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Día 13:
Democracia e Historia
JOAQUIN RIVERY TUR
Desde sus preliminares, la noche del 12 de abril ya se escucharon en todas las
latitudes los estampidos de pueblo que comenzaron a sonar por Venezuela en respuesta
al golpe de Estado contrarrevolucionario.
La CNN estaba trasmitiendo imágenes de la toma de posesión del
dictador por menos de 48 horas y de sus decretos, en Washington se pronunciaban
palabras de regocijo disimulado ("Chávez tuvo la culpa"), cuando lo que
de inicio fue un grupo frente al fuerte Tiuna comenzó a tornarse en multitud,
a crecer en gritos de demanda, y las fotos del Presidente derrocado se lanzaron
hacia el mundo ante las cámaras de televisión.
En algún lugar de los suburbios de Caracas, la Policía Metropolitana
cumplía las órdenes del alcalde mayor Alfredo Peña, disparando
bombas lacrimógenas y balas sobre otra multitud que sonaba un fuerte
cacerolazo, unida por el mismo hilo de reclamo de democracia con aquellos que
cercaban el Tiuna.
El golpe reaccionario era una opereta y su libreto tenía como base la
mentira. "Chávez renunció", repetían para un efecto muy
momentáneo de paralización e incredulidad. Duró poco. La
verdad se abrió paso mediante las declaraciones valerosas de testigos
que afirmaban la rotunda negativa del Presidente a rubricar el papel con un
texto apócrifo, ratificadas por el fiscal general Isaías Rodríguez.
Los del golpe, el dictador de horas Pedro Carmona y sus ministros, ni siquiera
tuvieron tiempo de posesionarse en sus despachos gubernamentales, cuando ya
la enorme masa que los cálculos más conservadores señalan
de 300 000 personas cercaba el palacio presidencial de Miraflores y el ex gobernante
Carlos Andrés Pérez tenía que cancelar el pasaje del avión
que pensaba tomar con el fin de "ayudar" al fugaz mandante. Se quedó
con las ganas.
Las bandas con que contó Pedro Carmona dejaron en las calles de Caracas,
durante las primeras horas del día 13, un reguero de violaciones de las
leyes, de los derechos humanos que tanto proclaman desde la Casa Blanca. Ministros
de Chávez maltratados, generales leales perseguidos, expedientes sobre
corrupción desaparecidos.
El embajador norteamericano, lleno de júbilo, decía exultante:
"El 11 de abril fue un día extraordinario en la historia de Venezuela".
Estaba contento, pero el 13 era número de agonía para ellos, de
muerte para sus intentos.
La multitud creció con su demanda de retorno de Chávez y las unidades
militares de la Fuerza Armada Nacional rechazaron una tras otra la maniobra
traicionera. Primero, Carmona revocó su orden de disolución de
los poderes legítimos; luego, se esfumó. Finalmente, fue arrestado
por la Guardia Presidencial.
La ola inmensa de pueblo que se tragó de una hombrada la breve dictadura
fue espontánea y telepática. Nadie sabía lo que sucedía,
pero estaba consciente de lo que hacía. Las grandes cadenas de televisión
que el 11 incitaron a la sublevación y trasmitían únicamente
escenas de lo que hacía la oposición, el sábado 13 silenciaron
todo lo que estaba ocurriendo. No dieron ni una sola noticia en todo el día.
Cuando Venezolana de Televisión (canal estatal) fue cerrado por los golpistas,
la Sociedad Interamericana de Prensa no protestó. Cuando los canales
privados dejaron de informar, tampoco. Pero la gente intuía la verdad,
la conocía telepáticamente en emisiones que cada cual recibía
desde su fuero interno. La verdadera democracia les corría por las venas
abundante y fuerte y sus chorros se regaron como lluvia torrencial.
Y así se tejió la alegría. Los golpistas fueron aislados,
el pueblo tomó el Palacio, la Asamblea Nacional se reinstauró
y, al final, con el mismo humor de siempre, Hugo Rafael Chávez Frías,
presidente constitucional, retomó el cargo del que lo habían sacado
48 horas antes.
La democracia, la verdadera democracia, la que surge de la propia etimología
de la palabra y de la masa pobre, había retomado posesión del
espacio político venezolano, las instituciones emanadas de la Constitución
Bolivariana volvían a funcionar.
América miró asombrada. Un día antes, el Grupo de Río
emitía un comunicado tímido cuando debió ser un grito de
condena y de dolor. El mismo 13, ya después de derrotado el golpe, la
OEA invocaba la famosa "Carta democrática" que nadie recordó el
11 ni el 12.
No abundaron gobiernos del continente que demandaran la inmediata restauración
de los poderes constituidos legalmente. La mayoría "lamentaba" lo ocurrido
y rogaba que pasara pronto. Cuba, la excepción, decía desde el
primer momento lo que verdaderamente ocurría —golpe de Estado contrarrevolucionario—
y reportaba la verdad públicamente. De no haber mediado la vigorosa reacción
del pueblo y la Fuerza Armada venezolanos, quizás hubiesen aceptado algunos
al nuevo dictador pelele.
Los venezolanos dieron inicio a una nueva etapa en la historia de América
Latina, aquella en que el pueblo defiende lo suyo y frustra los golpes de Estado.
La lección puede servir a otros.
Es una nueva democracia, que el pueblo impone y defiende.