Los primeros 25 años de las Abuelas
Por Luis Bruschtein
Hubo algunos casos en que los padres murieron en enfrentamientos y quedaron
los chicos. Ese enfrentamiento, a lo mejor era necesario mantenerlo oculto.
¿Qué hacíamos con esos pibes? Hicimos lo lógico: buscar
algún matrimonio que no tuviera hijos y se los dimos". Estas declaraciones
que publicó Página/12 en 1987, provenían de una conversación
grabada entre un dirigente político y el teniente coronel Mohamed Alí
Seineldín, en ese entonces agregado en la embajada de Panamá.
Poco después, el dirigente carapintada aseguró que no había
formulado "declaraciones periodísticas", pero esas palabras
expresan con mucha claridad un aspecto de la represión durante la dictadura
que implicó el robo y apropiación de 330 bebés, hijos de
desaparecidos –y es posible que sean más– por parte de las Fuerzas Armadas.
Esa frase explica también, desde la lógica de los apropiadores,
la existencia de las Abuelas de Plaza de Mayo, que este mes cumplen 25 años.
Al principio eran Madres de Plaza de Mayo. Pero ellas tenían una carga
mayor: además de sus hijos desaparecidos, buscaban también a sus
nietos. Las Madres reclamaban en la Justicia, en los ministerios, en las vicarías
castrenses, en las comisarías. Ellas además buscaban en las maternidades,
en los hospitales, en los orfanatos y en cualquier lugar donde pudieran encontrar
datos de nacimientos o adopciones en condiciones extrañas. Las que eran
abuelas en Madres empezaron a reunirse para intercambiar datos, experiencias
y contactos y en octubre de 1977 decidieron organizarse como Abuelas de Plaza
de Mayo.
La frase atribuida a Seineldín expresaba una parte de esa lógica
perversa, un intento de racionalizar la maldad intrínseca de un acto
bestial cuyo contenido esencial estuvo expresado en el título del documental
de David Blaustein: "Botín de guerra". Los hijos del desaparecido
eran apropiados por los militares como si fueran una de sus pertenencias.
Otros militares aseguraron que las familias de los desaparecidos habían
formado subversivos y por lo tanto no podían entregarles esos bebés
para que los convirtieran en los subversivos del futuro. El ex asesor menemista,
Alvaro Alsogaray, trató de explicarlo como una acción de carácter
humanitario porque en muchos casos era imposible identificar a los guerrilleros
que utilizaban documentos falsos. Cada uno que habló para justificar,
explicar o tratar de racionalizar el robo de niños quedó enchastrado
y revolcado. Un bebé no tiene ideología ni puede manejar un arma,
no es responsable de nada, es la inocencia, no importa que sea hijo de guerrillero
o de general. Tomar revancha con un bebé, suprimirle su derecho a la
familia, a su historia, condenarlo a crecer con extraños y amar a quienes
tuvieron relación con la muerte de sus padres no tiene justificación,
ni explicación en ningún contexto, simplemente se trata de un
acto de maldad y quienes lo defendieron o trataron de explicarlo, sólo
expusieron su propia perversión.
La lucha de las Abuelas estaba centrada en el flanco más débil
e impresentable de la represión. Muchas veces ellas buscaban un niño
que no habían llegado a conocer o que apenas habían conocido a
las pocas semanas de vida. Se les desdibujaban los rostros de esos niños
a medida que pasaba el tiempo e iban creciendo. Pero lentamente el muro de silencio
se resquebrajó, un dato mínimo, un nacimiento imposible informado
por un vecino, una adopción ilegal denunciada por un empleado, un nacimiento
en cautiverio que se filtraba al exterior y llegaba a las Abuelas. Sin recursos
y con escaso apoyo de familiares o colaboradores, iniciaban una peligrosa tarea
de investigación para obtener una dirección o un nombre, hacían
seguimientos en los que a veces tenían que disfrazarse, y confirmaban
con infinita paciencia cada uno de los datos que iban acumulando. Si el apropiador
se percataba de que había sido localizado, volvía a desaparecer
y en varios casos se fugaban a Chile o a Paraguaydonde conseguían la
protección de Augusto Pinochet o Adolfo Stroessner en los primeros años
de los ‘80. Varios chicos fueron detectados en esa época cuando apenas
tenían seis o siete años. Cuando la investigación confirmaba
la filiación, comenzaba una dura batalla primero en la opinión
pública y luego en la Justicia.
La apropiación de menores y supresión de identidad no fueron delitos
juzgados en el juicio a los ex comandantes, pero al mismo tiempo quedaron exceptuados
del Punto Final y la Obediencia Debida. Estas dos leyes emitidas durante el
gobierno de Raúl Alfonsín y luego los indultos a los represores
condenados que decretó Carlos Menem hicieron pensar a muchos que se había
agotado la lucha por la Justicia en la Argentina.
Pero la lucha de las Abuelas por recuperar a sus nietos había logrado
fuerte consenso internacional y nacional y así lograron la creación
del Banco Nacional de Datos Genéticos para la identificación de
los chicos recuperados, la creación de la Comisión Nacional por
el Derecho a la Identidad, así como la incorporación del derecho
a la identidad en la Convención Internacional del Derecho del Niño
aprobada por Naciones Unidas e incluida en la Constitución argentina
recibieron todo tipo de distinciones internacionales y por dos años consecutivos
fueron propuestas por importantes personalidades de todo el mundo para el Premio
Nobel de la Paz.
Más de 200 jóvenes acudieron en forma voluntaria para verificar
su identidad y han logrado recuperar en estos 25 años 79 ex chicos apropiados.
El dique cerrado a cal y arena en la Justicia con el Punto Final, la Obediencia
Debida y los indultos cedió por las causas de apropiación de menores
y supresión de identidad. Los dictadores Jorge Videla y Emilio Massera,
los generales Guillermo Suárez Mason, Leopoldo Fortunato Galtieri, Cristino
Nicolaides, Reynaldo Bignone y Jorge Omar Riveros, los almirantes Antonio Vañek
y Rubén Francos y el "Tigre" Jorge Acosta fueron a prisión
junto a otro grupo de torturadores como el "Turco" Julián y
Juan Antonio del Cerro, "Colores". La recuperación de tantos
jóvenes y haber logrado que la Justicia cayera sobre estos represores
constituyen logros concretos de la lucha de las Abuelas, que multiplican la
importancia ética y testimonial de su existencia.
Es cierto que todavía falta que muchos represores vayan a la cárcel
y que cientos de hijos de desaparecidos apropiados recuperen su identidad. Pero
las Abuelas recién han cumplido 25 años.