. Y no es fácil.
Sí, ya sé que todo lo realmente importante, lo que de verdad interesa
a las personas lo han convertido en insufrible, en impracticable, pero ahí
está el reto, en convertir la sencillez de la sentencia anunciada en
práctica diaria. Todo lo demás nos aleja vertiginosamente de nuestro
centro, de nuestra naturaleza ideal, de lo que verdaderamente nos interesa y
conviene como colectivo de personas que vivimos, que tenemos que vivir en comunidad.
Sí, ya sé que es una realidad que son muchas, demasiadas, las
fuerzas que están actuando como obstáculo, bloqueo, desestabilizador,
para que las personas recapaciten, reflexionen, se planteen y replanteen el
verdadero sentido que debería encauzar sus vidas para vivir de la forma
más ideal, es decir, evitando las desgracias innecesarias, superando
las servidumbres inútiles, amando y respetando la libertad, luchando
por la justicia y la igualdad, combatiendo, como dice mi admirado Víctor
Ramírez, por un mundo menos injusto, no traicionando la verdad, viviendo
comunitariamente, donde nadie tenga más que nadie, donde ninguno sea
más que ninguno.
El ambiente, la atmósfera que se respira no sólo a un nivel local
sino fundamentalmente global no invitan, ni ayudan a crear ese estado necesario
para el urgente y necesario cambio de actitud vital ante nuestra vida -que nos
huye, que inevitablemente se nos escapa-, ante nuestra comunidad.
Estamos inmersos en una ciega espiral de miedos, incertidumbres, ignorancias
bien dosificadas, apatías generalizadas, que no sólo no están
aportando nada sino que, por el contrario, están sumiendo cada vez más
a una posible instintiva reacción humana ante este penumbroso y tenebroso
panorama en un pozo interminablemente oscuro y de muy difícil alumbramiento.
¿Quiere esto decir que estamos abocados indefectiblemente al fracaso? ¿Quiere
significar que no hay solución posible ante tanto desastre mundial y
local? ¿Quiere anunciarse que no hay salida digna a esta lenta y truculenta
agonía?. Me duele manifestarme en este sentido pero mi personal apreciación
no es precisamente de optimismo. La realidad está ahí y no es
un invento mío. Si la actitud vital del ser humano no cambia, no varía,
estamos abocados indefectiblemente al fracaso al que desde tiempos inmemoriales
no hemos sabido dar respuesta firme y adecuada, válida. No la esperanza,
sólo la querencia de dignidad me mantiene.