La vieja Europa
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10 de octubre del 2002
Estas guerras
Pietro Ingrao
Sodepaz
Pietro Ingrao, uno de los líderes más carismáticos -y heterodoxos- del Partido Comunista Italiano, director de L'Unita, presidente de la Cámara de Diputados, escritor y poeta, recibió el día 5 de octubre el título de doctor honoris causa de la Universidad de Barcelona como reconocimiento "a su trayectoria política y su reflexión sobre la democracia". Después de la presentación a cargo de Juan Ramón Capella, Ingrao ha impartido la lección que aquí publicamos.
Os doy las gracias con fuerza por el gran honor que la Universidad de Barcelona ha querido hacerme concediéndome este título, y mostrando una atención tan generosa a la investigación cultural y a las reflexiones sobre la democracia que he intentado desarrollar a lo largo del siglo borrascoso en que ha transcurrido mi vida. La emoción es aún más grande no sólo por el lugar extraordinario que España y Cataluña tienen en la historia del mundo, sino por un hecho particular, que me concierne directamente.
Fue en julio de 1936. Cumplí 21 años. Era estudiante en la facultad de Derecho, en la Universidad de Roma, en plena juventud. La agresión del gobierno fascista italiano a la joven República española fue el trauma, el acontecimiento sobrecogedor que me empujó, diría, me obligó, a la lucha antifascista, a aquel empeño en la batalla política que luego ha marcado mi existencia.
Empezó para mí, en aquellos años, la unión con el antifascismo español en el exilio, que se dilató en el tiempo, y me llevó al encuentro con la arrolladora poesía española del siglo XX, desde Machado, a Lorca, a Rafael Alberti.
En este largo camino de mi vida he esperado ardientemente que los horrores, las matanzas, los montones de víctimas que han marcado la época en que he vivido, se convirtieran en un simple recuerdo amargo, casi como un rastro de locura a la que nos condujo el capitalismo en su fiebre de la época fordista y -por su parte- los errores fatales del estalinismo. Sucesivamente nos ilusionamos con que -antes y después del derrumbamiento de la URSS- por fin se abriera un espacio nuevo para parar la carrera armamentista.
No fue así. Cuando el muro de Berlín cayó hecho añicos, hemos visto increíblemente que la guerra volvía a una zona crucial del mundo, la península arábiga, que es la bisagra entre Europa, Asia y África. Hoy la cuestión de la guerra se de nuevo en el horizonte.
Antes ha habido un turbio, ambiguo camino destinado a legitimar la intervención de los ejércitos en nombre de la necesidad de justicia. Recordáis, fue la grave acción militar de la OTAN en Serbia, justificada en nombre de la democracia y la liberación de los pueblos oprimidos por el déspota Milosevic. Los días en que los discursos hablaban de la "guerra justa". Alguien -en Europa- se atrevió a evocar un término supremo y antiguo. Habló de "guerra santa."
Es verdad que aquel hecho en los Balcanes fue potenciado y alimentado -al menos en parte por algunos actores- como la esperanza y la imagen de una purificación de la guerra, como si saliese del lodo del suelo y pudiera moverse en la pureza de las grandes altitudes de la atmósfera y pudiera golpear solamente, con la sabiduría de las técnicas modernas, los medios militares del adversario. Fue la que he llamado la ilusión o el engaño de la "guerra celeste". De esa ilusión salió -¿recordáis? - aquella imagen consoladora del piloto norteamericano que salía de la costa atlántica y -en la calma soledad de los cielos lanzaba una bomba inteligente- volvía limpio de manchas al hogar, en la patria norteamericana. ¡Qué error! Ha venido después la guerra en Afganistan y el bombardeo aéreo se ha mezclado con la destrucción de las ciudades, las matanzas de civiles, y con la máquina de las armas que se introdujo en las entrañas de las colinas. Han desaparecido poco a poco, amargamente, las justificaciones éticas, las representaciones salvadoras, los discursos moralizantes. Es cierto que no han sido eliminados hasta ahora los vínculos formales que fueron puestos en muchas Constituciones europeas y en la Carta de las Naciones Unidas al uso de las armas. Aquellas referencias todavía están escritas en esas leyes solemnes. Simplemente ocurre que están superadas o - de hecho - invalidadas. En mi país el artículo 11 de la Constitución, que permite sólo la guerra en caso de defensa, es de hecho despreciado sin que sobre esto haya ni sorpresa ni escándalo. Tampoco hay una discusión en el parlamento o ninguna explicación por parte del Presidente de la República, que sobre tal violación guarda un religioso silencio. Algo hay que me asusta más. El hecho amargo de que en nuestros países el sentido común no se alarma, no tiembla. Tenemos que decir esta verdad amarga. Pasáis las páginas de los libros, escucháis las palabras de los gobernantes. Pasáis las páginas de los debates parlamentarios. Encontraréis que ha desaparecido la palabra "desarme". No la usa jamás nadie.
Es en este sentido amplio y escalofriante que yo hablo de una "normalización" de la guerra. Se ha licuado el miedo, el horror que sacudió a mi generación y - en aquel mayo dl 1945 - nos hizo jurar que jamás volverían las matanzas.
¡Como mentíamos! Os fijáis hoy, miráis como se discute ahora, en estos días, abiertamente de un ataque a Irak, y se invoca la guerra preventiva. Y quién habla no es un político estúpido o un periodista fanfarrón. Lo propone hoy al mundo -como sentencia ineludible y urgente- el presidente de los Estados Unidos, el jefe de la potencia más grande de la tierra.
Y eso ocurre sin demasiado escándalo. No se reúnen con ansiedad los parlamentos. No tocan a arrebato las campanas de las iglesias. Ni los sindicados convocan huelgas. Precisamente se ha hecho normal, invocada por el país que se considera la guía del mundo, la guerra preventiva.
¿En qué se fundamenta esta nueva revalorización y normalización de la guerra y por qué hoy es el pacifismo una opción de pequeñas minorías?
Quiero sólo aludir a una explicación que -por comodidad y brevedad- llamaré "técnica". En verdad no está en mis competencias la crítica de las grandes innovaciones tecnológicas y los nuevos saberes que han ampliado y revolucionado los sistemas de armas, la relación de los conflictos, la combinación de las estrategias en tierra, mar y aire. Pero tengo en mente los fuertes cambios ocurridos en la relación político-social entre la vida del hombre sencillo y las masas de civiles y en su papel en la guerra en este paso de siglo.
Me parece indudable que en las últimas décadas se haya venido desarrollando, (¿o haya vuelto?) la connotación "especializada" en la práctica de la guerra. Parece desaparecida o debilitada aquella connotación totalizadora que la asumió clamorosamente desde principios del siglo XX, el camino que a partir del conflicto mundial del 1914 vio alineados en los frentes de batalla millones de hombres por años y años, y en una condición humana radicalmente diferente a la de civil, aquella guerra de masas en el barro de las trincheras que poco a poco se fue ampliando hasta implicar al conjunto de las naciones, a las ciudades lejanas del frente, la vida de los indefensos, las mujeres y los niños. Fue la guerra de masa. La guerra mundial, como la llamamos.
Hoy las acciones predominantes, el núcleo central de la acción bélica parecen de nuevo confiado a soldados profesionales, a ciudadanos y a ciudadanas que aceptan o hasta piden ser llamados a practicar la ciencia de la guerra, con sus altas tecnologías y con el riesgo de su muerte.
Las muertes colectivas en nombre del poder público vuelven a ser hazaña de nobles: bajo la perspectiva de la remuneración, del rango social y del reconocimiento público.
La existencia de estos grupos especializados en matar, en nombre de la comunidad, aparece como una nueva división de tareas, que les permite a los civiles, garantizados por está protección y conocimiento especializado, dedicarse -digámoslo así- serenamente a las tareas de paz. Pues el soldado Ryan -¿recordáis la película famosa?- puede estar tranquilamente en su ciudad, porque un adecuado "ejército profesional" carga sobre sus hombros lo cruento y "de nuevo" la noble profesión de la guerra.
Se podría por tanto pensar que esta revaloración de los ejércitos y su lanzamiento como fuerza y recurso central de la política se apoya sobre una operación de hacer más segura la vida de las masas civiles, y sobre el alejamiento -en el horizonte- del peligro de una vuelta de las pruebas terribles experimentadas en dos trágicas guerras mundiales. Se puede pensar también que Bin Laden y la terrible matanza de las Torres Gemelas -conscientemente y con una sobrecogedora osadía- hayan querido e intentado volver a incluir en el horno de la guerra de masas a los "civiles" del enemigo americano: para sembrar de nuevo en su ánimo el miedo a la guerra, el miedo de masas de las matanzas de masas. ).
¿Fue este el terrible desafío? No lo sé. Sé que los terribles acontecimientos que he señalado y los hechos que están en nuestro entorno reabren preguntas ásperas sobre el sentido y sobre las formas que asume la política en el inicio del Tercer Milenio y en la era de la globalización, una era en que el capitalismo -disgregados a escala mundial los procesos de la producción y el consumo- ha logrado destruir las nuevas subjetividades sociales, que en el curso del trágico siglo XX puso en tela de juicio sus poderes y sus principios.
Pero -con sorpresa de muchos- de esta victoria no han surgido la primavera del Tercer Milenio y la calma de una estación segura de sus íntimas reglas. Todavía vuelve al trono con arrogancia, pero también con una duda interior, la ciencia del matar, y vuelve justo en aquella Cumbre del mundo occidental dónde - después de la trágica derrota de los "rojos"- parecía tuviera que florecer una calma sabiduría irrefutable.
Pues, en 1936, el estruendo de las armas sobre vuestra tierra y los bombardeos de "Guernica" cambiaron mi existencia, me arrastraron al conflicto. No pensé, no habría pensado nunca que habiendo tenido la suerte de vivir casi un siglo, al final habría vuelto a aquella pregunta elemental sobre el derecho y sobre las formas de matar colectivas a los similares, y que este arte fuera presentado hoy como un instrumento de "educación" del mundo, de sabia "prevención."
Traducción SODEPAZ
Más información: http://www.sodepaz.org/irak/index.htm