11 de octubre del 2002
12 de Octubre
Sergio de Miguel
Rebelión
A través de la ventana abierta sobre el jardín de mi pequeño
paraíso-casa, donde la lluvia golpea en estos momentos los bananos y
los guayabos y prohibe el vuelo de los colibríes, yo pienso en mestizo.
Llega el 12 de Octubre y, la verdad, de este lado del mundo, de este lado de
la historia, fechas como esa se viven de forma diferente. En mi patria chica
no recuerdo haber asociado nunca dicha celebración con ningún
pasaje histórico. Más bien, al contrario, todo lo que el 12 de
Octubre significó siempre para mí fue una semana de fiesta, sin
clases, cuando era niño. Cuando crecí y la gente pensó
(¡¡ingenuos!!) que aquel niño había dejado de existir, esa cita
anual no supuso otra cosa que el derecho y el deber de acudir a Zaragoza, a
las fiestas del Pilar, a derramar vino y kalimotxo, pidiendo permiso para dar
otro paso más en la calle tapada de gente y para entrar en los bares
abarrotados de almas, todo ello con un profundo complejo de hormiga. Marchita
en mi subconsciente quedaba la etérea memoria de alguna clase de historia
en el colegio sobre un tal Colón. Algún tímido recuerdo
sobre tres carabelas, tres líneas sobre el océano azul, permanecía
en alguna parte de mi mente. Tiempo más tarde la vida me llevó
a comprobar que carabela y calavera son, en realidad, sinónimos, y que
aquellos tres barcos de inocentes nombres (había una Santa y una Niña)
transportaban la muerte como polizón en sus bodegas. Lo demás
ya se sabe: sembraron de calaveras los días y las noches por venir de
todo un continente.
Así que ahora que ya no voy a Zaragoza, ni al Pilar, Octubre juega conmigo
y me confunde, y me maltrata entre la nostalgia de sus hojas caídas,
la melancolía de los montes incendiados por el otoño y la amargura
de un día maldito en el que se comenzó a escribir una historia
triste en la que no se atisba final alguno. Una historia de la que no me siento
culpable, pero de la que me siento protagonista. Siempre he pensado que nuestra
generación no tiene nada que ver con aquel terror, con aquel olor a cadáver,
con aquella viruela, y que sólo el azar hizo que, pasado el tiempo, los
siglos, naciéramos sobre el mismo lugar del mundo que aquellos mercenarios.
Del pasado se aprende, pero el pasado no se puede reescribir. Es por ello que,
sin embargo, me siento protagonista del presente y del futuro, de las páginas
de la vida que están por inventar, de la historia que nos pertenece por
derecho, por deber y por huevos. Porque la historia no se reescribe, pero se
repite, porque es más cíclica que lineal. Y así, aquellos
marineros hoy son marines, y la peste se vistió de hambre y sida, de
ausencia de porvenir. Y así, hace ya tiempo que el oro se tiñó
de negro y se volvió líquido, y que Eldorado se vendió
al American Way of Life. Y las carabelas se convirtieron en portaaviones,
y los caballos en F-18, y las armaduras en uniformes de camuflaje, y la viruela
en Anthrax, y las Cruzadas en un viaje sin retorno a la favela, y Hernán
Cortés en Bush y Pinochet, y Pedro de Alvarado en Ríos Montt y
Aznar, y Cuahutemoc en Allende y Marcos, y el pueblo azteca en el pueblo iraquí,
palestino y kurdo, y los mayas en más mayas (porque la historia continúa,
y continúa siendo triste), y Potosí en Afganistán, y la
pólvora en bomba nuclear, y la Santa Inquisición en Pensamiento
Único y Anestesia Global, y el Imperio… en Imperio, y todo, absolutamente
todo, en dólares: la vida en dólares, la amistad en dólares,
el amor en dólares, el arte en dólares, el aire en dólares,
el tiempo en dólares... ¿¿Qué precio tiene el futuro??.
Y sin embargo, a pesar de todo, si en esta mañana de domingo de octubre
tengo que quedarme con un mes de entre los doce que jalonan este calendario
imperfecto, construido contra el ser humano, que nos corta las alas y nos roba
la libertad, para guardarlo en mi cajón secreto, me quedo, no hay duda...
con Octubre. Y con Marzo, en marzo. Y con Julio, en julio. Pero no me hagan
caso. Será que estoy escribiendo sobre un teclado francés y me
asaltan los recuerdos de la revolución francesa y de la liberté,
la egalité y la fraternité traicionadas al paso
de los años. Será que en el trópico no hay otoño.
Será que perdimos la inocencia y ya no la podemos recuperar. Será
que un poeta francés escribió no hace mucho: « El viento quebrará
las ramas, la bruma entrará en tu vestido blanco, las hojas lo cubrirán
todo, acostados sobre las piedras, el Octubre tendrá su venganza. El
Sol apenas se asomará, nuestros cuerpos se refugiarán bajo la
lana, perdido entre tus pañuelos, tú cruzarás las tardes
con el Octubre dormido en las fuentes. Habrá probablemente sobre las
mesas de hierro blanco algunos vasos vacíos sin dueño, y las nubes
atrapadas en las antenas. Yo te regalaré flores y manteles de colores
para evitar que el Octubre nos atrape. Subiremos todos a las montañas,
a mirar todo lo que el Octubre ilumina, mis manos sobre tu cabello, bufandas
para dos, frente al mundo que se inclina. Probablemente recostados en los bancos
habrá algunos hombres sumergidos en sus recuerdos, y las nubes atrapadas
sobre las antenas. Yo te regalaré flores y manteles de colores para que
el Octubre no nos atrape. Y, sin duda, veremos aparecer algunos dibujos sobre
el vaho de las ventanas, y tú, tú jugaras afuera como los niños
del Norte, y el Octubre permanecerá, tal vez».
Eso, tal vez.