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30 de abril del 2002
Pasado, presente y futuro
Massimo Modonesi
Memoria
En los recientes acontecimientos políticos venezolanos se cruzaron
fenómenos que cuestionan la lógica de la sucesión histórica
de modelos y sistemas por medio de la cual las ciencias sociales buscan ordenar
y nombrar a la realidad política.
1. En primer lugar, Venezuela conoció tempranamente la alternancia -que
politólogos y políticos neoliberales quieren hoy vender como la
cura para todos los sistemas políticos latinoamericanos- cuando, en 1957,
después de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez,
los dos partidos tradicionales (AD y COPEI) -en el pacto de Punto Fijo- se apoderaron
de la "transición democrática". La alternancia se reveló,
a lo largo de los años, un co-gobierno patrimonialista, clientelar y
corrupto en manos de una clase política siempre más homogénea
y servil frente a los intereses económicos dominantes. La carrera hacia
el centro que conlleva la idea del bipartidismo y de la alternancia, si bien
resuelve en apariencia el problema de la gobernabilidad en el plano institucional,
implica un acotamiento de la representación política, restringe
el espectro de las opciones políticas y neutraliza la posibilidad de
construcción de alternativas sociales por la vía electoral. ¿Dónde
se canalizan entonces las esperanzas y las expectativas de cambio de fondo que
son la sal de la participación política de sectores sociales excluidos,
explotados y acorralados en la pobreza por el neoliberalismo? ¿Son marginadas
del juego político institucional en aras de garantizar la estabilidad,
como un sacrificio necesario, o se trata de una problema irresuelto que anuncia
el fracaso de un modelo de relaciones políticas y sociales?
2. En Venezuela, al margen de un sistema político cerrado y partir de
la crítica a esta forma de partidocracia, en los años 90, el eje
de la oposición pasó de las manos de la izquierda (Movimiento
al Socialismo y La Causa Radical) a las de un movimiento de masas guiado por
un militar populista. Si bien es imposible soslayar las diferencias entre los
contextos históricos, la figura de Hugo Chávez y el movimiento
que encabeza no puede dejar de recordar al peronismo y otras experiencias populistas
que marcaron la historia de la región. El regreso de Chávez al
Palacio de Miraflores, sobre la base de las movilizaciones populares y las divisiones
en las fuerzas armadas, no puede no traer a la memoria la Argentina del 17 de
octubre de 1945. La salida carismática permitió, como en el pasado,
movilizar al descontento social al margen de estructuras políticas oligárquicas,
estableciendo una relación simbólica fuerte y organizativa relativamente
laxa aunque eficaz, como quedó claro en la respuesta al golpe del 11
de abril. A diferencia del pasado, el neopopulismo no puede apoyarse en los
sindicatos, cuyo papel histórico se ha reducido y cuyas filiaciones políticas
han sido negociadas hace tiempo. Por otro lado, tampoco asume claramente la
forma de una alternativa tanto a la derecha oligárquica como a la subversión
izquierdista, cuando la izquierda radical venezolana, latinoamericana y mundial
se encuentra sumergida en un largo proceso de transición en el cual a
la reconstrucción de sus raíces sociales no corresponde la capacidad
de constituirse en un proyecto político y de poder viable en el corto
plazo. Sin embargo el neopopulismo de nuestros tiempos cubre el vacío
dejado por la izquierda que se fue moderando e institucionalizando, volviéndose
una fuerza sistémica que ya no puede representar a los deseos de transformación
que, inevitablemente, germinan en los campos de la injusticia y la exclusión
sembrados por el neoliberalismo.
3. De la misma manera, la composición del bloque de poder que diseñó
el golpe del 11 de abril de 2002 recuerda tantos episodios dramáticos
de la historia latinoamericana. Una configuración de fuerzas que agrupa
al gobierno de Estados Unidos, los sectores reaccionarios de las Fuerzas Armadas,
la confederación patronal, la jerarquía eclesial y el sindicalismo
amarillo. Nada nuevo bajo el sol. Evidentemente los medios de comunicación
masiva jugaron el papel sobresaliente que les corresponde a estas alturas del
nuevo siglo. Por otro lado, no pudieron manipular los acontecimientos a su antojo
y el enfrentamiento se resolvió en las calles y en los palacios del poder.
Cuando los pilares de la conservación se sienten amenazados aparece un
bloque reaccionario que en tiempos normales no aflora. La crisis, como decía
René Zavaleta, permite abrir el horizonte de visibilidad y pone de relieve
las fuerzas que sustentan determinada dominación así como los
espacios de resistencia, que salen de las catacumbas cotidianas y ocupan las
calles. La contraparte del bloque golpista en Venezuela fue una manifestación
popular en gran medida espontánea, lo cual nos habla de formas de participación
social que rebasan toda organización tradicional. Lo mismo observamos
en el movimiento globalicríticos, en las manifestaciones masivas en Francia
y en Italia, donde la respuesta a la convocatoria de partidos y sindicatos es
masiva, popular y, en gran medida, sin filiación. En el crepúsculo
de la figura del militante del siglo pasado, surgen nuevas figuras de la protesta
y la movilización, fenómenos que -a pesar de la utopía
neoliberal- siguen marcando el paso de la política, del conflicto y,
por ende, de la historia.
4. ¿Anacronismos? ¿Resabios de un pasado que se resiste a morir? ¿No será,
más bien, que tenemos que revisar nuestras formas de pensar las realidades
de nuestros países superando la ceguera que produce la subalternidad
a los discursos dominantes, por medio de los cuales los neoliberales buscan
crear un sentido común conservador que sustente la consolidación
de modelos políticos y económicos? El abril venezolano no solamente
ha sido un triunfo popular, sino que es una oportunidad para volver a pensar
nuestro entorno y nuestro quehacer a partir de la realidad, de sus contradicciones
y sus potencialidades para ver lo que se oculta detrás del deber ser
neoliberal que tratan de vendernos todos los días como nuestro presente
y nuestro futuro.
(*) Profesor de la Universidad de la Ciudad de México (UCM) y de Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM)