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2 de enero del 2002
El Pocho: Una vida dedicada a los demás
Daniel Ekdesman
Masiosare
En los barrios pobres de la Argentina se lloran las consecuencias humanas
del levantamiento popular. La trayectoria de lucha de algunas de las víctimas
hace sospechar que sus muertes no fueron casuales
Cuando todo era noche en Argentina, muchas estrellas salieron
a la calle para pelear por la claridad. Bajo el manto de la nueva paz oficial,
el recuerdo de los muertos que dejaron las jornadas del 19 y 20 de diciembre,
surge como una necesidad inseparable de la construcción colectiva del futuro.
Si algo verdadero y material dejó el levantamiento
popular, fue la muerte de al menos 29 personas, reconocidas oficialmente.
La mayoría de ellos fueron asesinados por la fuerza pública como si se tratara
de blancos estratégicos. En la ciudad de Rosario, tercera en importancia detrás
de Buenos Aires y Córdoba -pero con el mayor índice de desempleo-, ocho fueron
las víctimas fatales de los recientes episodios. Según los datos oficiales,
más del 20% del millón y medio de rosarinos no encuentra trabajo en el que
fue el centro portuario más importante del país.
Rodeada de un cordón industrial, Rosario crece
en medio de la tierra más fértil del país, a pesar de esto viven 155 mil personas
en villas miserias sin los servicios más básicos.
Desde el regreso de la democracia en 1983,
aquí se han producido 75 muertes a causa del gatillo fácil, asesinatos policiales
con un denominador común: el único delito de las víctimas es ser pobre. De
esta cifra, 53 se cometieron durante el año 2000, la mayoría dentro de instituciones
policiales y penitenciarias.
El Pocho
En 1989, mientras Raúl Alfonsín abandonaba la presidencia presionado por los
primeros saqueos de la historia argentina, Claudio Lepratti, conocido por
su gente como El Pocho, llegaba a Rosario. Cuando la semana pasada se originó
la segunda oleada de saqueos populares, El Pocho partió a trabajar como cualquier
día.
Oriundo de un pequeño pueblo de la provincia
de Entre Ríos y miembro de una familia de agricultores pobres, llegó a Rosario
con lo puesto para dedicarse de lleno a la militancia popular.
El barrio pobre de Ludueña Norte lo cobijó.
Allí, El Pocho comenzó a estudiar sacerdocio en la escuela-parroquia del padre
Edgardo Montaldo. También se recibió de profesor de filosofía y así empezó
a predicar su visión del mundo entre los más pobres.
Selló su destino junto a los que no tienen
nombre, rostro, trabajo, ni alimento, cuando decidió vivir en una pequeña
casita de madera en pleno corazón del Ludueña. El Pocho donaba su desnutrido
sueldo para la realización de eventos barriales.
"Al no tener trabajo, nosotros nos sentimos
mal. El trabajo es lo que nos hace vivir bien y ascender como personas. A
su vez, la falta de trabajo nos hace un mal enorme, es lo que nos incita a
la violencia, a la droga y a la delincuencia", expresó en alguna ocasión
El Pocho.
En la escuela del barrio Ludueña, Claudio germinó
lo que fue su logro más significativo: organizó y coordinó varios grupos de
jóvenes del barrio que se reunían a aprender cómo esquivar los sinsabores
de la vida en una villa miseria. La Vagancia, Los Gatos, Los Piqueteros, Los
Rope, Las Terribles, La Murga de los Trapos y Los Peloduros son algunos de
estos grupos con los que El Pocho compartió noches enteras de guitarreadas
y campamentos en los que la solidaridad se constituía en el valor fundamental.
Sobre este trabajo Claudio reflexionó en 1999:
"Ahora entendemos discusiones que hace cuatro o cinco años no entendíamos.
Recién ahora vemos que algunas cosas eran más fáciles de lo que creíamos.
Por eso podemos estar contentos, porque en algunas cosas hemos crecido. Había
cosas que se iban reclamando por parte de los chicos y que con el tiempo hemos
aprendido a dar respuesta".
La Vagancia
La Vagancia, bajo la dirección de Lepratti, elaboró una publicación barrial
llamada El Ángel de Lata. La revista es vendida por chicos de la calle.
"Somos los que hicimos las marchas, los
paticortos, pelo duro que pedimos respeto cuando estamos trabajando, los que
peleamos por la dignidad del que anda abriendo puertas, vendiendo flores,
limpiando vidrios para no manguear (robar). Los que defendemos nuestro trabajo,
porque el pan es fruto de nuestro esfuerzo, y si no... no hay pan. Somos los
que denunciamos la explotación de los padres y los chicos, los que acusamos
a los señores dueños de todo... hasta de la tierra que en un tiempo fue de
todos... Somos los pibes que andamos sedientos de vida, con hambre de afecto
y con los bolsillos del alma llenos de golpes y curtidas". Así arrancó
la editorial de la primer número de El Ángel de Lata, a mediados del 2000.
Además, El Pocho se dedicó a trabajar en la
escuela Nº 756 del barrio Las Flores, una de las villas miseria más grande
de la ciudad. Claudio trabajaba de cocinero para cientos de chicos cocidos
por el frío y el desamparo.
Fue justamente esa escuela la que el miércoles
19 encontró al Pocho desangrándose en el techo. Esa tarde, Las Flores se había
levantado, como tantos otros barrios pobres del país, y había decidido salir
a conquistar lo que por derecho le corresponde: la dignidad, que a veces viene
en forma de alimento. Los saqueos a supermercados y tiendas comerciales se
sucedían uno tras otro y la excusa para la represión policial no se hizo esperar.
Al ver el salvajismo con el que la policía
rosarina y la Gendarmería nacional molía a palos a los villeros, El Pocho
subió al techo de la escuelita para calmar los ánimos de la gente y exigió
a la policía el cese de la represión. Esas fueron sus últimas palabras. Una
bala policial calibre 22 se le incrustó por la garganta y su cuerpo se desplomó
al instante.
"Al Pocho lo mataron mientras trabajaba.
Eso es todo un signo: la mayoría de los desaparecidos de la dictadura militar
eran simplemente trabajadores", cuenta el padre Montaldo.
A su velorio en la escuelita de Ludueña llegaron
cientos de personas de diversas zonas de la ciudad. Esa tarde, Milton, integrante
de La Vagancia recordó: "Siempre nos decía que pase lo que pase sigamos
para adelante. Que si terminamos la escuela primaria empecemos la secundaria.
Que nada nos pare. Y por eso ahora nosotros vamos a seguir".
Otra vez el tiro les salió por la culata, las
numerosas manifestaciones de recuerdo y en reclamo de justicia por su muerte,
dan muestra clara de que El Pocho partió para renacer en mil caritas curtidas
por el desconsuelo.