De lo ínfimo a lo paupérrimo
Juan Carlos Galindo
Agencia de Información Solidaria (AIS)
Un 43% de la población de América Latina es pobre y un 18% vive en la indigencia. En total, más de 214 millones de pobres en todo el continente en 2001, es decir, siete millones más que en el año anterior. Estos son algunos de los datos que revela el informe "Panorama Social de América Latina", presentado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Si se cumplen sus previsiones al terminar 2002 la pobreza afectará a 15 millones de personas más que en 2000. Las cifras de producción no son mejores: el producto interior bruto por habitante ha descendido un 2% desde 1997, y el producto interior bruto total sólo creció un 0,4% en 2001.
El análisis por países no ofrece mejores resultados. Paradigma de todos ellos, Argentina se encuentra al borde de la nada: la pobreza en Buenos Aires afecta a la mitad de la población, mientras el paro alcanzó el 21, 5 % en las zonas urbanas en mayo de este año. Y sigue el descenso imparable: el PIB por habitante se ha reducido en los dos últimos años un 6,5% respecto a la media de la década de los noventa. No es el único caso. En Paraguay y Bolivia el 60% de la población es pobre y en Perú el gobierno de Alejandro Toledo no ha reducido los índices de pobreza. En Colombia, secuestrada por la violencia, existen dos millones de desplazados y casi un 30% de la población es indigente. Incluso la próspera "Suiza de América Latina", Costa Rica, ve cómo desciende su producción y aumentan los índices de pobreza.
Todos estos países parecen estar estancados en el subdesarrollo perpetuo. Un ejemplo: Bolivia, uno de los países más pobres del continente, vio cómo su PIB por habitante en la década de los noventa solo crecía un 1,6%, cifra absolutamente insuficiente para acercarse a una situación de desarrollo. Peor aún: durante estos dos últimos años ha perdido dos puntos porcentuales respecto a la década anterior. Un caso más: durante la década de los noventa, el PIB por persona de Paraguay descendió un 0,6%; sólo en estos dos últimos años ha disminuido un 1,6%. De mal en peor. De insuficiente e ínfimo a paupérrimo.
En algunos países ha disminuido el desempleo, pero no es menos cierto que esa disminución coincide con ciertas Estados (México y Panamá por ejemplo) que se han convertido en zonas francas para las grandes maquiladoras, donde la explotación y ausencia de derechos básicos predominan como condiciones habituales de empleo. Y ni siquiera el desempleo ha disminuido en el conjunto del continente. A pesar de la desregulación del mercado laboral impuesta por los centros financieros mundiales, el número de parados en América Latina ha aumentado 1,3% respecto a la década anterior.
En esta situación algunas consecuencias son inevitables: el 37% de jóvenes latinoamericanos entre los 15 y los 19 años abandonan la escuela antes de completar el ciclo secundario. En el caso de las zonas rurales el porcentaje asciende hasta el 71%. Y en siete países (Bolivia, Brasil, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana y Venezuela) más del 40% de estudiantes abandona la escuela antes de terminar el ciclo primario. Y todo ello a pesar del aumento de la cobertura de la educación básica hasta el 90% de la población y el incremento de la matrícula en educación secundaria que alcanza el 70%. De nada sirve. La miseria empuja a jóvenes y niños a buscar trabajo. Entonces el círculo se cierra de manera definitiva: la ausencia de formación les impide conseguir un trabajo cualificado y perpetúa su pobreza.
Lejos quedan aquellos ingenuos objetivos trazados en la Cumbre del Milenio celebrada en 2000 por Naciones Unidas: reducción a la mitad del número de personas pobres en el mundo y acceso a la educación para todos los niños. En el caso de América Latina su PIB por habitante tendría que crecer por encima del 2,5% ciento durante los próximos quince años. Irreal, imposible en las actuales circunstancias: durante el último año ha sufrido un retroceso del 1,1%.
América Latina, un continente rico convertido en paradigma de la división internacional del trabajo descrita por Eduardo Galeano: aquélla en la que unos pocos se especializan en ganar y el resto en perder.