Entrevista a Luiz Inácio Lula Da Silva en medio del "terrorismno electoral"
"La gente tiene que comer tres veces por día" Desde el nacimiento, en 1980, el Partido de los Trabajadores de Brasil tuvo la simpatía del diario de izquierda italiano "Il Manifesto". Su especialista en América latina, un amigo de Lula que se tutea con él, interrogó al candidato presidencial sobre Chávez, Bush y lo que hará con la esperanza popular.
II Manifesto de Italia
Por Maurizio Matteuzzi
Si quieren Dios y los orixás, pero sobre todo los 115 millones de brasileños que integran el pueblo electoral, Luiz Inácio da Silva será electo presidente de Brasil cuando le gane a José Serra, el candidato del mercado y de Fernando Henrique Cardoso. Lula está jugando lo que él llama "tiempo suplementario". Recorre miles de kilómetros para encontrar líderes políticos y empresariales, lanza nuevos spots de televisión y responde a las jugadas sucias, como el dólar a casi cuatro reales.
–¿Qué Brasil encontrará después de ocho años de Cardoso?
–En los últimos ocho años fuimos más bien para atrás. El Plan Real fue un éxito y logró eliminar la hiperinflación. Desafortunadamente, después, el gobierno de Cardoso perdió la oportunidad histórica de construir sobre los fundamentos de una economía estabilizada el desarrollo que toda la sociedad brasileña esperaba. Al contrario, tomó el peligroso camino de una apertura irresponsable de la economía junto a una política megalómana de tasas de interés y, al menos hasta la crisis del ’99, de sobrevaluación del cambio. Resultado: transferencia al exterior de puestos de trabajo, debilitamiento del parque industrial brasileño, vulnerabilidad externa. También, caída de la producción nacional y explosión de la deuda pública, que pasó del 29 por ciento del producto bruto interno en el ‘95 a 62 por ciento últimamente. Estos ocho años fueron el período en que Brasil creció menos en términos de ingreso per cápita. Al mismo tiempo, la criminalidad llegó a niveles incontrolables y el riesgo país es uno de los tres más altos del mundo. Nuestra participación en el comercio internacional cayó del 1,4 por ciento en los 80 al 0,9 actual. La concentración de la riqueza continúa siendo tal cual era en tiempos de la oligarquía. Este es el Brasil que deja Cardoso.
–¿Cómo será el Brasil de Lula?
–Yo propongo un nuevo contrato social para Brasil. Un pacto que ponga alrededor de la mesa de negociación a sindicatos y empresarios, sectores de la sociedad civil organizada y movimientos sociales, para que juntos podamos encarar las reformas estructurales que necesitamos para volver al crecimiento económico y marchar, por primera vez, a la justicia social.
–El mercado parece tenerle miedo. ¿Qué política desplegará para los capitales extranjeros?
–Hoy Brasil no puede prescindir de ellos. El capital extranjero continuará participando en el desarrollo del país. La diferencia estará en que en nuestro gobierno el Estado no renunciará a planificar y definir las prioridades brasileñas. En lugar de patrimonio público y altas tasas de interés, Brasil debe ofrecer a los inversores extranjeros infraestructura, mano de obra calificada y mercado interno.
–Cardoso y Serra dicen que Brasil será la próxima Argentina y Lula el próximo Chávez.
–Lo he dicho y repetido: respetaremos los contratos firmados por el actual gobierno. Pero rechazo toda comparación porque es terrorismo electoral y demuestra la irresponsabilidad del gobierno o del candidato del gobierno. Los inversores saben bien cuál es el peso de Brasil en el mundo y la importancia de nuestro mercado. El antídoto más seguro para no llegar a una situación del tipo de las de la Argentina o Venezuela será retomar un nivel de crecimiento no inferior a un 4 por ciento anual y estimular el mercado interno. La clave para la economía será la inclusión de 50 millones de brasileños que hoy viven bajo la línea de pobreza.
–¿Por qué se opone al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas?
–Creo en una integración latinoamericana que no sea sólo económica y comercial sino también política y cultural. Por eso pensamos que el ALCA sería una anexión. Pero todos deben tener claro que sin Brasil el ALCA no existe y que una verdadera integración debe incluir hasta a Cuba. Los Estados Unidos, hegemónicos en todos los campos, no parecen tener ninguna intención de proponer políticas de compensación y reequilibrio como las que la Unión Europea realizó para España, Portugal y Grecia. El pueblo brasileño ya pagó un precio muy salado por la sumisión a la globalización neoliberal. El comercio no puede significar la anexión pura y simple sino un camino de ida y vuelta.
–Todos dicen que hay un Lula "muy cambiado" y que por eso lo votan incluso muchos que no son del PT y ni siquiera son de izquierda. Se habla de un Lula "light" o "diet" que no tiene nada que ver con el sindicalista duro de antes. Vos mismo hablaste de un "Lulita paz e amor". Y Serra no pierde ocasión de mentar al lobo que pierde el pelo pero no las mañas. ¿Cambiaste?
–Los que me conocen saben que soy como aparezco en la campaña: firme y duro para negociar pero a la vez exuberante, afectuoso y espontáneo. Eso es lo que llevo en la sangre. Y también llevo la preocupación por la redistribución de la riqueza, la justicia social, la lucha contra los prejuicios y por la democracia. Obviamente, como el PT ya tiene 22 años ya estamos más maduros. Cumplimos nuestro rol de opositores y ahora los brasileños piden un PT que diga qué hay que hacer. Antes de la primera vuelta ya gobernábamos a más de 50 millones de brasileños. Desde el 6 de octubre nuestra responsabilidad es mayor. Y somos el partido de la mayoría relativa en la Cámara de Diputados, con 91 legisladores.
–¿Puntos clave de la política exterior?
–Vamos a combatir el proteccionismo, buscaremos abrir mercados para los productos brasileños y sobre todo defenderemos nuestra soberanía (comenzando por la Amazonia). Para Brasil, en este momento, lo más importante es relanzar el Mercosur, que está en crisis pero fue decisivo para dinamizar el comercio entre sus miembros. Reforzarlo implicará agregar a los países andinos y estrechar lazos con la Unión Europea mientras aumentamos el comercio con China, India, Asia, Sudáfrica...
–¿Y en política interna?
–La prensa habla mucho de la deuda externa, pero la deuda social es enorme. Es con los indios, los negros, las mujeres, los chicos, los discapacitados, los desocupados. Una de nuestras claves es reducir la desigualdad social. Combatiré para que cada persona coma tres veces por día. Y en cuatro años deberemos terminar con el hambre. Ese es nuestro compromiso con la justicia social y con la decencia, y vamos a honrarlo.
–Casi 40 millones de votos y el 46,4 por ciento el 6 de octubre. Una extraordinaria amplitud política y social en torno de tu candidatura. ¿Es garantía de la futura gobernabilidad?
–La adhesión creciente a mi candidatura asume cada día el carácter de un movimiento en defensa de Brasil, de nuestros derechos y de nuestras aspiraciones como nación independiente. Movimientos populares y sociales, intelectuales, artistas y religiosos de las matrices ideológicas más diversas proclaman espontáneamente su apoyo a un proyecto de cambiar Brasil. Gobernadores, intendentes y parlamentarios de partidos no ligados al PT, y ni siquiera sus amigos, anuncian que nos apoyarán. Lo mismo sucede con un sector significativo de los empresarios. Es una coalición vastísima, en muchos sentidos suprapartidaria y transversal, que será esencial para garantizar la gobernabilidad.
–En la campaña electoral del ’89, con tu primera candidatura, el presidente de los industriales de San Pablo, Mario Amato, amenazó con que 800 mil empresarios se irían de Brasil si Lula fuese electo presidente. Hoy tu vice, José Alencar, es un gran empresario. ¿Quién cambió?, ¿Lula o los empresarios?
–Una parte nada pequeña de aquellos 800 mil o cerró su empresa o quebró, gracias a la política económica del gobierno de Cardoso. Por eso hoy el panorama empresario brasileño es distinto. Después de las privatizaciones, las viejas empresas familiares perdieron peso y el empresariado evolucionó hacia una visión más social.
–Reforma agraria, salud, educación, desocupación, criminalidad... Son muchos desafíos, y habrá más. ¿No tenés miedo de que la esperanza en torno de tu presidencia sea excesiva y que la presión de las masas populares y los movimientos sociales, como los Sin Tierra, se vuelva insostenible?
–Mi gobierno será de negociación permanente. Yo empecé negociando como sindicalista en los años duros del régimen militar. Es una vida entera negociando. El contrato social que proponemos será fundamental para aprobar las cinco grandes reformas: tributaria, agraria, política, del trabajo y de la jubilación. La reforma agraria, por ejemplo, se realizará tras discutir en torno de una mesa donde se sentarán el gobierno, los trabajadores sin tierra, los sindicatos y los propietarios, pacífica y civilizadamente. No habrá necesidad de la ocupación o de la violencia. Pero no se trata sólo de dar la tierra. Hace falta también ofrecer condiciones para producir y estimular las cooperativas de crédito, de consumo y de producción como se hizo en la Emilia Romagna.
–¿Cómo serán las relaciones con los Estados Unidos de Bush?
–Un gobierno democrático y popular en Brasil no tendrá ninguna hostilidad preconcebida hacia los Estados Unidos. El mercado norteamericano absorbe el 25 por ciento de nuestras exportaciones. Los mismos norteamericanos saben que hoy existe un sentimiento anti-EE.UU en todo el mundo, en América latina y en Brasil, pero pueden tener la certeza de que ese sentimiento no prevalecerá en nuestra política exterior. Los Estados Unidos son una gran nación. Esperamos que los Estados Unidos entiendan que Brasil es un país fundamental para la estabilidad del continente.