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20 de abril del 2002
Entre las ruinas de Yenín: la terrible evidencia de un crimen de guerra
Phil Reeves
ZNet en español
Yenín. Un monstruoso crimen de guerra que Israel ha intentado
ocultar durante dos semanas ha sido por fin puesto al descubierto. Sus tropas
han arrasado el centro del campo de refugiados de Yenín, adonde llegó
ayer el diario The Independent y donde miles de personas están todavía
viviendo entre las ruinas.
Un área residencial de unos 130.000 metros cuadrados, de aproximadamente
800 m de ancho, ha sido completamente demolida. Las excavadoras han amontonado
escombros en pilas de hasta 10 metros de altura. El aire está impregnado
del olor empalagoso y horrendo de la putrefacción de cadáveres,
prueba de que estamos en una tumba humana. Los habitantes que pasaron varios
días escondidos en sótanos --apretujados unos contra otros mientras
explotaban las bombas-- dicen que hay cientos de cadáveres enterrados
bajo un campo de escombros entrecruzado por las huellas de los tanques
En un edificio cercano, medio destruido y quemado, yace cubierto por una manta
de tartán el cuerpo de un hombre arrojado allí por una explosión.
En otro encontramos los restos de Ashraf Abu Hejar, de 23 años, detrás
de las ruinas de una habitación ennegrecida por las llamas, que lo aplastó
al recibir el impacto de un misil. Tiene la cabeza encogida y denegrida. En
otro vemos cinco hombres cubiertos con mantas; llevan varios días muertos.
Un joven callado y de aspecto triste, llamado Kamal Anis, nos sirve de guía
por este lugar arrasado, cubierto por los pedazos de lo que un día fueron
casas, goma-espuma, jirones de ropa, zapatos, latas, juguetes. De pronto se
detiene. "Esto", dice señalando con el dedo, "es una tumba colectiva."
Nos quedamos parados mirando la montaña de escombros. Nos dice que aquí
vio como los soldados israelíes amontonaron 30 cadáveres detrás
de una casa medio destruida. Una vez apilados los cuerpos, derribaron la casa
con la excavadora para que quedaran enterrados bajo los escombros. A continuación
apisonaron la zona con un tanque. No podíamos ver los cuerpos. Pero los
olíamos.
Hace unos pocos días, tal vez no hubiéramos creído lo que
nos cuenta Kamal Anis. Pero las descripciones que habían dado los numerosos
refugiados huidos del campo de Yenín no eran exageraciones (como muchos
temíamos y los israelíes nos querían hacer creer) sino
todo lo contrario: aquellas descripciones se quedaban cortas, y no me habían
preparado para lo que vi ayer. Ahora los creo.
Hasta hace dos semanas había varios centenares de casas pegadas unas
a otras en este barrio llamado Hanat al-Hauashim. Hoy ya no existen.
Alrededor de las ruinas centrales hay muchos cientos de viviendas parcialmente
destruidas. La mayor parte del campo -que albergaba a 15,000 palestinos refugiados
de la guerra de 1948- se está derrumbando. Todas las paredes están
quebradas y moteadas con los agujeros de balazos y metralla, testimonio de terrible
poder destructivo de los helicópteros Cobra y Apache que atacaron este
campo.
Un edificio tras otro han sido destrozados, con sus muebles baratos de madera
falsa y sillas de plástico blanco esparcidos por la carretera. Cada dos
edificios se ve la marca enorme y chamuscada del impacto de un misil de helicóptero.
En la noche de ayer había aún muchas familias y niños llorando,
viviendo entre las ruinas, aislados de la ayuda humanitaria. De manera inquietante,
no vimos a ningún herido, aunque nos informaron que un hombre había
sido rescatado de entre las ruinas una hora antes de que llegáramos.
Los que no huyeron del campo o no fueron detenidos por el ejército se
refugiaron en los sótanos, donde soportaron el horror de los bombardeos
un día tras otro. Los soldados entraban en las casas derribando los muros,
y forzaban a algunos a meterse en otras habitaciones. Naciones Unidas indica
que la mitad de los residentes del campo tenían menos de 18 años.
Mientras caía sobre estos mataderos el silencio del fin de la tarde,
oímos de pronto las voces de niños hablando unos con otros. Las
mezquitas, antes tan bulliciosas en la hora del rezo, estaban calladas.
Israel estaba, aún ayer, tratando de ocultar este espectáculo.
Durante casi una semana negó la entrada a las ambulancias de la Cruz
Roja, en violación de la Convención de Ginebra. Ayer seguían
todavía intentando mantenernos fuera del campo.
Yenín, en el extremo norte de la ocupada Cisjordania, seguía siendo
una 'zona militar cerrada', rodeada por tanques Merkava, patrullas de Jeeps
del ejército y vehículos acorazados de transporte de personal.
El día anterior, el ejército israelí seleccionó
a algunos periodistas y los llevó a visitar zonas adecentadas del lugar.
Nosotros sencillamente fuimos caminando campo a través, nos escabullimos
con disimulo por un huerto de olivos que dos tanques israelíes no estaban
vigilando en ese momento, y pasamos adentro del campo
Nos fuimos guiando por manos que nos hacían señas desde las ventanas.
Gente escondida, hablando en murmullos, nos señalaba el camino por callejones
estrechos, por donde creían que no habría soldados. Cuando había
soldados cerca, alguien levantaba un dedo de aviso, o nos hacía un gesto
para que retrocediéramos. Gentes ansiosas por contar lo que había
ocurrido nos daban la bienvenida. Hablaban de ejecuciones, excavadoras demoliendo
casas con la gente todavía dentro. "Esto es una matanza de Ariel Sharon,"
dijo Jamel Saleh, de 43 años. "Nuestro odio por Israel es más
fuerte que nunca. Mire este muchacho". Apoyó la mano en la cabeza despeinada
de un niño pequeño, Mohamed, de ocho años, hijo de un amigo.
Él vio toda esta maldad. Se acordará de todo." Y todos los demás
se acordarán también, todos los que vieron el horror del campo
de refugiados de Yenín. Los palestinos que entraron ayer en el campo
estaban tan atónitos que apenas podían hablar.
Rajib Ahmed, del departamento de Energía de la Autoridad Palestina, vino
a reparar las líneas de suministro eléctrico. Se estremecía
de furia. "Esto es una matanza. Vine aquí para ayudar, pero lo único
que he encontrado ha sido esta devastación. Mire y vea con sus ojos."
Todos tenían el mismo mensaje: "dígaselo al mundo".
Título original: Amid the Ruins of Jenin: The Grisly Evidence of a
War Crime
Fuente: The Independent / ZNet, 16 de abril de 2002
Traducido por Francisco González y revisado por Germán Leyens
http://www.zmag.org/content/Mideast/ReevesJenincrime.cfm