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20 de abril del 2002
Derrota estratégica
Luis Bilbao
La Jornada
A cambio de preguntar cuán fortalecido sale el presidente venezolano,
Hugo Chávez, tras el fallido golpe de Estado, cabe plantearse la cuestión
inversa: qué saldo queda para la Casa Blanca.
No hay margen para la duda. Más incluso que fronteras adentro en Venezuela,
Estados Unidos sale perdidoso en la región, y específicamente
en Sudamérica. La aventura emprendida en Caracas carecía ostensiblemente
de bases objetivas. Esa afirmación fue reproducida con sus correspondientes
fundamentos en estas páginas cuando Pedro Carmona se mostraba convencido
de que presidía el país, el Departamento de Estado le daba su
aval y el Fondo Monetario Internacional se apresuraba a garantizarle ayuda.
Ahora bien: si era tan evidente la ausencia de apoyo social e institucional
para semejante gobierno, la política de Washington no puede ser calificada
de error, sino de necesidad.
Tal vez no se ha puesto suficiente énfasis en lo que viene ocurriendo
en Sudamérica desde la victoria de Chávez a finales de 1998. Aparte
su política de reanimamiento de la OPEP, el presidente venezolano entabló
rápidamente negociaciones con Brasil. Esto provocó un brutal giro
de los ejes geopolíticos del hemisferio, con prescindencia de que cada
parte llegaba al punto de encuentro por diferentes razones.
Año y medio después, hacia finales de agosto de 2000, el presidente
brasileño, Fernando Henrique Cardoso, convocó a una reunión
de presidentes sudamericanos, instancia geopolítica hasta entonces inexistente.
Ya a esas alturas, Washington había perdido la iniciativa política
en la región. El Departamente de Estado actuó con rapidez, pero
tras los acontecimientos, cuando programó el lanzamiento del Plan Colombia
con la presencia de Bill Clinton en Cartagena, dos días antes de la reunión
inédita en Brasilia. Y desde Colombia, rodeado por un descomunal aparato
bélico que lo acompañó, Clinton exigió a quienes
se reunirían pocas horas después, a escasa distancia de allí,
un compromiso directo e inmediato con aquella operación contrainsurgente
de alcance continental camuflada bajo la lucha contra el narcotráfico.
Era una representación plástica del formidable choque de fuerzas
a escala continental.
Como se sabe, no existió tal apoyo. Si esto era por demás alarmante
para Estados Unidos, tendría mayor impacto aún el revés
de Clinton por adelantar el punto de partida de la Alianza de Libre Comercio
de las Américas (ALCA) para finales de 2001. En Buenos Aires primero,
en una reunión de ministros de Economía en febrero, en Quebec
poco más tarde a nivel presidencial, el nuevo presidente estadunidense
George W. Bush siguió cosechando la mala semilla que le había
sembrado su antecesor: la posibilidad de poner en funcionamiento el ALCA fue
diplomáticamente fijada para diciembre de 2005.
Washington centró sus esfuerzos entonces en abortar el Mercosur. Y aunque
logró ahogarlo, no consiguió siquiera que un país tan debilitado
como Argentina se plegara a esa orden.
Mientras tanto, la aceleración de la crisis económica a escala
mundial y su demoledora descarga sobre cada país latinoamericano, hacía
cada día más potencialmente atractiva la figura política
de Chávez al sur del Río Bravo. Por lo cual la necesidad de derrocarlo
sumaba razones minuto a minuto. Razones que van mucho más allá
de Venezuela y que tienen poco que ver con Chávez, aunque desde luego
lo tienen a él como centro de gravedad.
No es explicable de otro modo que Estados Unidos -clausurando una etapa abierta
dos décadas y media atrás por James Carter- estuviera dispuesto
a dejar de presentarse a los ojos del mundo como el adalid de la democracia
y los derechos humanos.
Estados Unidos acaba de desechar dos banderas que le fueron de máxima
utilidad desde mediados de los años 70, por mucho que no cuadraran bien
en el historial golpista y guerrerista de la Casa Blanca. Esto significa, claro,
que no puede continuar sosteniéndolas. Y que debe apelar más y
más al recurso de la violencia.
No obstante, lo verdaderamente significativo es que, dispuesto a pagar tan alto
precio para recuperar la iniciativa política, el resultado haya sido
exactamente el inverso: la negativa de los presidentes latinoamericanos a darle
reconocimiento formal al fantasmal aspirante a dictador venezolano, prueba que
el vuelco geopolítico está comenzando a tomar forma. Estados Unidos,
no hace falta decirlo, continúa esgrimiento todo su poderío en
todos los planos. Y lo hará sentir. Pero ha sufrido una derrota estratégica.
Y eso también se hará sentir. A partir de ahora.
(*) Periodista argentino