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18 de mayo del 2002
La historia del golpe y la retoma del poder ( y IV)
"Que todos aprendamos de esta lección"
Luis Cañón y Alexander Montilla, Diario Panorama
El Cardenal le habla a Chávez de las cadenas y de las estocadas públicas
que da a sus adversarios. Hay reflexiones en La Orchila mientras Caracas parece
incendiarse. José Vicente Rangel, quien mantiene comunicación
con el general Baduel, informa que el gobierno constitucional ha retornado al
poder.
Las olas cabalgan inquietas hasta que encuentran reposo en las playas
de La Orchila, una isla sentada en un promontorio de la cordillera del Caribe,
cuyas raíces se entierran en las profundidades de mar. Cae la tarde del
sábado trece de abril y el sol desaparece en el horizonte. El Presidente
prisionero se encuentra ahí: es el último sitio de reclusión.
Su estado de ánimo no es el mejor, por momentos se desmorona. Cree que
ahora sí se va a marchar del país.
A ese mismo escenario paradisíaco, llega monseñor José
Ignacio Velasco. Lo hace a bordo de un avión privado con matrícula
estadounidense, propiedad de unos empresarios caraqueños, interesados
en ayudar a redondear el golpe de Estado con la salida de Venezuela de Hugo
Chávez Frías.
"A él lo invitaron a ir en comisión a La Orchila para verificar
mi estado de salud, la situación de mis Derechos Humanos y para ser garante
de algunas situaciones que se estaban planteando allí como que yo saliera
del país, por ejemplo", recuerda Chávez. El saludo es muy cálido,
el Presidente y monseñor se confunden en un largo abrazo.
Chávez y Velasco caminan por la playa y conversan un rato. El pastor
religioso, que la tarde anterior avaló el golpe de Estado con su presencia
en el acto de lectura del decreto que arrasaba con las instituciones, le subraya
al Presidente, en buen tono, algunos de los errores cometidos en su ejercicio
del poder.
Hablan de las cadenas, de Aló Presidente, de las estocadas públicas
que Chávez acostumbra dar a sus adversarios, de los mandobles que reciben
quienes lo contradicen. Es un momento de reflexión. Hay lágrimas
y abrazos.
-Le pido perdón, como pastor de la Iglesia que es usted, por los errores
que he cometido, pide el Presidente.
-Lo perdono y también le pido perdón por nuestros errores. Aquí
todos nos hemos equivocado, responde Monseñor.
Velasco va como testigo del acuerdo al que piensan llegar para que Chávez,
definitivamente se marche a Cuba. A través de él, los generales
rebeldes y Pedro Carmona, le extienden un seguro de vida al Presidente y su
familia. Monseñor, si es necesario, está dispuesto a acompañarlo,
junto a sus parientes, hasta que aterricen sanos y salvos en La Habana.
La idea inicial de no dejarlo marchar de Venezuela y juzgarlo como responsable
de las muertes ocurridas en la capital, la tarde gris del jueves 11 de abril,
se desinfla. La realidad está cambiando. Una amplia zona de Caracas está
literalmente incendiada. En Catia y casi todo el oeste, los desheredados de
la fortuna arrasan con mercados y comercios de línea blanca, los dejan
vacíos y luego les prenden fuego. Miraflores está rodeado por
una multitud estimada en trescientas mil personas, en las otras capitales se
forman marejadas humanas que gritan a favor de Chávez y su regreso.
Los canales caraqueños no trasmiten a la audiencia los movimientos telúricos
de ese huracán social, que amenaza con desbordarse. El afán político
de ver a Chávez derrotado, supera en las mentes estrechas de propietarios
y directores la obligación ética de informar con objetividad,
principio y fundamento del ejercicio periodístico. "No había condiciones
de seguridad para hacerlo, el riesgo de perder la vida era muy grande para camarógrafos
y periodistas", alegan los dueños de las televisoras en una tardía
justificación, no exenta de cierta razón.
Pero la verdad, como ocurre siempre, temprano o tarde, encuentra los caminos
para dejarse ver. María Gabriela, la hija de Chávez, establece
la noche del viernes contacto con el embajador de Cuba, y éste, de inmediato,
se moviliza. La información llega hasta el propio Fidel Castro, quien
sigue minuto a minuto la situación. Fidel desde el palacio de la Revolución
tiene a su Cancillería trabajando en favor de Chávez. Los gobiernos
de 21 países del mundo, son alertados desde el viernes por los cubanos
sobre la dramática realidad que vive Venezuela: Se trata de un golpe
de Estado y puede ocurrir una tragedia de graves proporciones, advierten los
hombres de Fidel.
"Mi padre habló conmigo y me aseguró que no ha renunciado en ningún
momento. Es una dictadura la que se está implantando en el país.
Todo lo que se ha dicho es mentira. Están buscando a los miembros del
Gobierno para detenerlos también. Mi padre es un Presidente prisionero",
señala la voz joven de María Gabriela en una conversación
telefónica con la televisión cubana, que envía ese diálogo
periodístico a sus pares en otras partes del mundo.
La CNN, la televisión española y algunos noticieros colombianos,
trasmiten en directo las caudalosas marchas que como ríos humanos, se
forman en favor de Chávez en las ciudades más importantes de Venezuela.
Informan, de la misma manera que lo hicieron la tarde del jueves 11 de abril,
luego que el Presidente diera la orden de suspender las trasmisión de
noticias por las televisoras nacionales, confundido con la avalancha de sucesos
que desembocan, horas después, en su salida de Miraflores.
A la vez, el padre Azuaje, alimentado informativamente por Marisabel, la esposa
del Jefe de Estado, cuenta a través de su emisora Fe y Alegría,
sacando el mejor provecho a la estructura tecnológica casi rudimentaria
que maneja, lo que ocurre en el país.
Gracias a esos diversos canales informativos, las naciones del mundo y sus gobiernos,
empiezan a percibir otros aires distintos en la realidad de Venezuela. El régimen
de facto es golpeado por esas ondas noticiosas, sus vecinos toman distancia.
Ningún país, con excepción de El Salvador -cuyo presidente
es José Flores- se atreve a reconocer al nuevo gobierno de manera oficial
y expresa. Pedro Carmona, quienes están detrás de él, y
los generales rebeldes, se mueven la tarde del sábado sobre un campo
minado en el plano internacional. No tienen piso ni soporte legal. Su poderoso
aliado del viernes, inicia una retirada estratégica. Los voceros de Washington,
tan locuaces hasta la noche anterior, de momento echan candado a sus labios
a la espera de nuevos desarrollos.
Chávez, aislado del mundo en La Orchila, no sabe lo que ocurre al otro
lado de las aguas. Se siente arrinconado por sus adversarios y está a
punto de tirar la toalla, de aceptar su derrota y salir del país.
El coronel y abogado del Ejército, Julio Rodríguez Salas, encargado
de la custodia del Jefe de Estado, desde cuando llega a Fuerte Tiuna, le trae
el decreto inicial, el que se dio a conocer al país a través de
la televisión la madrugada del viernes. Monseñor Velasco es testigo
de excepción de lo que está ocurriendo en La Orchila. Según
ese decreto, montado por los generales rebeldes y sus asesores civiles, Chávez
primero removía de su cargo a Diosdado Cabello, el vicepresidente, y
a todos sus ministros, y luego renunciaba.
-Chico, yo no voy a firmar ese decreto. ¿Cómo voy a firmar un decreto
que tiene una fecha distinta?, dice Chávez. Yo firmo abandonando el cargo
por presión, pero no renunciando.
La noche cae sobre la isla, envuelta en los sonidos del mar.
"De inmediato me comuniqué con el Ministerio de la Defensa y me dijeron
que sí, que no había problemas con ese cambio. Al fin y al cabo
era lo mismo y él lo que quería era irse del país", señala
el coronel Rodríguez Salas.
Chávez ve la nueva versión del decreto y se niega a firmarla,
dice que sólo lo hará si se trata de una carta redactada primero
de su puño y letra, antes de transcribirla.
A esa misma hora, en Miraflores, cuando ya el Presidente está a punto
de aceptar su salida del país, sus hombres retoman el control de Palacio.
El canal Ocho ha sido recuperado y un camarógrafo se apresta a filmar
la posesión de Diosdado Cabello, como Jefe de Estado encargado en ausencia
del titular.
Mientras Diosdado jura, Chávez escribe y corrige la carta que no llega
a firmar nunca. "Yo, Hugo Chávez Frías, CI 4258228, ante los hechos
acaecidos en el país durante los últimos días, y consciente
de que he sido depuesto de la Presidencia de la República Bolivariana
de Venezuela, declaro que abandono el cargo para el que fui elegido democráticamente
por el pueblo venezolano y el que he ejercido desde el 2 de febrero de 1999.
Igualmente declaro que he removido de su cargo, ante la evidencia de los acontecimientos,
al vicepresidente Ejecutivo, ing. Diosdado Cabello Rendón. En La Orchila,
a los 13 días del mes de abril de 2002".
Monseñor Velasco y el coronel Rodríguez Salas, celebran la consumación
de su más importante tarea: conseguir que Chávez acepte irse.
Sólo falta que el documento sea trascrito y puesto en limpio en una máquina
de escribir. El soldado encargado de hacerlo se demora, es leal a Chávez
y decide ganar tiempo: escribe y borra, borra y escribe.
Desde Palacio, José Vicente Rangel, quien mantiene comunicación
con el general Baduel, acantonado en Maracay, llama al celular del coronel Rodríguez,
le informa que el gobierno constitucional ha retomado el poder, le advierte
que al frente tiene al Presidente de Venezuela. Luego habla con Chávez
y le cuenta que cuatro helicópteros Superpuma, ya surcan los cielos de
Venezuela para ir a rescatarlo. Un comando élite de 16 hombres va por
el Presidente.
Monseñor Velasco comprende que inició su conversación con
un hombre hecho prisionero, a punto de ir a al exilio, y que la concluye hablando
con el mismo hombre, sólo que ahora de nuevo es el Presidente constitucional
de Venezuela. Los amos del Valle, empresarios, dueños de medios de comunicación
caraqueños, políticos de la IV República, sectores afectos
al Opus Dei, Carlos Andrés Pérez, Pedro Carmona, los Pérez
Recao y los Daniel Romero de esta historia, lo mismo que los militares rebeldes
y el propio gobierno de Estados Unidos, han fracasado de manera estruendosa
en su afán de sacar a Chávez del poder a sombrerazos.
Los helicópteros, con una velocidad crucero de 138 kilómetros
por hora, descienden sobre la isla. Son la 1: 30 de la mañana del domingo.
El avión destinado a sacar al Presidente prisionero del país,
tiene sus motores apagados. No hay resistencia alguna, los leales controlan
la isla.
-Vamos a agarrarnos de las manos, le dice Chávez a Monseñor.
Así, tomados de las manos, oran a la orilla del mar. "Pidámosle
a Dios que nos ilumine. Invoquémoslo para que seamos capaces de aceptar
nuestras diferencias y dialogar. Nuestro objetivo es el mismo, la paz y el progreso
del país. No permitamos que las diferencias se impongan", le dice Chávez.
La flota de helicópteros inicia el regreso. El Jefe del Estado va de
vuelta a Miraflores previa escala en Maracay. Hacia las dos y treinta de la
madrugada, los superpumas navegan sobre los cielos de Caracas. Chávez
ve las columnas de humo, grises y tristes, que se alzan desde la zona incendida
de la ciudad. Abajo, todavía hay llamas sin apagar. "Quiera Dios, repite
el Presidente una vez más, que todos sepamos leer y aprender de esta
dramática lección que ha recibido Venezuela".
22 de Abril de 2002