21 de agosto del 2002
Rumanía: Las cabras en el primer círculo del infierno
Fernando Montiel T.
La Haine
Son pequeños y frecuentemente de ojos claros, corren por los parques
y arrancan unas flores por aquí y otras por allá, son niños
húngaros para quienes el trabajo -al menos por el momento- significa
también diversión. Esta es una escena de la Rumania democrática
en el alba del S. XXI. En los diarios del país día a día
pueden leerse los progresos del presidente Ion Iliescu en su esfuerzo por integrar
a su país "al mundo civilizado". Sin saberlo, los pequeños húngaros
que sin mucho éxito intentan vender flores a los turistas son la punta
del iceberg que crece conforme se acercan los anhelados prestamos del FMI; sin
saberlo, aquella rumana de clase media que dijo al calor de una taza de café
"nos queremos deshacer de ellos" (refiriéndose a los húngaros
de Transilvania) pronto podría verse al lado de aquellos a quienes desprecia
por vivir en la miseria.
"Eres un húngaro", en Bucarest, esta frase es una de las armas que se
blanden cuando de ofender se trata. El plural ("son unos húngaros") se
utiliza para denostar a los habitantes del norte del país, aquellos que
viven en Transilvania, región vecina de Hungría en cuyas ciudades
la población de húngaros llega a ser hasta del veinte por ciento
del total. La violencia verbal entre los rumanos a costillas de los húngaros
es solo el primer acto de una obra cuyo acto culminante podría titularse
Bosnia o Chechenia. De acuerdo con una disposición legal, mientras la
población de húngaros se mantenga arriba del 20 por ciento, en
Cluj las placas que nombran las calles en las dos lenguas principales (rumano
y húngaro) pueden permanecer. Hace algunas semanas, un sondeo dio a conocer
que la población de húngaros en Cluj -la segunda ciudad más
importante después de Bucarest- era ya de alrededor del 19.3 por ciento.
Inmediatamente, el Alcalde de Cluj, Gheorghe Funar, tomó la torpe determinación
de iniciar el proceso de detener y retirar las placas en húngaro, decisión
tan torpe agresiva y como las siguientes 1) que en todos y cada uno de los postes
de luz ondee una bandera Rumana, 2) que todas las bancas en parques públicos
sean pintados con los colores del lábaro patrio y 3) que hasta los pasos
peatonales y los botes de basura ostenten los colores nacionales (decisión
polémica y tragicómica pues los rumanos se sentían tan
ofendidos y agredidos como los húngaros que eran los destinatarios del
mensaje). Esta es la puerta de entrada al infierno.
Rumania es el país más pobre de Europa del este y esta realidad
se impone por igual en los anhelos personales que en la cultura popular: "..Esto
no es Oz / esto es Rumania..." reza la letra de una canción en boga mientras
asiente con la cabeza, convencido, un taxista bilingüe cuarentón
como los hay tantos por igual en Cluj que en Bucarest. ¿Y donde es Oz? Pregunto
intrigado, "En América (sic), en París, en Francfurt.... ¡en México!...
¿pues que no ha visto las novelas?". La respuesta confirma la hipótesis:
Rumania no es el infierno que viene pues ya atravesó gloriosa los cancerberos
que resguardaban las puertas del infierno y ahora el país entero -bajo
el liderazgo de Iliescu- se encuentra de lleno en el primer círculo del
averno.
A la altura del séptimo círculo, los niños que antes cortaban
flores se recuestan sobre botellas de vidrio rotas -como lo hacen sus pares
en la ciudad de México- para ganarse unos cuantos leis en el metro de
la Capital. A la altura del séptimo círculo, los niños
ya no corren, pues el uso de inhalantes para evadir el hambre tiene sus repercusiones
en el físico también. A estas alturas del partido, el conflicto
local se recrudece y toma su lugar al lado de sus pares internacionales: grupos
étnicos desfavorecidos materialmente, agredidos de forma sistemática
en lo político y en lo cultural, todo en un marco de exclusión.
De esto están llenas las secciones de política internacional de
todos los periódicos, por igual en el norte que en el sur en nuestros
días. Sin embargo algunas cosas permanecen, las costumbres (Octavio Paz);
como aquella de creer en el American Way of Life: ¿De verdad hay tanta gente
que tiene esas casas y esos autos en México? La pregunta delata que esta
rumana, no obstante su talento lingüístico (domina seis lenguas),
fue incapaz de sortear el marco propagandístico de la guerra fría
que permanece y con el que se les vende la anexión a la Unión
Europea y a la OTAN, como aquí se vende el ALCA y el Comando Norte. Ella
si comprende al taxista para el cual Oz es México también. Después
de todo, México "es una de las 11 economías más sólidas
del mundo" (Cambio, 11.08.2002: 4) y somos miembros de la OCDE. Evidentemente,
transnacional como es, la compañía televisora que comercializa
las novelas mexicanas en esta región de Europa, no habla mucho de los
veinte millones de mexicanos que huyendo de la miseria, viven en los Estados
Unidos (y cuyas remesas sirven para pagar los servicios de la deuda) o de las
decenas de millones de personas que no dan gracias a dios por el pan de cada
día, sino por no haber perecido por su ausencia.
Paz también hablaba de las ideas que provocan el cambio, ideas que junto
con las costumbres configuran las culturas. El centro de Bucarest esta lleno
de signos y pistas que ayudan a interpretar este enfrentamiento: epitafios y
monumentos revolucionarios recuerdan la inercia, la costumbre de los pueblos
de buscar mejores formas de vivir, junto a ellos caminan gran cantidad de proxenetas,
quienes viven de la idea de que en la "democracia y el libre mercado", comercializar
con cuerpos ajenos no deja de ser más que otro negocio. Por algo Paz
mantuvo los conceptos de bondad y maldad ajenos a los de las costumbres y las
ideas. Pero -literalmente- bajo la plaza central de Bucarest -la Plaza de la
Revolución- se libra otro enfrentamiento, un poco más disimulado
pero igualmente importante: un establecimiento de McDonalds funciona bajo el
cuadro principal de la capital rumana, y, junto a este, tienen abiertas sus
puertas 5 librerías en los que se encuentran textos clásicos,
nuevos y antiguos, en diferentes idiomas.
Fotografíar sociedades no es algo sencillo, pero las ciencias exactas
demuestran que las cadenas se rompen por el eslabón más débil
¿será el étnico? ¿o el económico? ¿o acaso el étnico-económico?¿o
el político-económico? ¿o el cultural?, las combinaciones se antojan
interminables y la física también enseña que cuando la
presión es fuerte, repentina y en diferentes direcciones, más
de un eslabón puede reventar en una misma cadena. Los húngaros
y la creciente cantidad de rumanos en pobreza saben de lo que se trata, como
se sabe en los cinco continentes desde hace ya algún tiempo. Hay que
tener paciencia, apenas están en el primer círculo, aunque la
pendiente es pronunciada y resbaladiza.
Un dicho popular rumano hablaba de "dejar morir a las cabras del vecino" para
describir la falta de solidaridad entre las personas. Hoy, gracias a las nuevas
ideas, el dicho ha cambiado: "deja morir al vecino, así te quedarás
con sus cabras..."