25 de diciembre del 2001
Argentina:
La hora del pueblo
Heinz
Dieterich Steffan
Venceremos
El pueblo argentino, en uso de su
soberana facultad de destituir a una tiranía neoliberal impuesta por una camarilla
de banqueros nacionales e internacionales, políticos sin escrúpulos y la Casa
Blanca en Washington, hace dos décadas, ha dicho ¡basta! al saqueo neocolonial
de su patria. Pagando el precio de decenas de muertos, centenares de heridos
y miles de detenidos, ese gran pueblo culto, vital y rebelde ha recobrado su
dignidad frente a una élite delincuencial que ha destruido al país: primero
con la dictadura militar y el terrorismo de Estado y después con los políticos
vendepatrias.
Varias son las lecciones que plantea el argentinazo
del pueblo, secundado por las clases medias. En primer lugar, la moratoria política
que la oligarquía argentina, los militares y Washington esperaban obtener con
la matanza y desaparición de 30.000 luchadores sociales en los años 70 no rindió
los tiempos calculados. Cuando los terroristas de Estado en el hemisferio occidental
planean una operación como la de la dictadura argentina, calculan que les da
un interregno de ausencia de protestas y disidencia de 30 a 40 años. En este
caso sólo obtuvieron 18.
En segundo lugar, la acción directa del pueblo,
canalizada por sus organizaciones sociales y sindicales de base, revela una
vez más que los partidos parlamentarios en América Latina sólo representan a
sí mismos y a diferentes fracciones de la clase dominante. El carácter electoralista
de esas instituciones imposibilita que sean guardianes de los intereses populares.
El dilema de los partidos políticos es el siguiente: o son auténticos representantes
de la voluntad popular y, entonces, no llegan electoralmente al poder, o son
correas de transmisión disfrazadas de las élites y pueden ganar las elecciones,
pero no para gobernar a un país soberano, sino para administrar el caos.
En tercer lugar, quedó una vez más en evidencia
la hipocresía de Washington frente a la Patria Grande. Paul O'Neill, el secretario
del Tesoro de Estados Unidos, dijo que el «caos político» en Argentina no hará
cambiar su «postura contraria» a otorgar ayuda adicional a Argentina, que ni
el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni Washington deberían aceptar corresponsabilidad
alguna por la crisis y que la violencia no tiene nada que ver con la política
del FMI ("Wall Street Journal"). ¿A quién pretende engañar O'Neill
con su «postura contraria» a la verdad? La élite argentina, causante de la actual
catástrofe, ha sacado ilegalmente del país más de 120.000 millones de dólares
que se encuentran depositados en bancos y activos de Estados Unidos, Europa,
Uruguay y los paraísos fiscales, enriqueciendo a los banqueros internacionales
con esa fuga de capitales, evasión de impuestos y lavado de dinero cuyos intereses
imponen el FMI y el Banco Mundial (BM) a sangre y fuego.
¿Desconoce O'Neill que a cada presidente latinoamericano
entrante el Banco Mundial le entrega un juego de «recomendaciones» económicas,
fiscales, etcétera, que en la práctica se vuelven imperativos ineludibles para
los gabinetes «nacionales»? Y hay que recordar a O'Neill que fue bajo los gobiernos
del presidente Carlos Saúl Menem, cuando la orgía de saqueos neoliberales hizo
perder a Argentina el petróleo, la telefonía nacional, su línea aérea, la energía
eléctrica y su sistema bancario, porque Menem y su camarilla regalaron a sus
amigos españoles las riquezas del país, mientras disfrutaban de «relaciones
carnales» con Washington; tal como antes los dictadores militares habían disfrutado
de «relaciones carnales» con los banqueros estadounidenses y la Casa Blanca.
En cuarto lugar, el argentinazo ha dejado claro
que se acortan los tiempos en que eran viables en América Latina los países
gobernados: a) por una élite delincuencial, y b) explotados con un modelo de
acumulación neocolonial que les niega la reproducción ampliada del capital,
condenándolos al estancamiento y la destrucción económica. El levantamiento
cívico-militar de 1992 en Venezuela, que llevó siete años después a la Revolución
Bolivariana al poder; la insurrección indígena-popular-militar del Ecuador,
que terminó el 21 de enero de 2000 con el régimen del presidente Yamil Mahuad,
y el levantamiento popular argentino del 20 de diciembre de 2001, que hizo huir
al presidente Fernando de la Rúa de la misma forma ignominiosa en que huyeron
los estadounidenses en 1975 de Vietnam por un helicóptero de evacuación, no
dejan duda sobre el futuro político de la Patria Grande.
La última lección de Venezuela, Ecuador y Argentina
es que los factores a) y b) son los brazos principales de la pinza de subdesarrollo
oligárquico-imperial que es manejada desde Washington y cuya aceptación impide
toda posibilidad de recuperación de la Patria Grande. De ahí se deriva la política
necesaria para la consolidación del triunfo popular argentino y su conversión
en un futuro posible: a) la renegociación soberana de la deuda externa, si es
necesario de manera unilateral, pero de preferencia en concertación con Brasil,
Venezuela y Cuba y, b) la ampliación, profundización y democratización del Mercosur
hacia un bloque regional de «capitalismo proteccionista de Estado», potenciado
con la inclusión de Venezuela, Cuba y, pronto, Ecuador. Esta es la única alternativa
real frente al proyecto de africanización imperialoligárquico.