El pasado domingo, la coalición SPD-Los Verdes se alzó con una ajustada victoria en el bingo electoral alemán. Se trata de una importante noticia que merece la atención de la izquierda, aunque no precisamente por sus resultados y sus inmediatas consecuencias en el panorama internacional, que es de temer van a resultar decepcionantes.
La buena noticia es que, por vez primera, una masa significativa de alemanes ha obligado a un partido político a modificar su campaña electoral en el sentido de marcar distancias con la política económica neoliberal comunitaria y la política exterior de los Estados Unidos; pues como es sabido, en la recta final de la campaña del SPD los expertos subrayaron a Schröder la necesidad de un giro significativo para superar los casi diez puntos que le alejaban de la victoria.
El giro táctico descansaba en dos mensajes de singular importancia: (1º) la recuperación económica de las zonas devastadas por las recientes inundaciones en Centro-Europa se haría al margen de los compromisos relativos al plan de estabilización comunitario y (2º), Alemania no apoyaría la intervención unilateral de USA en Irak. Y a nadie debería escapársele la magnitud de ambas herejías, particularmente en el caso de la segunda, ya que Bush se negó a aplazar hasta después de los comicios el pronunciamiento público sobre la intervención en Irak, tal y como le pedía Schröder. Es decir, Bush se negó a salvar la cara del SPD, obligándole a ceder a una demanda popular vital para su eventual victoria, que habría preferido evitar.
El pasado lunes ya estaban sobre el tapete todas las contradicciones derivadas de la falacia mediática, porque si el dinosaurio de Helmut Schmidt ya se había pronunciado astutamente, por un lado, en el sentido de reclamar el voto para uno cualquiera de los dos partidos mayoritarios, y había subrayado con espectacular cinismo que sus líderes participaban de programas muy parecidos y opiniones personales coincidentes, por el otro, los capitanes de la prensa socialdemócrata internacional se deshacían en elogios y exaltaban las virtudes del socio sesentayochista del SPD: el líder de la facción dominante del ecopacifismo, Joschka Fischer; del que un corresponsal español en Alemania decía, sumándose al coro internacional, lindezas de este estilo: "... es el capítulo más perfecto de socialización de una mente política y de un crecimiento humano que se ha visto jamás en la historia pública alemana..." y que él " es la prueba de que la gente inteligente, fuera cual fuera su formación y pasado, puede cambiar...".
Pues bien, una vez conocida la irreversibilidad de los resultados, los escuadrones mediáticos se han precipitado a ajustarle el belfo "al hombre más querido de Alemania, que ha llevado a los ex izquierdistas a asumir responsabilidades de Estado", y ya vociferan sobre la conveniencia de que la ex ministra de justicia del SPD, Herta Däubler- Gmelin se trague sus palabras (Bush es como Hitler) y de que el sesentayochista se apreste a recomponer las maltrechas relaciones de Alemania con EE.UU. A Schröder le recuerdan que la Alemania que ha salido de las urnas está más "centrada", y a la oposición, que controla el Bundesrat, la necesidad de colaborar en una gran coalición de facto que devolverá a Alemania la hegemonía económica europea y la iniciativa en la integración. Es decir: déjense de milongas, que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Con todo, no hay que minusvalorar la situación, porque si es verdad que las escenificaciones electorales no han podido irritar a EE.UU más allá de lo necesario para la representación (sobre todo cuando tienen muy claro que en el futuro, y llegado el caso, podrían hacer de Europa un cementerio desde Gibraltar a los Urales, de igual manera que en el presente han hecho de ella una escupidera), lo cierto es que está dentro de lo posible el que se abra un período de relativa inestabilidad respecto a las reglas de juego que regulan las ficciones necesarias. Si la tendencia que se ha manifestado en Alemania se generaliza y los aspirantes al poder se ven impelidos a poner en cuestión, aunque sólo sea gestual y puntualmente (campañas electorales), dogmas tan importantes como el del neoliberalismo económico y las directrices unilaterales del Imperio, el desgaste de estos nuevos recursos puede precipitar acontecimientos. Y no es que el antiamericanismo vaya a ser inevitablemente productivo, a él se pueden apuntar cualquier clase de socialpatriota, se trata sólo de una tendencia sobre la que no hay que exagerar y que, en todo caso, habrá que sobrellevar con humor a pesar de los grandes dramas que nos esperan.
Vamos a ver cosas como para morirse de risa, que no es una mala alternativa para morirse, vista la situación internacional. Pero ¿quién dijo que la revolución y el humor son incompatibles?