Tras el asesinato del joven Diego Peralta, el reconocido criminólogo Elías Neuman aporta una visión íntima.
Esta historia real confirma que sin cambios de fondo será muy difícil desprendernos de las fuerzas de seguridad heredadas de la dictadura militar del 76'.
por Elías Neuman / Marca de Radio
Asumió Alfonsín y creímos que ingresábamos a la democracia. Bisoña, pero democracia. Después advertiríamos que sólo se trató de la institucionalización de los poderes desquiciados por la sangrienta y crapulosa dictadura.
Fue después de la asunción, que un amigo -valga la fugacidad del vocablo- me llamó para anunciar que mi nombre se columpiaba entre los posibles candidatos para la dirección del Servicio Penitenciario Federal. Y mi asombro fue mayor cuando un prefecto de prisiones me llamó para felicitarme. Me anunció que varios inspectores generales de la institución querían conocerme y hablar conmigo, es más, que les encantaría oír una conferencia ante la inminencia de mi nombramiento. Acepté. Sólo que omití decirle que nadie de la esfera gubernamental me había hablado sobre el asunto. Y no lo hice porque esta vocación de investigador social, que incluye estudios de campo, me hizo suponer la presencia de una experiencia inédita en mi vida y a un mayor conocimiento del personal penitenciario de la mayor jerarquía.
Al día siguiente, con motivo de una oportuna invitación, cené con la plana mayor en un sitio, me parece recordar que por la calle Maipú, donde la oficialidad tiene un formidable comedor con muy buenos vinos. Como producto de alguna nube etílica alguien brindó por mi inminente llegada a la institución. No tuvo mayor acogida. Por mi parte, me limité a sonreír y, toda vez que se me preguntaba sobre si había aceptado el ofrecimiento de la subsecretaria de justicia, o en que andaban las tratativas, me limité a decir "en eso estamos".
La conferencia la di en el casino de oficiales de la cárcel de Caseros. Para mí representaba una suerte poder decirle a treinta o cuarenta oficiales que, con acuerdo a lo que señala la ONU, el servicio penitenciario debía ser de carácter civil. Miraba sus trajes de ceremonia y me parecía mentira poder decirles como lo hice que el preso odia al uniforme y que sus razones tiene… ¿acaso no fue un uniformado el que lo privó inicialmente de la libertad?. De ahí que en el lunfardo carcelario se los siga llamando ratis, yugas, yuta, cobanis. Les expliqué que la institución, según lo señalara en varias publicaciones, no debe ser asimilada (como sucede aún hoy) con un cuerpo de seguridad nacional equiparable a la policía, según un decreto ley de la época del gobierno de facto de Lanusse. Sus jefes siempre durante los gobiernos de facto y la dictadura habían sido oficiales retirados del ejército, del escalafón comando. De modo que mi llegada a la dirección que todos daban por segura, salvo yo, rompía con la tradición.
Durante la conferencia en que no hice más que expresar, una vez más, lo que tantas veces había dicho y publicado, sentí que los indignaba. Y advertí algo inquietante: la adscripción al uniforme de casi todos ellos. Mi raíz intensamente civil con registros, según los tiempos, de aversión por los uniformes, nunca me lo había presentado tan de frente.
Acudí a aquello de la "acrisolada vocación" de bien común de buena parte del personal y que así como había que pensar en un cambio ideológico o estructural en la policía también debería efectuarse con respecto al personal penitenciario. Se requiere, les dije, instituciones para la democracia con total e irrestricto respeto por los Derechos Humanos de los ciudadanos, aún de aquellos que vulneren la ley.
Omití decirles que esa vocación penitenciaria no se adquiere desde la infancia. Los chicos juegan al vigilante y al ladrón y cambian tiros, personajes y ritos necrófilos según el momento, pero nunca al carcelero.
Dos días después, acudí a cenar a la casa del inspector general del servicio de prisiones. La comida, en la que participó su mujer y el capellán mayor de los penales (un cura que vestía con sotana), transcurrió plagada de anécdotas carcelarias muchas de ellas risueñas. Después pasamos al living, donde sin más, el dueño de casa con serena severidad, me dijo:
--- Dr. Neuman, ya sabrá usted a estas alturas que el personal está muy inquieto con su designación. En realidad, no lo quieren. Reconocen que usted sabe mucho pero que es un teórico. Eso de crear prisiones agricolopecuarias abiertas y de mediana seguridad para personalizar la sanción, no los tiene preparados. En verdad, estamos acostumbrados al encierro, a la seguridad máxima. Además, eso de meter jueces de ejecución penal en las cárceles, se vive como una invasión y, fundamentalmente, convertir al cuerpo en civil… parece descabellado…
El cura, a su vez, explicó: "sabemos que sus intenciones son excelentes y los cambios que propone no están exentos de buenos propósitos, pero usted sabe que desde el 55' a la fecha somos un cuerpo militar o, como usted lo ha llamado paramilitar. Y eso no es una mera costumbre sino algo que se siente muy adentro por la gente…
En un momento recogí una abrumadora sinceridad en sus palabras aunque nada en común tenían con mis ideas:
--- Usted sabe, doctor Neuman que dentro del personal tenemos gente… como le diré? En esos momentos el cura agregó, pesada. Los apartamos, continuó el inspector, los mandamos a trabajar en el Chaco, en Misiones, en Trelew, o a la 9 de Neuquén. Y allí son señores feudales, meta rigor y palos… Y esa gente, doctor, es, y de esto estoy seguro, los que días después de que usted se haga cargo… va a provocar motines y revueltas sangrientas en que unos negros amasijan a otros…
--- Son personas- siguió el cura- capaces de ubicarse cerca de bandas rivales para que se trencen, en no permitir el paso de comestibles, en hacer mermar la comida, en no permitir ciertos negocios que usted sabe… o también la visita familiar e íntima.
--- Así es, pero lo más peligroso -interrumpió el oficial- es que para desestabilizarlo a usted y, por cierto al secretario de Justicia, le van a promover esos motines simultáneamente… en el Chaco, en Neuquen y en Villa Devoto, por ejemplo, ¿se imagina? A nadie interesa la cantidad de muertes que podrían ocurrir pero los medios levantan las noticias y hacen batahola. Es como una revolución dirigida hacia usted para deslegitimarlo y, por añadidura, ¡al que venga, al que caiga!
No, me dije. No podría sobrellevar por mi culpa, ni en el plano surrealista, la muerte de nadie. Los miré con fijeza y les dije de modo terminante: no aceptaré la designación.
---Es que, doctor, usted es un hombre sensible, un científico social y no un político, sentenció el cura.
Me levanté y reiteré: "si, es así, mañana renuncio a la designación".
Y me fui.