A un año de los atentados, Bush continúa con la guerra
¿A quién creerle, a Eduardo Duhalde o a Nelson Mandela?
DECLARACIÓN DE GUERRA
El discurso de George W. Bush ante la asamblea general de las Naciones Unidas, el 12 de setiembre, fue una declaración de guerra. Y no sólo contra Irak, al que conminó a desarmarse o sufrir una guerra inevitable. También contra el resto del mundo, ya que el cowboy texano ninguneó a la ONU, preguntándose: "¿Servirán las Naciones Unidas al propósito de su fundación o serán irrelevantes?". El mandatario buscó sumar a la entidad mundial a su campaña de guerra, asegurando que el Consejo de Seguridad se había creado para "que las acciones de los países miembros consistan en algo más que hablar".
Su ultimátum al gobierno iraquí carece del mínimo principio de equidad. La superpotencia que tiene miles de ojivas nucleares y misiles estratégicos en sus arsenales, rampas, bombarderos, navíos y submarinos; el ejército más poderoso de la Tierra, que en este ejercicio fiscal gastará 366 mil millones de dólares pedidos por Bush y votado por el Capitolio; el país que gasta en armamentos más que los otros diez países que le siguen en orden al rubro defensa y seguridad; el mismo que tiene hasta el techo sus arsenales no sólo nucleares sino también convencionales, químicos y bacteriológicos, dentro de su país y en bases del extranjero, ¿ese país tiene derecho a conminar a otro a desarmarse unilateralmente o resignarse a que lo borre del mapa?.
No tenemos simpatías por Saddam Hussein pero es obvio que no puede desarmarse cuando en la zona del Medio Oriente lo apuntan los misiles de la VI Flota del Mediterráneo, la V Flota del Mar Arábigo y la VII Flota del Indico. Y cuando los propios medios estadounidenses han publicado que una de las opciones consideradas por el Pentágono es una campaña de bombardeos contra Bagdad y el rápido desembarco desde países vecinos de un cuarto millón de soldados.
SIN PRUEBAS
En los días previos se especuló con que el presidente iba a poner sobre el tapete de la ONU las pruebas que tenía sobre la existencia de armas de exterminio en manos de Irak. No hubo nada de eso, sólo acusaciones superficiales de que el país árabe es un "peligro para la paz mundial".
La semana antes que se hicieran tamañas acusaciones antiárabes, el ex mandatario James Carter escribió en una columna de opinión en The Washington Post que "Bagdad no es un peligro para EE.UU.". En cualquier momento la Casa Blanca acusa a Carter de ser un "comunista" o miembro de la "red Al Qaeda" (están enojados con él porque ya viajó a La Habana y pulverizó la acusación de la administración Bush de que la isla tenía armas biológicas).
Esa acusación del funcionario John Bolton fue tan falsa como las que repitieron Bush y Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, contra el presunto armamentismo de Bagdad. Como ya comentó LA ARENA en varias oportunidades, la comisión de las Naciones Unidas para el desarme iraquí, UNSCOM, operó en el terreno entre 1991 y 1998 y no encontró nada. Así lo admitieron los responsables de esa comisión, el australiano Richard Butler, el norteamericano Scott Ritter y el sueco Rolf Ekeus. Ritter estuvo días atrás en Irak y declaró a la CNN que las armas de exterminio masivo son una patraña lanzada por Washington para justificar una agresión.
DIGNIDAD DEL VIEJO GUERRERO
Nelson Mandela dejó la presidencia de Sudáfrica pero no la costumbre de hablar claro y fuerte. En un reportaje a la revista Newsweek, reproducida por la BBC on line, el viejo guerrero del Congreso Nacional Africano y su grupo guerrillero Lanzas de la Nación, aseguró que la política exterior de EE.UU. "es una amenaza para la paz mundial".
El hombre que estuvo 27 años preso de los racistas de Pretoria apoyados por la superpotencia y el Reino Unido, puso otro dedo en la llaga al hablar de Medio Oriente. Mandela dijo que "Israel tiene armas de destrucción masiva, pero nadie habla de eso".
Sin llegar a ese nivel de dignidad, la reunión de la Liga Arabe realizada hace casi diez días en El Cairo, también puso límites severos a los planes norteamericanos de agresión. Los 22 países miembros pidieron "el levantamiento de las sanciones impuestas a Irak" y "el cese de cualquier forma de injerencia en sus asuntos internos". El cónclave apoyó la propuesta de Hussein de estudiar la autorización para el regreso de los inspectores de armas de la ONU dentro de una solución global que incluya el cese del bloqueo dispuesto por el Consejo de Seguridad hace doce años.
Ajeno a la resistencia que su política de agresión genera en diversos confines del globo, Bush insistió ante la ONU que "por herencia y por decisión propia, los EE.UU. adoptarán esa posición (de adoptar medidas decisivas contra Irak)". La alusión a la herencia bien pudo ser entendida como que su política invasora de hoy es la continuidad estrictamente familiar de la "Tormenta del Desierto" lanzada por su padre en enero de 1991. ¿Quién dijo que las dinastías estaban sólo en Ryad, Doha o Kuwait?.
INDIGNIDAD DEL CANCILLER
El primer aniversario de los atentados dejó mucha tela para cortar en Argentina. Por ejemplo, en la política de los medios de comunicación, por lo general alineados con la visión norteamericana del mundo. No nos pareció mal que los canales de televisión dedicaran programas especiales al 11-S. Sí que las opiniones allí volcadas estuvieran en más del 90 por ciento impregnadas del punto de vista de la Casa Blanca. Además fue deplorable que los Mariano Grondona, Oscar González Oro, Andrés Repetto y otros periodistas por el estilo occidental y cristiano dieran cámara preferentemente a elementos ligados a los servicios como French, el ex director de la SIDE menemista; el coronel retirado Luis Prémoli (uno de los cráneos que vaticinaban el fracaso inglés en la recuperación de Malvinas basados en estimaciones numéricas) y el nunca retirado Rosendo Fraga. A diferencia de la gente honesta que seguramente sintió náuseas cuando vio por TV la inauguración de la Bolsa de Wall Steet decorada este 11 de setiembre como gran símbolo patriota y con dotación de soldados, aquella fauna entró en estado orgásmico. Y a propósito, ¿por qué no dedicaron ediciones especiales a recordar la masacre de Avellaneda, donde la policía y fuerzas de seguridad masacraron a los piqueteros?.
Siguiendo con la línea de la indignidad hay que incluir al cónsul argentino en Nueva York, Juan Carlos Vignaud. El miércoles, éste elogió como "discurso memorable" la basura unilateralista de Bush, de setiembre del año pasado, cuando negó la posibilidad de que los países pudieran ser neutrales ante su "guerra antiterrorista".
El vasallaje siguió con el canciller argentino en la ONU. Allí, de paso y sin siquiera una reunión formal, Carlos Ruckauf le dijo a Bush que contara con el acompañamiento de Argentina para la campaña anti-Irak. Esto no podía sorprender a nadie. El presidente cubano, quien había calificado como "lamebotas" a la administración De la Rúa, dijo en abril último que la duhaldista era "lamesobras".
Más grave que esos hechos fue que el gobierno argentino preparara el 11 de setiembre una tribuna especial en la Escuela Superior de Guerra para que disertara el embajador norteamericano ante cientos de oficiales. James Walsh aprovechó el "Seminario sobre Política y Estrategia" para insistir en "que todos los países del mundo se unan en una coalición contra la amenaza del terrorismo". Halagando los oídos de los generales Ricardo Brinzoni y Juan Carlos Mugnolo, el diplomático señaló que "en la concepción de EE.UU. el poder militar es una herramienta clave en la guerra contra el terrorismo". De ese modo dio una clara señal a los militares argentinos para que presionen sobre el gobierno para asumir también aquí ese rol de "herramienta clave".
Uno de los conceptos más peligrosos de Walsh fue que los militares tienen que estar alertas ante "instituciones de caridad y organizaciones originalmente legítimas que pueden estar infiltradas por las bandas terroristas". Su discurso fue neofascista, al punto que algunas agencias de noticias nada izquierdistas pusieron en sus cables que "por momentos pareció recordar la lucha antisubversiva en la década del ´70 bajo el paraguas de la doctrina de la seguridad nacional".
Por supuesto, la culpa no fue del embajador, que no hizo más que bajar la línea de su gobierno ante la oficialidad. La culpa fue de Duhalde y la cúpula castrense que lo llevaron a ese seminario con luz verde para decir lo que dijo.
EMILIO MARÍN / DIARIO LA ARENA