Argentina:
Ya vuelven los chupópteros
Osvaldo Bayer
Página 12
Mi intención era escribir acerca de un tema que trata del triunfo
de la verdad y solidaridad. Un hecho verdaderamente bello. La Unión de
Trabajadores Rurales y Estibadores inauguró su hotel en pleno centro
de Buenos Aires y le puso el nombre de "Facón Grande". El nombre de ese
criollo, José Font, digno hasta los tuétanos, que encabezó
–hace ochenta años– la gran huelga de los peones patagónicos,
y fue fusilado en forma vil y cobarde por el teniente coronel Varela, en la
campaña represiva ordenada por el gobierno radical. El nombre del gaucho
de los desiertos patagónicos, mártir en la lucha por la dignidad,
entra así por primera vez en las calles de Buenos Aires. El ejemplo del
coraje para la solidaridad. Allí está, ahora, su estampa, en la
calle Reconquista, después de décadas y décadas de haber
sido olvidado por la historia oficial.
También me hubiera
gustado describir en la nota de hoy el trabajo optimista y digno del personal
del hipermercado rosarino Tigre quienes, ante el abandono de la empresa por
parte de la irresponsable patronal, se han puesto a crear una cooperativa, un
supermercado comunitario, donde el trabajo mutuo y solidario pueda demostrar
cuánto valor se crea cuando el ser humano abre su mano para el trabajo
en beneficio de todos y no del egoísmo personal, cuando se cree en las
fuerzas propias y no en los viajes a Washington del gran mentiroso Domingo Cavallo,
o en los patacones de Carlos Ruckauf o en los discursillos con música
de la marcha de San Lorenzo del insignificante Fernando De la Rúa.
Pero el avión que
me trajo a Alemania me alejó de la Argentina cuando se estaba todavía
en la vigilia de los grandes hechos. Y fue en la televisión de aquí
que experimenté aquello tan esperado del espontaneísmo de las
masas –que cuando lo sostuve produjo la sonrisa superior de más de un
comentarista políticamente correcto–; sí, el pueblo estaba en
la calle después de haber agotado su paciencia y de sentirse humillado
hasta el hartazgo.
Otro gobierno radical que
caía. La historia se repite con ellos. Todos salieron disparando. El
país humillado. Los radicales le volvieron a meter bala, cosa que ya
aprendieron en la Semana Trágica. Ahí están los cuerpos
del pueblo, calientes aún. Y ese muerto en las escaleras del Congreso,
desangrado. Todo un símbolo.
Los "representantes" del
pueblo metieron violín en bolsa. Con muertos en la calle. El presidente
no se suicidó frente a su escritorio y su banda presidencial. No, se
rajó. Costumbre de la Unión Cívica Radical, muerta para
siempre.
Pero ahora queda el otro
populismo. Ya comienzan las sombras inmediatamente después del sol y
su claridad conquistada por el pueblo en la calle. El otro populismo con el
chupóptero insaciable que se chupó todas las riquezas, todo el
petróleo, todas las armas, toda la moral. Ahí está, presidiendo
el otro populismo y ya ha tendido sus tentáculos. Nuestro futuro es el
chupóptero o los nombres que esperan en un ansia indescriptible: Ruckauf,
Duhalde y todos los otros gobernadores que esperan en segunda andana, o por
ahí algún Yoma surgido de improviso de la mesa de póker
riojano.
Ya basta de populismos.
Para que la Argentina llegue alguna vez a ser una democracia tienen que desaparecer
los populismos para siempre. Porque si no el país terminará en
una cañonera paraguaya o matando hormigas en la isla Martín García.
Vergüenza de ser siempre
defraudados. La misma profunda vergüenza y asco que sentimos los argentinos
ante las pantallas europeas viendo las escenas de cobardía extremas de
la represión policial argentina en las calles y las plazas del país.
Todos vieron cómo eran golpeadas las Madres de Plaza de Mayo. Esta vez
los verdugos ejecutores fueron el huido De la Rúa, elministro Mestre
y el obediente lugarteniente Mathov. Más todos los jefes de policía
y sus bandas de comisarios. Esa policía que al igual que la gendarmería
se ha convertido únicamente en represora del pueblo. Son cuerpos represivos
contra el pueblo que no se esconde ni se pone de rodillas. Ante las cámaras
de la televisión extranjera quedaron registrados tal cual como fueron
durante la dictadura: cobardes asesinos de los mejores que derrumbaron las podridas
empalizadas donde se escondían los ladrones internacionales del despreciable
agente financiero Domingo Cavallo.
Los cuerpos represivos de
este diciembre glorioso mostraron la cara que tuvieron durante la dictadura
y que les fue protegida por el doble juego cínico de la obediencia debida
y el punto final de los Alfonsín, los Menem, los De la Rúa, los
Duhalde y Rückauf y también Reutemann, con sus jefes policiales
perfilados en el crimen y la desaparición de los años del oprobio.
En este diciembre de gloria salieron a demostrar con sus sucios uniformes su
crueldad y su mentalidad asesina. Las escenas fueron increíbles: Milicos
de a caballo con látigos rodeando y castigando con saña degenerada
a mujeres y jóvenes. ˇQué bestias! y esos son los que custodian
la seguridad de la sociedad argentina como con voz de suboficial alcahuete nos
endilgaba el excelentísimo payaso triste de la Nación. Hay una
escena que define hasta en sus últimos detalles la esencia inmoral y
perversa de los policías argentinos: un joven corre con una tira de asado
que ha quitado de algún supermercado, un policía lo atrapa lo
castiga con ferocidad con su palo en el rostro, le quita la tira de asado y
se la lleva al transporte policial que lo ha traído. Hoy, en el patio
de la comisaría, la policía hará su asadito para cambiar
la acostumbrada pizza con muzza doble...
Si nos creemos democráticos
y tenemos fe que los días de diciembre fueron el principio de una nación
en serio, debemos hacer desaparecer también toda la maraña de
las mafias familiares y de intereses en el populismo que resta y que va a tratar
ahora de tomar todos los timones. Para eso, las agrupaciones que con su presencia
y su actitud fueron capaces de lograr esta quiebra de una política de
cada vez más hambre, desocupación y miseria, tienen que seguir
sintiéndose protagonistas en la vida del país, seguir en asamblea
permanente y dar todo el poder a las asambleas, cuyos delegados llevarán
y traerán los conceptos y las ideas de los otros grupos del pueblo. Los
trabajadores, por su parte deberán movilizarse para terminar con el humillante
poder de los gordos en la central obrera, quienes han terminado por tiempo indefinido
con todo atisbo de democracia en la todavía inmensa columna de los hombres
de trabajo. No nos demos vacaciones esperando los resultados de los asimilados
al chupóptero y de otros que dominan los comités. No son ellos
los demócratas, no son ellos los que nos tienen que decir cómo
debemos comportarnos en nuestras vidas y en la protección de nuestras
familias. Y no dejar de vigilar el fascismo que se viene, con sus Seineldín,
Rico, Patti, Bussi, a quienes abrieron su camino precisamente los conciliábulos
y las posibles tajadas electorales de los partidos populistas reinantes.
El sábado pasado
entregamos los diplomas a los multiplicadores de la materia de Derechos Humanos
en Rosario. Un acto lleno de fuerza y de bondad. Sé que en las últimas
jornadas algunos de ellos fueron baleados cobardemente por la policía
de Reutemann, marcada por el símbolo de la dictadura de la desaparición.
Mi homenaje a esos hombres y mujeres que llevan en su alma la bondad de los
discípulos de los grandes pensadores de un verdadero encuentro entre
los seres humanos, alejado de egoísmos y de avidez.
Nada se va a arreglar con
el hombre elegido por el Senado. No dejemos que vuelvan los chupópteros
conocidos de antes ni sus conocidos seguidores de comité. En las rutas,
en las universidades, en los organismos dederechos humanos, en los sindicatos
sin gordos, en los comités de huelga, hay suficiente fuerza como para
ir formando un país como aquel que soñaron Moreno y Castelli en
la Primera Junta, Agustín Tosco en las largas marchas, Rodolfo Walsh
en sus sueños y los monseñores De Nevares y Angelelli en los humildes
patios de sus parroquias.