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Otra vez los gases lacrimógenos
Darío L. Machado
Miles de ciudadanos han
salido otra vez a la calle. Nadie los convocó. Hay un mecanismo de respuesta
rápida; salen con una espontaneidad cada vez más matizada por la toma de conciencia.
El motivo esta vez ha sido la medida anunciada por el gobierno del presidente
de facto, Eduardo Duhalde, que pospone por un año la posibilidad de que los
ahorristas saquen su dinero del banco y cuando lo hagan lo recibirán a cuenta
gotas, en algunos casos por el dilatado período de cuatro años más.
La medida afecta de manera particular al pueblo, que no ha dejado de manifestarse
todos estos días, desde que comenzó el desfile de presidentes, que parece
no terminar. Basta pensar en la familia que tiene sus modestos ahorros en
una única cuenta en el país, sin alternativas en un banco exterior, o el que
ahorró para tiempos peores y ahora no tiene trabajo, o el pequeño propietario
que saca de su cuenta el dinero para financiar su negocio y ahora no podrá
hacerlo, y ya es suficiente para explicarse la reacción popular.
Pero no es todo. La gente sale con bronca, harta de recibir golpes y más golpes,
promesas y más promesas. El blanco de las protestas populares son la Casa
de Gobierno, el Congreso Nacional y los bancos; el pueblo identifica con claridad
meridiana quiénes son sus verdugos. Entre las frases más repetidas por los
coros de manifestantes estaba "yo no lo voté", prueba lapidaria
de la raquítica legitimidad que tiene este gobierno. Los estudiantes de ciencias
políticas que quieran en lo adelante estudiar una crisis política tendrán
en el modelo argentino un ejemplo casi insuperable. Lo que allí está ocurriendo
equivale, en pelota, a cambiar un lanzador tras otro sin que ninguno controle
la situación.
El estado de la Nación es tal, que alguien con tan poco prestigio ante el
pueblo, como Carlos Menem, se animó a acusar públicamente de inepto al atribulado
Duhalde, soslayando el detalle de que una vez lo escogió para ser su vicepresidente;
nada, desmemoriado el pibe...
Mientras los ciudadanos están en la calle desafiando la represión, el Fondo
Monetario Internacional, coprotagonista principal de la bancarrota argentina,
enviará este fin de semana una misión para asesorar técnicamente (¡sí! han
leído bien) al gobierno de Duhalde en materia financiera, mientras han declarado
paladinamente que les preocupa la inestabilidad política del gobierno. El
FMI, desde su poderoso Olimpo financiero se da tiempo para observar y definir,
no la manera de ayudar a los argentinos a salir de la trampa a la que ellos
mismos los empujaron, sino para definir mejor cómo continuar jugando su papel
de cancerberos de las empresas transnacionales y del gran capital financiero.
El FMI quiere aplicar su receta tradicional, que incluye el tan esgrimido
orden en las cuentas fiscales de las provincias, reducir la evasión crónica,
pero más que nada, aplicar a rajatablas un tipo de cambio flotante: o sea,
más de lo mismo.
Al FMI no le interesan las advertencias, casi denuncias, de que la aplicación
del cambio flotante conducirá seguramente a la hiperinflación, con efectos
aún más devastadores sobre la gente. Total, para ellos, sí hay "desorden"
—socorrido eufemismo para referirse a la legítima protesta popular—,
pues que haya represión; para eso está el gobierno. Y todo parece indicar
que no aflojarán un centavo mientras no estén seguros de que se dejará flotar
la moneda.
El atribulado Duhalde tiene sobre sí muchos ojos, en particular los intereses
españoles y europeos en general, el FMI, los gobernadores de provincias, y
el pueblo. De nuevo se vuelven a barajar las variantes de dejar flotar las
monedas o dolarizar, o ambas, una primero y otra después. Ninguna logrará
fortalecer la economía del país, ninguna resultará conveniente para el pueblo.
Pero Duhalde no tiene otras cartas en el juego. Es con ellas que está llamando
a un diálogo con todos los sectores para encontrar un inexplicable consenso,
pero no tiene nada que ofrecer.
El presidente, sin embargo, ha logrado algo que no pudo su acelerado pero
efímero predecesor: pudo reunirse con los gobernadores de las provincias y
llegar a algunos acuerdos, entre ellos el de que estos se resignen a no cobrar
el dinero del llamado "piso de coparticipación", sino solamente
lo que el gobierno nacional debe a las provincias. A cambio de ello, el gobierno
nacional renuncia a promover la reforma constitucional, dejando a cada quien
que reduzca los gastos de gobierno. Al menos tendrá unos minutos de paz con
ellos.
Los gobernadores obtuvieron también otra cosa: participar en las negociaciones
financieras que haga el país. Nada, que este recién estrenado gobierno tiene
muchas penas y pocas o ninguna alegría, y todo indica que la peor inversión
que se puede hacer hoy en Argentina es apostar un centavo a que durará hasta
el 2003.
La caldera sigue acumulando presión. Un manifestante, con una lógica lapidaria
digna de Martín Fierro declaró ayer a un periodista: "Tengo 42 años y
me robaron, si yo robo un banco voy en cana. Si a mí me robaron se llama "entidad
financiera". Como que dos y dos son cuatro.