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La vieja Europa

25 de octubre del 2002

¿Es normal la violación?

Robert Jensen
Tertulia

No es extraño que queramos separarnos a nosotros mismos de aquéllos que cometen crímenes horrendos y creer que las cosas abominables que algunas personas hacen son el resultado de un mal en su interior. Pero la mayoría de nosotros también nos debatimos con el incómodo sentimiento de que, por patológicos que sean esos brutales criminales, son de nosotros — son parte de nuestro mundo, moldeados por nuestra cultura.
Tal es el caso de Richard Marc Evonitz, un "psicópata sexualmente sádico", en palabras de un especialista. Evonitz secuestró, violó y asesinó niñas en el estado de Virgnia y en otros lugares. ¿Cuáles son las características de un psicópata sexualmente sádico? De acuerdo a un experto en perfiles que trabajaba para el Buró Federal de Investigaciones (FBI) y ha estudiado asesinos en serie: "Una persona psicópata no es capaz de sentir remordimiento por sus crímenes. Tiende a justificarse diciéndose que lo que hace está bien. No siente aprecio por la humanidad de sus víctimas. Las trata como objetos, no como seres humanos".
Una persona así es, sin duda alguna, cruel e inhumana. Pero aspectos de esa descripción son válidos no sólo para psicópatas sexualmente sádicos; levemente modificada, también se aplica a una buena parte de la actividad sexual "normal" en nuestra cultura.
Observemos la pornografía masiva en el mercado, con ventas estimadas en US$10 millardos anuales en Estados Unidos, consumida primordialmente por hombres: rutinariamente presenta a las mujeres como objetos sexuales cuya única función es la de satisfacer sexualmente a los hombres y cuyo propio bienestar es irrelevante siempre y cuando los hombres estén satisfechos.
Consideremos el negocio de la prostitución de US$52 millardos anuales a nivel mundial: aunque ilegal en Estados Unidos (excepto Nevada), esa industria se basa en el supuesto derecho de los hombres a obtener satisfacción sexual sin consideración a los costos físicos y emocionales de mujeres, niñas y niños.
O simplemente escuchemos lo que las mujeres heterosexuales tantas veces dicen acerca de sus compañeros sexuales: Él sólo parece interesarse en su propio placer; no está emocionalmente involucrado conmigo como persona; me trata como un objeto.
Señalar todo ello no persigue argumentar que todos los hombres son animales brutos o psicópatas sexualmente sádicos. Por el contrario, estas observaciones nos alertan en cuanto a que los depredadores sexuales no son meras aberraciones en una cultura sexual saludable.
En los Estados Unidos de hoy, los hombres generalmente son entrenados en una variedad de formas para ver el sexo como la adquisición de poder por medio de tomar a las mujeres. El sexo es una esfera en la cual los hombres son entrenados para verse a sí mismos como naturalmente dominantes y a las mujeres como naturalmente pasivas. Ellas son cosificadas, y su sexualidad convertida en una utilidad que puede ser comprada y vendida. El sexo se hace "sexy" porque los hombres son dominantes y las mujeres están subordinadas.
De nuevo, no se trata de argumentar que todos los hombres creen esto o actúan de esta forma, sino que tales ideas están presentes en la cultura, son transmitidas de hombres adultos a niños a través de instrucción directa o mediante modelos, por la presión de pares entre varones y en los medios de comunicación. Son las lecciones que aprendí cuando crecía en los años sesenta y 70 y, si es posible, tales mensajes son hoy día más comunes e intensos.
El resultado predecible de este estado de cosas es una cultura en la cual la violencia sexualizada, la violencia sexual y la violencia a través del sexo son tan comunes que deberían ser consideradas normales. No normales en el sentido de saludables o preferidas, sino una expresión de las normas sexuales de la cultura, no violaciones de tales normas. La violación es ilegal, pero la ética sexual que subyace en la violación permea el tejido de la cultura.
Ninguna de estas observaciones disculpa o justifica el abuso sexual. Aunque hay quienes argumentan que los hombres son sexualmente agresivos por naturaleza, las feministas han sostenido durante mucho tiempo que tales conductas son aprendidas, razón por la cual debemos enfocarnos no sólo en las patologías individuales de aquéllos que cruzan la línea legal y abusan, violan y matan, sino en la cultura entera.
Aquellas personas a quienes este análisis les parezca absurdo deberían considerar los resultados de un estudio de la violencia sexual en los campus universitarios en Estados Unidos. La investigación reveló que el 47 por ciento de los hombres que habían cometido violación dijo que esperaba involucrarse en un ataque similar en el futuro y el 88 por ciento de aquéllos que reportaron un ataque legalmente definido como violación insistía con vehemencia que no había violado. Ello sugiere un cultura en la que numerosos hombres no consideran el sexo forzado como violación y que muchos no tienen conflictos morales en cuanto a involucrarse en tal actividad sexual con regularidad.
El lenguaje que los hombres utilizan para describir el sexo, especialmente cuando no hay mujeres presentes, es revelador. En los vestidores uno raramente los escucha preguntar sobre la calidad de sus experiencias emocionales e íntimas. Por el contrario, las preguntas son:
"¿Conseguiste algo anoche?" "¿Te anotaste una?" "¿La cogiste?" En sus discusiones sobre el sexo, los hombres a menudo utilizan el lenguaje del poder — control, dominación, obtención de placer.
Recuerdo que en mi adolescencia los muchachos bromeaban diciendo que una efectiva estrategia sexual sería llevar a una joven en el auto a un área remota, apagar el motor y decir:
"Bueno, o coges o peleas". No me sorprendería escuchar que los muchachos aún estén divirtiéndose con esa "broma".
Entonces, sí, los depredadores sexuales violentos son monstruos, pero no monstruos de otro planeta. Lo que aprendamos de sus casos dependerá de cuán dispuestos estemos a ver las caras de hombres como Evonitz, pero también a vernos en el espejo, honestamente, y examinar las formas en que somos no sólo diferentes sino además, hasta cierto grado, iguales a ellos.
Esa autorreflexión, individual y colectivamente, no lleva a la conclusión de que todos los hombres son depredadores sexuales o que nada puede hacerse al respecto. Por el contrario, debería conducirnos a pensar en cómo resistir y cambiar el sistema en que vivimos. Esta crítica feminista es crucial no sólo para la liberación de las mujeres, sino para la humanidad de los hombres, que tan a menudo es deformada por el patriarcado.
Las soluciones no radican en el llamado de los conservadores a regresar a una ilusoria "era dorada" de moralidad sexual, un sistema también construido sobre la subyugación de las mujeres. La tarea consiste en incorporar las visiones del feminismo en una nueva ética sexual que no les imponga a las personas normas sexuales tradicionales y restrictivas, sino que ayude a crear un mundo basado en la equidad, no en la dominación, en el cual el placer de los hombres no requiera de la subordinación de las mujeres.
Robert Jensen es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Texas en Austin.
ZNet (Estados Unidos), 8-X-2002
Traducción de Laura E. Asturias