Desesperacion,
fuga, ira, esperanza
Guillermo Almeyra
La Jornada
La subjetividad de los argentinos ha sido modelada por los años de
recesión y, particularmente, por lo que está sucediendo desde
la pueblada de diciembre. Las colas ante las embajadas son síntoma de
la desesperación de un sector de la clase media, que escoge la fuga sin
retorno de un país que, como un barco que naufraga, arde y se hunde bajo
sus pies.
Pero
para emigrar hay que tener dinero y contactos y, además, los visados
y los reconocimientos de la nacionalidad de los descendientes de europeos se
conceden con gran demora y a cuentagotas. Sólo los judíos argentinos
pueden contar con la Ley del Retorno, que atribuye automáticamente la
nacionalidad israelí a los hijos de madre judía, y tienen la seguridad
de recibir al llegar a Israel 4 mil dólares y un subsidio de mantenimiento
durante seis meses, después de los cuales podrán intentar emigrar
a Estados Unidos o a Europa. Sus abuelos llegaron al país huyendo de
la persecución y de la violencia racial en Europa y buscaban integrarse
en él: ahora viven el drama de tener que reconocer y afirmar una alteridad
que intentaron borrar y, para colmo, de hacerlo sobre una base exclusivamente
religiosa y exclusivista para, a cambio de dinero, colaborar a su pesar en la
violencia racista y la colonización de tierras palestinas. Incluso estos
privilegiados entre los fugitivos de Argentina viven también el fracaso
de las ilusiones de sus antepasados y, para muchos, el drama de renegar de sus
posiciones laicas y progresistas. El drama de la fuga -esa puerta semiabierta
en lontananza, prometida pero inalcanzable- lleva a un corte con el país
y con la esperanza, y a la angustia de lo que sobrevendrá en otras tierras
no sólo a los que desean huir, cortar sus raíces: también
afecta a sus amigos, parientes y vecinos porque partir c'est mourir un peu,
irse es morir un poco.
Argentina no es ya la tierra
de la promesa, del orgullo; "Dios ya no es argentino". La inseguridad, la autodenigración
personal y nacional, la idea de que el futuro será cada vez más
negro y de que el presente sólo ofrece -con suerte- la posibilidad de
sobrevivir, tiñen ya la visión del mundo y de sí mismos
que tienen vastos sectores de la clase media, y de los obreros calificados,
fuertemente golpeados por los despidos, que la devaluación del peso,
con la consiguiente reducción de los consumos, aumentará, por
lo menos durante los meses próximos.
Las medidas de Cavallo-De
la Rúa, pero también las de los sucesores, provenientes todos
del mismo establishment que hundió el país, han causado una sensación
de impotencia, abandono, estupor, que debería teóricamente dar
la base para el egoísmo, la apatía política, la resignación.
Pero al mismo tiempo, como
la inmensa mayoría de la población no pertenece a la clase media
acomodada, siente desde hace rato la fuerte influencia de los trabajadores,
y el país no puede emigrar y vaciarse. Hay en esa mayoría una
nueva subjetividad en construcción. Surgen reflejos de defensa y de lucha,
atisbos de solidaridad. El trueque envuelve ya a un millón de personas
(hace meses la cifra llegaba a la mitad), los saqueos de supermercados llevaron
a acciones solidarias de distribución de alimentos, el miedo a los saqueos
y asaltos de las viviendas de los trabajadores (cosa que no se produjo) llevó
a formar comités de autodefensa armados (que no serán olvidados).
Sobre todo, las manifestaciones y cacerolazos llevaron a la calle, con métodos
de lucha obrero-populares, a vastos sectores jóvenes de la clase media.
La experiencia de la fuerza colectiva, que derribó al gobierno, quedó
anclada en la conciencia y no podrá ser borrada.
La superación de
los partidos tradicionales -radical y peronista- en las luchas callejeras se
profundizará, estimulada por la formación del gobierno de Duhalde
de unidad nacional, con ministros radicales y el apoyo de Alfonsín. El
sostén dado por las burocracias sindicales a la política de Duhalde
acentuará el aislamiento de las mismas y, por lo tanto, tendencias a
la autorganización en muchos sectores sindicales. El agravamiento de
la situación laboral y salarial impulsará por su parte las luchas
defensivas, al menos en un sector, aunque desmoralice y aplaste a otros.
Lo fundamental es que la
Argentina de la movilidad social ascendente; de la posibilidad de llegar, en
una generación, desde la clase obrera a la clase media; el país
de los yanquis del sur, se ha acabado definitivamente. En lo inmediato, eso
rompe las ilusiones primermundistas y crea condiciones para el desarrollo de
claras divisiones de clase. Las diversas subjetividades sociales no confluirán
ya en la idea de la unidad nacional, tan cara al nacionalismo de derecha y al
peronismo, porque todos los no capitalistas han hecho su experiencia tanto con
la "patria financiera" como con los políticos y servidores del capital
financiero internacional. Argentina está entrando en la normalidad.
galmeyra@jornada.com.mx