|
Argentina: La hora del pueblo
Heinz Dieterich
Steffan
Venceremos
El pueblo argentino, en uso de su soberana facultad de destituir a una
tiranía neoliberal impuesta por una camarilla de banqueros nacionales
e internacionales, políticos sin escrúpulos y la Casa Blanca
en Washington, hace dos décadas, ha dicho ¡basta! al saqueo neocolonial
de su patria. Pagando el precio de decenas de muertos, centenares de heridos
y miles de detenidos, ese gran pueblo culto, vital y rebelde ha recobrado
su dignidad frente a una élite delincuencial que ha destruido al país:
primero con la dictadura militar y el terrorismo de Estado y después
con los políticos vendepatrias.
Varias son las lecciones que plantea
el argentinazo del pueblo, secundado por las clases medias. En primer lugar,
la moratoria política que la oligarquía argentina, los militares
y Washington esperaban obtener con la matanza y desaparición de 30.000
luchadores sociales en los años 70 no rindió los tiempos calculados.
Cuando los terroristas de Estado en el hemisferio occidental planean una operación
como la de la dictadura argentina, calculan que les da un interregno de ausencia
de protestas y disidencia de 30 a 40 años. En este caso sólo
obtuvieron 18.
En segundo lugar, la acción
directa del pueblo, canalizada por sus organizaciones sociales y sindicales
de base, revela una vez más que los partidos parlamentarios en América
Latina sólo representan a sí mismos y a diferentes fracciones
de la clase dominante. El carácter electoralista de esas instituciones
imposibilita que sean guardianes de los intereses populares. El dilema de
los partidos políticos es el siguiente: o son auténticos representantes
de la voluntad popular y, entonces, no llegan electoralmente al poder, o son
correas de transmisión disfrazadas de las élites y pueden ganar
las elecciones, pero no para gobernar a un país soberano, sino para
administrar el caos.
En tercer lugar, quedó una
vez más en evidencia la hipocresía de Washington frente a la
Patria Grande. Paul O'Neill, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, dijo
que el «caos político» en Argentina no hará cambiar su «postura
contraria» a otorgar ayuda adicional a Argentina, que ni el Fondo Monetario
Internacional (FMI) ni Washington deberían aceptar corresponsabilidad
alguna por la crisis y que la violencia no tiene nada que ver con la política
del FMI ("Wall Street Journal"). ¿A quién pretende engañar O'Neill
con su «postura contraria» a la verdad? La élite argentina, causante
de la actual catástrofe, ha sacado ilegalmente del país más
de 120.000 millones de dólares que se encuentran depositados en bancos
y activos de Estados Unidos, Europa, Uruguay y los paraísos fiscales,
enriqueciendo a los banqueros internacionales con esa fuga de capitales, evasión
de impuestos y lavado de dinero cuyos intereses imponen el FMI y el Banco
Mundial (BM) a sangre y fuego.
¿Desconoce O'Neill que a cada presidente
latinoamericano entrante el Banco Mundial le entrega un juego de «recomendaciones»
económicas, fiscales, etcétera, que en la práctica se
vuelven imperativos ineludibles para los gabinetes «nacionales»? Y hay que
recordar a O'Neill que fue bajo los gobiernos del presidente Carlos Saúl
Menem, cuando la orgía de saqueos neoliberales hizo perder a Argentina
el petróleo, la telefonía nacional, su línea aérea,
la energía eléctrica y su sistema bancario, porque Menem y su
camarilla regalaron a sus amigos españoles las riquezas del país,
mientras disfrutaban de «relaciones carnales» con Washington; tal como antes
los dictadores militares habían disfrutado de «relaciones carnales»
con los banqueros estadounidenses y la Casa Blanca.
En cuarto lugar, el argentinazo
ha dejado claro que se acortan los tiempos en que eran viables en América
Latina los países gobernados: a) por una élite delincuencial,
y b) explotados con un modelo de acumulación neocolonial que les niega
la reproducción ampliada del capital, condenándolos al estancamiento
y la destrucción económica. El levantamiento cívico-militar
de 1992 en Venezuela, que llevó siete años después a
la Revolución Bolivariana al poder; la insurrección indígena-popular-militar
del Ecuador, que terminó el 21 de enero de 2000 con el régimen
del presidente Yamil Mahuad, y el levantamiento popular argentino del 20 de
diciembre de 2001, que hizo huir al presidente Fernando de la Rúa de
la misma forma ignominiosa en que huyeron los estadounidenses en 1975 de Vietnam
por un helicóptero de evacuación, no dejan duda sobre el futuro
político de la Patria Grande.
La última lección
de Venezuela, Ecuador y Argentina es que los factores a) y b) son los brazos
principales de la pinza de subdesarrollo oligárquico-imperial que es
manejada desde Washington y cuya aceptación impide toda posibilidad
de recuperación de la Patria Grande. De ahí se deriva la política
necesaria para la consolidación del triunfo popular argentino y su
conversión en un futuro posible: a) la renegociación soberana
de la deuda externa, si es necesario de manera unilateral, pero de preferencia
en concertación con Brasil, Venezuela y Cuba y, b) la ampliación,
profundización y democratización del Mercosur hacia un bloque
regional de «capitalismo proteccionista de Estado», potenciado con la inclusión
de Venezuela, Cuba y, pronto, Ecuador. Esta es la única alternativa
real frente al proyecto de africanización imperialoligárquico.