2 de agosto del 2002
Alquiler
Antonio Dal Masetto
Página 12
Es la tercera vez que el parroquiano Mateo se me acerca con el diario
abierto:
–Por favor, me lee acá.
–¿Perdió los anteojos? –le pregunto.
–Los alquilé. A un vecino de mi edificio. Tres días por semana,
lunes, miércoles y viernes. Al hombre no le da el cuero para comprarse
un par, yo me sacrifico un poco, hago una buena obra y de paso me gano unas
monedas.
–Veo que no soy el único en asociar altruismo con negocio –dice el parroquiano
Anselmo–. Tengo un buen vecino, hombre de edad, que todos los días iba
a sentarse a la plaza y se ponía a envidiar a esas personas que se juntan
al atardecer y, mientras los perros retozan, se cuentan unas a otras las gracias
de sus respectivas mascotas. A mi vecino no le da el cuero para tener un perro
propio y mantenerlo. Así que le alquilo a Sultán los fines de
semana. Ahora, cuando me lo devuelve, me cuenta las cosas extraordinarias que
hizo Sultán en la plaza. Yo sé que las inventa, pero hago como
que le creo y todos felices.
–Yo alquilo mi pierna ortopédica. No fue nada sencillo conseguir un interesado
al que le falte la pierna del mismo lado y que tenga mi misma altura. Pero nada
es imposible, un día tocaron timbre y ahí estaba el tipo con muleta.
"Vine por mi pierna", me dijo. Cerramos trato, me saqué la pierna y se
la di. "Ya mismo me voy a la milonga, a sacarle viruta al piso", dijo el tipo.
Lo tengo de cliente viernes y sábados.
–Mi vecino del quinto piso me comentó que se muere de frío y que
anda sin plata para comprarse un acolchado como la gente. Le alquilé
el mío tres días a la semana. Cuatro para mí que soy el
titular. Los días previos a quedarme sin abrigo vivo pendiente del pronóstico
meteorológico para saber si me va a tocar una noche de estepa siberiana
o no.
–Yo alquilo mi ojo de vidrio. Es muy solicitado para casamientos, cumpleaños
y fiestas de todo tipo. Lo entrego con un lente de contacto para aplicar al
ojo de vidrio o al ojo real y equiparar el color, según el gusto. Les
digo que no doy abasto, prácticamente ando con el parche negro los siete
días de la semana. Mi ojo de vidrio está siempre trabajando.
–Nosotros alquilamos el sonajero de nuestro nene para el nene de un matrimonio
vecino. Cobramos por hora. O llora el de ellos o llora el nuestro. Pero así
son los negocios.
–Señores, yo creo que tenemos entre manos una mina de oro. Arrancamos
prácticamente con inversión cero y no corremos ningún riesgo
de descapitalizarnos. Propongo que nos juntemos y formemos una sociedad. Aportamos
una monedita cada uno e imprimimos un boletín con los productos en alquiler.
Ser propietario hoy en día es una suerte y hay que saber aprovecharla.
–Yo puedo alquilar mi audífono de 14 a 20 todos los días laborables.
–Yo uso plantillas ortopédicas y podría alquilarlas día
por medio.
–Yo tengo una máquina de escribir Olivetti portátil, adiestrada
para escribir cuentos. Y buenos cuentos.
–Yo dispongo de las uñas postizas –dice la parroquiana Amelia–. Son importadas.
Nunca las quise vender. Sabía que un día me iban a sacar de apuros.
–Ustedes son afortunados, pero no todo el mundo dispone de un capital inicial.
¿Qué pasa con los que no tienen nada para alquilar?
–No se achique, amigo, absolutamente todos disponemos de algún capital.
Piense un poco y seguro que en su casa o en usted mismo hay algo que otros están
necesitando.
–Señores –dice el Gallego–, aplaudo la iniciativa y les ofrezco en alquiler,
por una módica suma, un pedazo de bar. Podrán disponer de dos
mesas y sillas a discreción. No van a encontrar en la ciudad mejor lugar
que éste para conferirle seriedad a los contratos de alquiler de sus
productos. Brindemos por el nuevo emprendimiento. Nunca dejan de sorprenderme
las posibilidades empresariales de este país. No me equivoqué
cuando dejé mi Galicia y me vine para estas costas. Tierra fértil,
clima generoso, gente práctica, imaginativa y siempre dispuesta a dar
una mano. Acá el que no se las rebusca es porque no quiere.