4 de octubre de 2002
Elogio de Pietro Ingrao
Francisco Fernández-Buey
El País
La Universidad de Barcelona nombrará hoy doctor honoris causa a Pietro
Ingrao. Es todo un acontecimiento que no debería pasar desapercibido
a la sociedad barcelonesa. Pues además de un evento académico,
este nombramiento es un acto de valentía que honra a nuestra primera
universidad. Es un acontecimiento académico porque la universidad rinde
homenaje a una de las personalidades más fascinantes de la historia europea
del siglo XX. Y es un acto de valentía porque son contadísimas
las ocasiones en que la academia se abre al reconocimiento de los méritos
de un intelectual comunista que no ha renunciado a sus ideas. En los tiempos
que corren un hecho así tiene algo de insólito. Y, sin embargo,
este reconocimiento es de justicia.
A sus 87 años, Pietro Ingrao es un símbolo. Es historia viva de
lo mejor del comunismo italiano que, a su vez, habrá sido lo mejor que
ha dado el comunismo europeo del siglo XX. Ingrao estuvo en la organización
de una de las pocas huelgas contra el nazismo que se hicieron en la Europa ocupada,
en 1943, en Milán, y 60 años después, hace unas semanas,
ha estado en Roma en la más multitudiaria manifestación antiautoritaria
de la historia de Italia. Ya sólo por eso, probablemente, cuando haya
pasado del todo la resaca de la guerra fría y se haya superado la ideología
de la guerra de civilizaciones que hoy domina, cuando se hayan pacificado las
conciencias y pueda escribirse el Libro Blanco del comunismo del siglo XX, Pietro
Ingrao ocupará un lugar relevante en sus páginas. También
eso llegará, es de esperar, después del rosario de la aurora de
la razón laica en que ahora estamos. Quiero suponer que con este reconocimiento
a Pietro Ingrao la comunidad universitaria no sólo hace justicia por
nostalgia, sino que se adelanta unos años a la razón ecuánime
que vendrá.
Nacido en 1915, Pietro Ingrao estudió derecho y letras en la Italia de
Mussolini. Fue allí un universitario antifascista. Desde joven se sintió
atraído por el cine: colaboró con Luchino Visconti, como guionista
y ayudante de dirección, en la película Ossesione. Después
de la liberación, entre 1947 y 1956, dirigió L'Unità, uno
de los mejores periódicos comunistas europeos de todos los tiempos, donde
se dieron cita diaria algunos de los más serios intelectuales italianos
de la época. De ahí, de aquella colaboración en la togliattiana
'batalla de las ideas', nació un periodismo culto, informado, comprometido
y combativo que en los años de la guerra fría influyó mucho
no sólo en Europa, sino también en América Latina.
En las décadas centrales del siglo XX se decía que Ingrao representaba
la izquierda de la izquierda política, la izquierda del partido comunista
italiano, el mayor, más culto y mejor organizado de los partidos comunistas
de la Europa occidental. En 1966, en el XI Congreso del PCI, Ingrao reivindicó
el derecho a la disidencia. En 1968 presidía el grupo parlamentario comunista.
En 1976 fue elegido presidente de la Cámara de Diputados. Lo fue durante
tres años. Mientras tanto, Ingrao alternó el trabajo político
con la presidencia del Centro de Estudios para la Reforma del Estado, una institución
que impulsó interesantísimas publicaciones, como la revista Democrazia
i diritto. Cuando se hundió el llamado 'mundo socialista' y el PCI abandonó
su identidad, Ingrao quedó en medio, fuera del PDS y fuera de Rifondazione
Comunista. En 1993 se quedó sin partido, pero no se retiró: se
dio a conocer como poeta y siguió pensando en aquellas cosas que muchos
políticos llaman 'imposibles' y sin las cuales no se puede pensar de
verdad. Eligió entonces frecuentemente la forma dialogada de comunicar
y en 1998 fundó para eso, con Rosana Rossanda, Luigi Pintor, Lucio Magri
y Fausto Bertinotti La revista de Il Manifesto.
Siempre fue Ingrao, ya desde la época de Togliatti, un comunista incómodo,
independiente, con pensamiento propio, brillante en el análisis escrito
y brillantísimo en la comunicación oral de las ideas. Le recuerdo,
como ejemplo admirado, en los mejores años del PSUC aquí, cuando
se acababa de traducir su libro Las masas y el poder (Crítica, 1978).
Le recuerdo, aún fascinado yo por su verbo fresco y pleno de matices,
en una mesa redonda organizada por los jóvenes comunistas en la fiesta
romana de L'Unità cuando el PCI era todavía la principal fuerza
político-cultural de Italia: Ingrao tenía ya casi setenta años,
pero conectaba como nadie con las preocupaciones de los jóvenes, abierto,
como fue siempre, a los retos que había de abordar el socialismo. Le
recuerdo, finalmente, ya en las horas bajas del comunismo italiano, en uno de
los proyectos del centro para la reforma del Estado, por su agudo diagnóstico
de la evolución de la democracia en Europa y por sus ideas innovadoras
sobre la relación entre los de abajo y la política. Él
fue de los primeros en proponer la ampliación de la democracia representativa
en democracia participativa. Como fue también de los primeros en darse
cuenta de la importancia de la crisis ecológica y de la necesidad de
incorporar el ecologismo al programa comunista. Y de los primeros en impulsar
el nuevo pacifismo que estaba rebrotando al calor de las manifestaciones de
los años ochenta.
Aunque Ingrao ha sido un símbolo para muchos aquí, se ha traducido
poco al catalán y al español. Menos, desde luego, de lo que merecía
su obra abierta y crítica, su reflexión aguda sobre lo político
y lo social. Ingrao ha sido un político cultísimo con alma de
poeta. Pero su poesía -Il dubbio dei vincitori (1986), L?alta febbre
del fare (1994), Sul calar della sera (1990)- es casi desconocida entre nosotros.
Su libro autobiográfico, Le cose imposibili, publicado en Italia en 1990,
no ha pasado de ser aquí un libro de culto para unos pocos. Y la principal
recopilación de sus escritos e intervenciones políticas, Interventi
sul campo, está también por traducir.
La Universidad de Barcelona nos brinda una excelente oportunidad para dar a
conocer sus ideas, las de un pensador y hombre de acción que ha hecho
mucho por la revitalización del ideario socialista, por la paz y por
la pervivencia de la razón laica. Leyendo a Ingrao y escuchando su palabra
clara los jóvenes universitarios de hoy entenderán mejor la opinión
de sus padres sobre lo que fue aquí, para nosotros, en los tiempos sombríos
del franquismo, la cultura política italiana. Para los viejos rojos,
que seguimos admirando a Ingrao, este reconocimiento de la Universidad de Barcelona
es la ocasión de manifestar un agradecimiento intelectual que en los
años difíciles de la clandestinidad no pudimos o no supimos expresar.
Y para la ciudadanía en general tal vez sea la ocasión de conocer,
ya sin nostalgia, a uno de los representantes más preclaros de la pasión
razonada en la época de la gran ilusión igualitaria. Que es, al
fin y al cabo, nuestra época de siempre, la época de los humanos
civilmente comprometidos.
* Francisco Fernández-Buey es catedrático de Filosofía
de la Universidad Pompeu Fabra.