17 de noviembre del 2002
Un beso de despedida a la ONU
Paul Harris
YellowTimes.org
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
La ONU terminó por morir. Todos sabíamos que había
sido enfermiza desde su nacimiento, pero siempre se exageró su inminente
deceso. Durante casi seis décadas, luchó con esfuerzos esporádicos
y resultados muy diversos contra las injusticias del mundo, contra las desigualdades,
y la brutalidad militar que caracterizaron su vida. Al final, terminó
por renunciar a la lucha y se suicidó.
La semana pasada, se realizó, por insistencia de Estados Unidos, una
votación sobre las sanciones contra Irak y la intervención militar
en ese país. A pesar de la abrumadora evidencia de que los demás
miembros de la ONU saben que la posición de EE.UU. no más que
una estratagema para obtener el petróleo iraquí, los miembros
cedieron unánimemente por temor a Estados Unidos. La ONU, con esa votación,
acaba de declarar oficialmente que ya no posee valor alguno.
Como en todos los decesos, habrá apesadumbrados parientes y miembros
de la familia, pero esta vez habrá un deudo que celebrará alegremente
en su funeral: Estados Unidos. Tal vez sea irónico que con todos los
aspavientos y retóricas que condujeron al voto, el Presidente de EE.UU.,
Bush, y su catamita, Tony Blair de Gran Bretaña, repetidamente arengaron
a la ONU para que apoyara la posición de EE.UU. o que en caso contrario
demostraría que era irrelevante. En realidad, desde luego, hubiera probado
lo contrario, pero la ONU se tragó el cebo y se rindió a los estadounidenses.
El resultado: logró la irrelevancia con la que la amenazó Bush
en caso de que defendiera sus principios y rechazara las exigencias de docilidad
y complicidad de EE.UU.
Desde el primer día, la ONU no ha sido capaz de imponerse cuya existencia
se justifique. Por cierto, cuando se realizaron las discusiones iniciales para
su fundación, como se señala en el Preámbulo a la Carta
de las Naciones Unidas, se propugnó una visión de una organización
que comprometía a las naciones miembro a: practicar la tolerancia y vivir
en conjunto en paz las unas con las otras, como buenos vecinos; a unir [sus]
fuerzas para mantener la paz y la seguridad internacionales; a asegurar, aceptando
principios y la institución de métodos, que la fuerza armada no
sería utilizada, salvo en función del interés común;
y a emplear la maquinaria internacional para la promoción del adelanto
económico y social de todos los pueblos. ¿Pero dónde quedó
la evidencia de que haya llegado aunque fuera cerca de lograr alguno de esos
elevados ideales? ¿Dónde quedó la evidencia de que alguno de los
estados miembro haya jamás deseado realmente que se alcanzaran esos objetivos?
Aunque no nació muerta, la ONU tuvo una juventud atormentada y no logró
llegar dignamente a la madurez. Su nombre apareció por primera vez cuando
Franklin Roosevelt lo utilizó para describir a los países que
combatían contra el Eje en 1941 (los que, a propósito, en aquel
entonces no incluían a Estados Unidos). En 1942, unas 26 naciones firmaron
una "Declaración de las Naciones Unidas" comprometiéndose a continuar
conjuntamente en su esfuerzo bélico y que ninguno de esos países
concluiría una paz por separado. Después de unos pocos años
más de guerra y de planificación para el período subsiguiente,
esos mismos países llegaron finalmente a un acuerdo sobre la carta de
fundación de las Naciones Unidas. Nació oficialmente el 24 de
octubre de 1945. Desde entonces ha estado conectada a una máquina de
mantenimiento de la vida.
La ONU es una organización muy complicada y no se ha desarrollado como
se había previsto originalmente. Primero estuvo formada sobre todo por
los Aliados de la II Guerra Mundial y fue concebida como una organización
de naciones 'amantes de la paz' que se combinaban para impedir una agresión
futura y para otros propósitos humanitarios. Se quería que tuviera
una fuerza militar regular, que sería utilizada para mantener la paz
dentro de naciones canallas o para intervenir en casos de agresión militar
entre las naciones. Naturalmente, se suponía que los miembros de las
Naciones Unidas no serían los malos, así que se suponía
que era un club exclusivo que mantendría en orden el resto del mundo.
Fuera de unas pocas ocasiones en las que la ONU participó militarmente
bajo su propia bandera (por ejemplo, el Congo, Nicosia, Corea), las naciones
miembro han estado generalmente haciendo lo que consideran apropiado, las unas
a las otras y a cualesquiera naciones que estuvieran fuera de su redil.
Ahora, virtualmente todos los países, con unas pocas excepciones, son
miembros de las Naciones Unidas. Por lo menos son miembros de la Asamblea General
de la ONU. Ésta es un organismo extremadamente impotente que tiene el
objetivo de hacer que esos países se sientan como si estuvieran contribuyendo
algo y como si realmente tuvieran alguna influencia en los asuntos que los afectan
a ellos y a sus aliados. En realidad, es simplemente un ejercicio bombástico
y una razón para que tengan que pagar sus cuotas de miembro. La Asamblea
General expresa frecuentemente su opinión sobre las situaciones mundiales
aprobando resoluciones, que se supone expresen el desacuerdo de la organización
con las actividades de algún estado, pero la mayor parte son ignoradas.
Lo más notable es una multitud de resoluciones que mencionan o condenan
a Israel, que jamás han inmutado a ese país, y ni hablar de que
lo hayan llevado a modificar sus actividades o políticas.
Para ser justos, vale la pena señalar que la Asamblea General es también
la cuna de una serie de comités creados para tratar temas humanitarios.
Son considerados generalmente como la única aplicación útil
de toda la buena voluntad internacional de la que gozan legítimamente
las Naciones Unidas.
El único poder real dentro de la ONU reside en el Consejo de Seguridad.
Es un órgano compuesto de cinco miembros permanentes (Estados Unidos,
Gran Bretaña, Francia, China, y Rusia) y otros diez países cuyos
miembros son elegidos por la Asamblea General sobre una base rotativa. En todo
sentido práctico, los cinco miembros permanentes son los que imponen
sus deseos. En otras palabras, nunca se tuvo la intención, según
la Carta, de que la ONU fuera un organismo para todo el mundo; se quería
que fuera un organismo para que los cinco grandotes institucionalizaran su protectorado
sobre el resto del mundo. Ese objetivo, lo cumplió plenamente.
Por desgracia, el nacimiento de la ONU coincidió con el de la Guerra
Fría y por la tensión que causó a los miembros del Consejo
de Seguridad, ha habido pocas veces alguna cooperación efectiva entre
esos miembros. Durante cuarenta y seis años, Estados Unidos dirigió
un bloque de países en oposición a otro bloque más pequeño
que se alineaba con la antigua Unión Soviética; al llegar el fin
de la Guerra Fría, esas alianzas efectivamente terminaron. Estados Unidos
y Rusia comenzaron por fin a cooperar, pero sólo en un esfuerzo por mantener
su poder y autoridad dentro del Consejo de Seguridad. Sin embargo, esto casi
siembre condujo a una inacción atrofiante.
Durante estos años, numerosos países no cumplieron con sus compromisos
financieros con la ONU. Actualmente, el más notable es Estados Unidos
que negoció un compromiso más reducido para sí mismo, pero
se negó de todas maneras a pagar, a instancias del pueblo estadounidense
(o, mejor dicho, su Congreso, que es considerado universalmente como algo bien
diferente del pueblo estadounidense). Esto debilitó en gran medida a
ese niño ya de por sí enfermizo y ha imposibilitado que la ONU
haga muchas cosas útiles.
Por lo tanto, la ONU se le ha hecho la vida difícil durante años.
Su propia estructura ha generado estreñimiento y ha faltado la voluntad
suficiente entre sus miembros para hacerle una buena lavativa. Desde el comienzo,
la ONU ha tenido poca autoridad real en lo legal o moral. Las naciones poderosas
simplemente hacen lo que les da la gana sin importarles la condena de la ONU,
mientras que las naciones débiles saben que deben portarse bien o confrontar
severas consecuencias.
Pero, a pesar de todo, los idealistas hubieran esperado que los miembros de
la ONU trabajarían conjuntamente para forjar un mundo mejor. Los idealistas
hubieran esperado algo como la justicia universal, el derecho universal, una
desaparición gradual de las fronteras políticas entre los países,
y el establecimiento de un orden mundial único en el que el objetivo
fuera el beneficio de todos. Los idealistas hubieran esperado que se eliminara
el hambre (perfectamente factible), que se eliminara la mayor parte de las enfermedades
(perfectamente factible), que se eliminaran siglos de guerra (enteramente dentro
de lo posible). Pero los idealistas son ingenuos; deberían saber que
toda la evidencia existente muestra claramente que en realidad la humanidad
no se ha desarrollado suficientemente como para trabajar en un grupo por el
bien de todos. Todavía operamos exclusivamente en función del
interés propio y de la codicia; todavía permitimos que nuestros
dirigentes cargados de testosterona sacrifiquen las vidas y el bienestar de
todos los demás a su gusto; gente en todo el mundo se sigue negando a
deponer las armas, a arremangarse y a tratar de convertirlo en un sitio mejor
para todos.
Así que tal vez sea una muerte que debería haber ocurrido hace
tiempo. Tal vez sea hora de reconocer que realmente somos uno de los peores
errores de la Creación y de que dejemos de pretender que somos civilizados.
Seguramente ustedes conocen la vieja expresión: se saca al hombre de
Neandertal de su cueva, pero no se saca la cueva del hombre de Neandertal.
Ya no queda ninguna voluntad en el mundo para oponerse al poder de los que están
tratando de convertirlo en su ostra. ¿Así que para qué preocuparse
de una organización cuyo objetivo se suponía que fuera que el
mundo se convirtiera en un sitio mejor, pero que fracasó en casi todo
lo que hacía? Lo que presenciamos actualmente es algo como si cientos
de ovejas escaparan por miedo de un solo perro furioso que quiere forzarlas
en una dirección determinada. Son muchas más, pero lo hacen. Están
paralizadas por el miedo, porque saben que el perro podría lanzarse sobre
cualquiera, en todo momento, e hincarles los colmillos en la garganta.
Así que adiós, ONU. Ahora que te fuiste, podemos volver a la tarea
de jodernos mutuamente.
Canadá, 11 de noviembre de 2002
[Paul Harris trabaja por cuenta propia como asesor que ofrece a las empresas
canadienses los medios y la pericia para reintegrar exitosamente a sus empleados
enfermos o heridos al sitio de trabajo. Ha viajado ampliamente en lo que nosotros
los arrogantes norteamericanos llamamos el "Tercer Mundo," y cree que la vida
es como una alcantarilla: lo que sacas depende de lo que metes. Paul vive en
Canadá.]
El correo de Paul Harris es: pharris@YellowTimes.org