Champán en Caracas y Washington. La receta no falla. Funcionó con Salvador Allende en 1973, con los Sandinistas en 1989 y en el 2002 con Hugo Chávez. Tres años para destruir a la Unidad Popular chilena; ocho para el FSLN y tres para las fuerzas bolivarianas. No entregar los recursos ni la soberanía nacional sigue siendo la sentencia de muerte para cualquier gobierno latinoamericano.
El plan maestro para el derrocamiento del Presidente, made in USA y comandado in situ por Carlos Ortega, líder del sindicalismo patronal de la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV) y Pedro Carmona, presidente de la cúpula empresarial Fedecámaras, fue publicado hace cinco semanas en uno de los epicentros de la conspiración anti-gubernamental, el diario El Nacional. Julio García Mora, ideólogo y confidente de la cábala, reveló la parte interna (venezolana) de la mecánica del golpe de Estado; la parte externa, es decir, la participación de la Casa Blanca, de Miami, de los paramilitares colombianos, de la central sindical estadounidense AFL-CIO, del gobierno español, de fundaciones de la derecha internacional y de los medios de "comunicación" internacionales, quedaron en la oscuridad.
En cuanto al engranaje civil venezolano destinado a remover al presidente, García Mora postuló que la unidad entre la CTV, Fedecámaras y la Iglesia era "la única manera de salir" del gobierno de Chávez. "Este frente va a actuar […] con mucha fuerza. Con el paro general de 12 horas el 18 de marzo y la cadena de acciones que arrancan el 4 [...] Las manifestaciones marcan los episodios del previsible final del Gobierno [...] Esa es la dinámica que viene (y que) termina en una salida institucional. Con un Presidente provisional que designe al vicepresidente, y de ahí en adelante todo se vértebra, el gabinete ejecutivo y los poderes [...] Nueve meses de gestión transitoria y una vez que rehaces el Poder Ejecutivo vas a unas elecciones generales […] Un K.O. técnico fulminante y sin ruptura del hilo institucional."
La operación definitiva en esa estrategia estuvo a cargo de Ortega y Carmona. Bajo el falso rubro de huelga general tendieron una doble emboscada. Incapaz de paralizar al país, como habían prometido, convocaron con una intensa campaña mediática a una manifestación de solidaridad con el paro de algunos ejecutivos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela S.A. (PdVSA) que fue autorizada para llegar al barrio caraceño de Chuao. Pero de ahí fue desviada hacia la sede del gobierno, el Palacio de Miraflores, con la obvia intención de producir enfrentamientos y muertos que ante el fracaso de su "huelga general" pudieran generar el golpe militar, pregonado tantas veces por otro conspirador clave externo, el socialdemócrata (AD) Carlos Andrés Pérez.
Todo movimiento político necesita mártires, aleccionaba la CIA a sus mercenarios nicaragüenses (contras) en los años ochenta, y la emboscada de Ortega y Carmona cumplió con tal prescripción. Alfredo Peña, alcalde mayor de Caracas y jefe de la notoriamente represiva y corrupta Policía Metropolitana (PM), aportó a los francotiradores quienes, vestidos de civil, dispararon desde las azoteas cercanas al Palacio a la población civil, particularmente a los simpatizantes del gobierno, quienes tuvieron la mayor cuota de muertos; los medios, entre ellos la estación televisiva Globovisión y los diarios El Nacional y El Universal propiciaron los multiplicadores propagandísticos para la asonada y las cadenas mediáticas transnacionales garantizaron la divulgación mundial de las mentiras.
Los civiles asesinados por los conspiradores serán ahora utilizados para fabricarle un juicio al presidente detenido en Fuerte Tiuna, para sacarlo definitivamente de la escena política del país. La mentira de que Hugo Chávez dio la orden de disparar está siendo divulgado por los confabulados militares y mediáticos con tal finalidad, al igual que la falsedad de que renunció a la presidencia, cuando, de hecho, fue detenido por un grupo de generales desleales.
La anatomía del golpe revela que fue una copia del golpe de Estado contra Ceaucescu, en Romania. Una mentira sobre una supuesta violación gubernamental de los derechos humanos es convertida, mediante una intensa campaña de propaganda televisiva y periodística, en causa de la ira del pueblo y justificativo para el golpe de una facción militar, previamente preparada para tomar el poder.
La derrota transitoria del proyecto bolivariano en Venezuela es un retroceso significativo para las fuerzas democratizadoras y patrióticas de América Latina, porque cambia la correlación de fuerzas en el subcontinente en su detrimento: para el movimiento de masas en Argentina; para las posibilidades electorales de las fuerzas populares en el Ecuador y en Brasil; para la resistencia al ALCA y la defensa del MERCOSUR; para una solución negociada en Colombia y, por supuesto, para Cuba.
En una conversación entre el presidente cubano, Fidel Castro y el presidente Hugo Chávez, el primero le dijo a Hugo Chávez: "Ustedes tienen una oportunidad histórica, no la desperdicien." Lastimosamente, sí fue desperdiciada, por razones múltiples, entre ellas, la complicidad de muchos intelectuales y medios de comunicación internacionales con los desestabilizadores, incluso algunos que ahora se hacen pasar por "bolivarianos" para mantener su imagen de progresistas.
El golpe era previsible desde el momento en que Hugo Chávez ganó las elecciones y fue anunciado, como demostramos, hace cinco semanas. El Estado bolivariano no tomó las medidas necesarias para defender a su proyecto y perdió el poder. Faltó el software político para aprovechar la "oportunidad histórica", tal como había sucedido dos años antes durante otra "oportunidad histórica" en los países andinos: el levantamiento indígena-popular-militar del Ecuador.