Cuando se quiere, se puede
Virginia Giussani
La Insignia.
Chapelco es un cerro imponente y bello que se encuentra al sur del país, en San Martín de los Andes. Allí donde la naturaleza se anima a jugar con sus mejores colores y la creación es un acto constante de pinceladas, perfumes, formas y sonidos que ninguna mano humana puede llegar a recrear en su plenitud.
Sin embargo, también el paraíso sufre los embates del hombre y su avidez. Durante siglos reservas indígenas mapuches gozaron de su tierra, se alimentaron con sus raíces, bebieron de su agua cristalina y crecieron en armonía junto a ese paisaje que los cobijaba. Pero el cerro es demasiado bello como para dejarlo solo con su esplendor y otros hombres, con una cultura urbana y más cerca del cemento que de los bosques, vieron el negocio y construyeron un imponente complejo turístico. .
A los pies del cerro y de este imperio de nieve moldeado por el hombre, existen varias reservas indígenas, una de ellas es Puente Blanco, que hasta hace unos días soportaron y resistieron la agresión constante a sus tierras y su cultura. Desde la construcción de este complejo su calidad de vida se vio brutalmente modificada, pero lo más alarmante se generó cuando empezaron a tener problemas de salud. Su gente y sus niños, inexplicablemente, comenzaron a sufrir diarreas crónicas, infecciones urinarias, malestar estomacal. Luego de una investigación se llegó a la conclusión que el problema estaba en el agua. Sus antecesores, como ellos, utilizan el arroyo como recurso natural de subsistencia, pero el arroyo fue contaminado. Los depósitos cloacales del complejo nunca fueron terminados y los desagües de los baños fluían alegremente corriente abajo hacia la reserva. .
Luego de reclamos y luchas durante años, nada cambio, a pesar que la empresa Nieve de Chapelco S.A, concesionaria del cerro, hace tres años había firmado un convenio por el cual se comprometía a modificar esta situación. Nada cambio. Había llegado la hora de tomar medidas más contundentes para hacerse escuchar. .
Esperaron el momento propicio. Estaba por comenzar el Torneo Internacional de Snowboard organizado por Nokia, además de los cinco mil turistas allí congregados, había prensa de todo el mundo. Los visitantes se aprestaban a gozar de espléndidas jornadas y los mapuches a recuperar sus derechos básicos de subsistencia. Puente Blanco cortó la ruta de acceso al complejo. El piquete también se hizo realidad en el paraíso perdido. .
Los turistas llegaron a formar una fila de tres kilómetros al ser detenidos por este corte. Los mapuches les pedían perdón y les explicaban que si subían usarían los baños y que "de eso ya no querían beber más". Los turistas entendieron y no sólo eso, se solidarizaron con ellos. A partir de allí comenzó un tironeo entre la justicia y esta "desobediencia civil". Llegó un fiscal que amenazó correrlos con la fuerza si no se iban del lugar. Las mayores voces y gritos de reclamo en defensa de los mapuches fue la de los turistas. Abuchearon al fiscal y los trabajadores del complejo se sumaron a la lucha y se negaron a seguir trabajando en esas condiciones. .
Los mapuches observaron esta escena insólita, callados, volvieron a pedir perdón a los visitantes extranjeros y se alejaron para decidir en asamblea el próximo paso. Los turistas hicieron lo mismo. Finalmente llegó una jueza, pidió hablar con Fidel, el líder mapuche, un niño de quince años le respondió que estaba en asamblea. "Esto es importante" replicó duramente la jueza. "Esto también" contestó el chico y la jueza se marchó. .
Los mapuches decidieron continuar con la medida y los esquiadores resolvieron formar una comisión en apoyo a la lucha. Desde una conciencia pocas veces vista, este grupo de gente saludable, relajada y dispuesta a pasar unos días de esparcimiento, dejó de lado sus esquíes, su ducha caliente, su comida sabrosa, para unirse a este otro grupo de gente desconocida pero con la verdad entre sus manos. Finalmente la solidaridad se hizo tangible. .
Frente al crecimiento de la situación y su difícil manejo para llegar a buen puerto con pocas palabras, la jueza regresó y propuso ir con un bioquímico a examinar las aguas. La acompañaron un grupo heterogéneo: dos mapuches, el fiscal, ocho periodistas, el secretario de turismo de San Martín y dos esquiadores de la comisión de turistas. .
Al llegar a la base del cerro el olor era tan nauseabundo que se tornaba hasta absurdo tomar pruebas: las cloacas estaban abiertas. La jueza, luego de hablar con Alfred Auer, un austríaco encargado del complejo, decretó la clausura provisoria del mismo hasta no solucionar como corresponde esta situación. Los mapuches se abrazaron entre si y con los turistas, quienes a su vez reclamaron a los dueños del complejo el reintegro de su dinero. .
Puente Blanco podrá volver a beber y bañarse en las aguas de su arroyo. Esta batalla la ganaron, pero lo que ellos quizás no saben es que lo más importante de esta victoria no fue sólo haber recuperado su calidad de vida, sino también haber generado un hecho en donde el sentido común y la solidaridad pudo unir aquello que, más allá del maquillaje y los estilos, está en la raíz del ser humano: la dignidad. .
Sería más que auspicioso que hechos como éste se comenzaran a reproducir por el país. No importa el sector social, cultural, religioso y hasta ideológico, importa encontrar y defender lo que todos tenemos en común, ese largo camino de regreso al respeto humano.