Democratizar las fuerzas de seguridad
Fuente: Raul D¨atri
"Cuando alguno se animaba a asomarse al ventanuco de la celda que daba a uno de los patios interiores del Penal de Rawson, solía ver cómo los yugas se encaminaban a la "escuelita" para someterse al cotidiano lavado de cerebro que los hacía dóciles instrumentos programados para mortificar y aniquilar a los hijos del pueblo confinados en las mazmorras del sistema."
Con algunos vestigios del argot carcelero aún adherido a su lengua –o a su pluma- un ex prisionero político del "lopezreguismo" y de los militares recordaba algunos aspectos del programa represivo que se puso en vigencia en nuestro país, desde mucho antes de la globalización neoliberal.
"A partir de los juicios a los genocidas y torturadores que se pudieron hacer antes del cerrojo del Punto Final, la prensa argentina popularizó la palabra "escuelita" para aludir a los edificios donde se sometía a los presos políticos y sociales a sistemáticas sesiones de picana eléctrica y otros malos tratos peores que la mente común difícilmente podría imaginar. Pero los presos de Rawson le llamábamos así –además-- a un sector al que debía concurrir diariamente el personal carcelario para recibir "instrucción" acerca de los "inconfesables" designios de los "subversivos", "apátridas", "comunistas", "guerrilleros" y demás cucos que, como "el hombre de la bolsa" en nuestra infancia, dibujaban el perfil de los enemigos de la Patria en el imaginario de la tropa, suboficiales y oficiales.
La democratización de las Fuerzas Armadas y de Seguridad de nuestra Patria, es el único camino para que nunca más se repitan casos como el del cadete Segundo Cazanave y el conscripto Carrasco, que fallecieron por malos tratos recibidos en unidades militares. Pero, a diferencia de la supresión del Servicio Militar Obligatorio que fue una salida de compromiso para encubrir el salvajismo militar que quedó al desnudo tras la muerte del soldado neuquino, la decisión política de democratizar las instituciones armadas apunta contra la Doctrina de la Seguridad Nacional, andamiaje ideológico que sostiene la instrucción de las fuerzas "del orden" neoliberal, a cuyos integrantes se los educa en una "hipótesis de conflicto" donde el enemigo a destruir es el pueblo.
Sólo así se puede explicar la deformación de la conciencia de miles de agentes militares, policiales, penintenciarios, gendarmes, prefectos y fuerzas paraestatales, responsables del genocidio de la pasada dictadura que costó 30.000 desaparecidos, la represión, torturas, encarcelamiento, persecución y otras formas de "aniquilamiento" de compatriotas.
Así comienza un Borrador de trabajo que circula en organismos de derechos humanos y entre jóvenes y vecinos de Victorica, la localidad de La Pampa cuyo nombre resonó en todo el país cuando el entonces presidente Galtieri financiara el "asado del siglo" para el lanzamiento del partido cívico militar, como salida elegante de la dictadura genocida. Esto fue a principios de los ’80,
mucho antes que estallara el "caso Cazanave", el joven cadete victoriquense que falleciera el 23 de mayo de este año por los presuntos malos tratos recibidos en la Escuela de Suboficiales "Gral. Lemos" de Campo de Mayo.
Esa "hipótesis de conflicto" que dibuja el "identikit" de un "enemigo interno", está instrumentada por quienes dirigen la preparación y acción de los argentinos/as armados y uniformados, de la única forma que puede "bajar" hasta los últimos eslabones de la cadena de mando: tratar brutalmente al subordinado inmediato, para que éste a su vez "descargue" su propia bronca sobre el que sigue en línea descendente.
En realidad, "la escuelita" –en cualquiera de sus dos acepciones— no se reducía a un pabellón o edificio aislado, sino que abarcaba toda la cárcel, en todos y cada uno de los organismos carcelarios y militares del país; ya que la enseñanza tenía un carácter dialéctico, teórico-práctico, en la que nosotros, los presos, éramos el último eslabón, el "enemigo" que, en la hipótesis de conflicto adoptada sin más por los gobernantes argentinos, debía ser flagelado, destruído, aniquilado, mortificado, torturado... ¿Y qué método más eficaz podía haber para inculcar ese salvajismo en el trato entre hermanos y semejantes, que bajarlo desde las altas esferas...? Así, los jefes "yugaban" a los oficiales, éstos a los suboficiales, los suboficiales al agente raso, y éste, con todo el odio y la impotencia en el alma, terminaba martirizando al preso.
Es la "obediencia debida" que se pretende al menos legalizar, porque no hay forma de legitimar ante la conciencia humanitaria ningún crimen de "lesa humanidad".
Ese código se aplica a rajatabla, y se asemeja a la "ley del gallinero", tal como lo han podido constatar quienes han tenido el triste privilegio de conocer desde adentro los cuarteles y cárceles del régimen, o que estuvieron en las entrañas del sistema represivo y viven aún para contarlo...
Ahora, con la difusión de los escabrosos detalles de cómo se trata a cadetes que recién entran o son tomados "de punto" por los "veteranos", suboficiales y hasta oficiales, queda al descubierto como se "baja" esta diabólica Doctrina de la Seguridad Nacional a través de un canal sico-pedagógico que termina en el subconciente de cada soldado, de cada gendarme, de cada policía, de cada argentino/a armado. Y hasta de familiares, amigos, vecinos, encandilados muchas veces por el prestigio social que todavía enmascara los harapos a los que ha quedado reducida la conciencia sanmartiniana, que era ante todo humanitaria y nunca iba a "desenvainar la espada para derramar sangre de hermanos..."
Ese salvajismo termina inevitablemente en los últimos eslabones de la escala social, humana, económica, cultural, potenciada generalmente por el resentimiento ancestral de las clases sociales más desposeídas, de donde se surten las instituciones armadas y uniformadas para formar sus tropas.
Es comprensible que quienes no han vivido una situación límite tengan dificultad para ver este conflicto interno de la sociedad argentina. Recién cuando un ser querido cae bajo la brutalidad militar o el salvajismo policial, se iluminan las conciencias de familiares y vecindarios, que lenta y duramente llegan a la comprensión del drama propio y ajeno.
De a poco, dolorosamente, sale a la luz el nombre de cientos de miles de víctimas que desaparecen en las aguas de un río, o se los traga la tierra, literalmente hablando... Si no caen en el olvido por el cómodo "algo habrán hecho", quedan deambulando por los rincones más oscuros de nuestra "civilización", a veces con el estigma de malformaciones orgánicas e ideológicas que la desnutrición, la pobreza, los castigos y la exclusión les produce en forma indeleble.
PUEBLO CONTRA PUEBLO
Así, el mítico "pueblo en armas" concebido para defender la soberanía nacional y el orden constitucional, se enfrenta al "otro" pueblo que es la verdadera víctima del enemigo externo, del enemigo trasnacional, del enemigo que lo explota, lo exprime y le arrebata la riqueza atesorada con sangre, sudor y lágrimas.
Pero contra este poderoso enemigo no hay "hipótesis de conflicto", porque ya se ha ocupado, previsoramente, de comprar conciencias y servicios "internos", para que entre hermanos se entretengan matándose, mientras "los devoran los de afuera". Es otro "lavado de cerebros" pero a otra escala, a otro nivel...
Por eso el ex comandante en jefe del Ejército, Martín Balza tiene algo de razón, cuando dice que el "caso Carrasco" y el del victoriquense Segundo Cazanave "no tienen muchos puntos en común". En realidad, ambas tragedias tienen mucho más que puntos en común: tienen "vasos comunicantes", los de la "doctrina de la seguridad nacional".
Esa doctrina que los poderes trasnacionales le impusieron a las fuerzas armadas y de seguridad de nuestra Patria, complicando en el crimen, el salvajismo y el odio a toda la escala jerárquica, cuidándose que hasta el más modesto colimba, "yuga", suboficial o soldado tenga las manos ensangrentadas y la conciencia complicada con la represión.
Desde esa óptica se puede entender que soldados, gendarmes, policías y demás uniformados argentinos, martirizaran, reprimieran, asesinaran a millones de argentinos y argentinos, especialmente desde el golpe de estado de 1976.
¿De dónde sino del pueblo argentino provienen las miles de víctimas que arrojó el sangriento genocidio de la década del 70’, que se prolonga sin solución de continuidad en el "genocidio social" que diezma la población argentina, especialmente en la niñez?
Ya no es una "hipótesis" sino una trágica realidad la que muestra a las claras a los dos enemigos enfrentados: la clase dirigencial –militar, política, religiosa, social— vs. el pueblo argentino.
Barcesat fue contundente cuando apuntó contra "un código no escrito: que quienes ejercen el mando pueden imponerse a quienes tienen que sufrir la relación de mando-obediencia".
Es una tarea que requiere la guía especializada, pero con o sin ella, tarde o temprano, el pueblo tendrá que rastrear los efectos sicológicos, sociales, culturales, de la represión política, como hizo el Equipo de Asistencia Psicológica de Madres de Plaza de Mayo desde la dictadura misma.
REEDUCAR PARA LA PAZ, LA JUSTICIA, LA LIBERTAD
La consigna de "democratizar las fuerzas de seguridad" es una síntesis convocante y movilizadora para elaborar y llevar a la práctica un verdadero programa de transformación de nuestras instituciones armadas, como parte inseparable de una estrategia global de "democratizar el estado nacional".
Aunque parezca escolar o elemental, cabe explicitar el alcance y el significado real que tenemos que atribuir al concepto "democratizar": demos= pueblo; cracia= gobierno. O sea: gobierno del pueblo. Así, la definición de Lincoln ("gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo"), se refiere, concreta y explicitamente, a la creación e instalación de un poder del pueblo, un poder popular.
No es del caso entrar en disquisiciones constitucionalistas basadas en el precepto de que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes"; porque lo que está en curso, aquí y ahora, es una crisis de representatividad que hay que resolver en la práctica, y no sólo en la teoría, en la discusión dilatoria y distractiva.
Por eso, la "democratización de las fuerzas armadas" debería comenzar por desarmar a todas las fuerzas de seguridad, mientras no haya un riesgo cierto de agresión externa, invasión, etc.; único supuesto que justificaría darle un arma a un argentino/a para matar a otro ser humano....
Pero lo fundamental sería sustituir el actual sistema de educación y formación de los institutos militares, policiales, de Gendarmería, Penintenciarios, etc., etc. por un Sistema Democrático Unico para la defensa de la Paz, la Soberanía, la Justicia y demás valores fundamentales consagrados por la Constitución Nacional y los Tratados Internacionales que conforman la Ley Suprema de la Nación.
A ese fin, el control de los institutos de educación y formación de las fuerzas de seguridad deberá pasar a la Universidad Nacional, el Congreso Nacional, al Ministerio de Educación, que, con la participación de las entidades de DD.HH. y otras organizaciones populares que expresamente se designen, elaborarán programas de enseñanza en que la prioridad debe ser la enseñanza de los derechos humanos, sociales, políticos, nacionales, económicos, culturales y demás derechos y garantías fundamentales consagrados por las Naciones Unidas y nuestra Carta Magna.
Los docentes encargados de los nuevos programas de enseñanza cívico-militar deberían acceder a sus funciones por concursos de oposición y antecedentes, en los que se ponga el acento en la trayectoria democrática de los aspirantes, quienes no podrán tener ningun antecedente que ponga en tela de juicio su vocación patriótica, humanitaria y democrática.
N. de la RedSur: difundimos este Borrador como una contribución a la estrategia de democratizar el Estado y la Sociedad, y como una herramienta de trabajo, movilización y organización popular democrática, que empiece a dar cuenta de las tareas más urgentes y acuciantes que tiene que encarar la sociedad pampeana y argentina. Este documento tiene que terminar siendo, pues, una creación colectiva, popular, democrática.