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A la preocupación europea y estadounidense por el medio ambiente, que despertó en los años setenta, le acompañó la desconfianza de los pueblos del sur que la veían como un problema de los "hartos del mundo", mientras para ellos los verdaderos problemas, que condicionaban la salud, eran, y siguen siendo el hambre y la miseria. Una reflexión autocrítica en el Norte y una consideración más detenida desde el sur, vienen superando el desencuentro. Han contribuido a ello algunos escritores como Dario Pacino, Joan Martínez Alier o Leonardo Boff, y varios encuentros internacionales, sobre todo los de Porto Alegre.
Este mundo en que vivimos es un escándalo moral que reclama la corrección de la explotación y del abandono que pesa sobre los empobrecidos. Un encuentro de lo medioambiental con lo social, significa para nosotros cambiar el ángulo de la mirada, y "mirar desde abajo". Se hace preciso el crecimiento de la "conciencia de especie", la consideración de que todos los humanos formamos parte de la misma especie, y la ampliación de la idea de prójimo, porque prójimo no es sólo el vecino próximo, hay también un prójimo lejano.
Una "Ecología Política de la Pobreza" pasa por reconsiderar lo que ha sido el concepto lineal de progreso que, en el ámbito cultural en que vivimos, nos viene, prácticamente, de la Industrialización. Ese concepto mantiene la creencia de que al progreso "técnico-material" le sigue, siempre y necesariamente, un progreso "espiritual o moral". Hoy tenemos suficiente evidencia histórica como para decir que eso es falso y que hay que rectificar esa idea de progreso. Walter Benjamin dejó escrito que "en la historia de la humanidad no hay pieza o elemento civilizatorio que no haya sido también un elemento de barbarie". Debemos rectificar la creencia de que eso que llamamos "civilización europea o norteamericana", es mejor o superior a cualquier otra que haya existido en el planeta. Eso es una equivocación metodológica: no hay civilizaciones superiores a otras, porque no hay posibilidades de comparar en términos tan generales. La experiencia dice que cada vez que uno cambia de lugar o de país, siempre encuentra en las otras culturas que desconoce algo, en lo que ni siquiera había pensado, que resulta no sólo interesante sino que le hace pensar hasta qué punto aquello no es mejor que lo suyo propio.
Desde la Ecología Social de la Pobreza debemos reconsiderar lo que ha sido la conciencia laica, probablemente lo mejor que produjo la Ilustración europea, tratando de desarrollar la autocrítica de la ciencia y de la tecnología para apartar el cientifismo y el espíritu tecnocrático dominantes. Se debe reconsiderar, pero sin caer en el otro extremo. Porque, ante la problemática actual, se necesitan al mismo tiempo sensibilidad y ciencia: sensibilidad humanística y ciencia con conciencia. Se necesita más ciencia porque, por mucha importancia que se dé al voluntariado, éste, sin conocimiento científico, queda cojo. Podemos ayudar mucho más cuanto más sabemos.
Igualmente es preciso un diálogo entre tradiciones de liberación o emancipación de las diferentes culturas históricas que incluya, indistintamente, puntos de vista laicos y religiosos. Siempre será mejor hacer una lectura que ponga más el acento en los problemas más reales, más concretos de los miembros de la especie humana, en lugar de hacer pasar al primer plano las creencias últimas. Como decía Bertolt Brecht, "primero la comida, y luego la moral".
Ni todo el sur es sur, ni todo el norte es norte. Hay mucho norte en el sur y mucho sur en el norte. Pero en medio de tanta pobreza, ante los prójimos que están próximos o lejanos, la cuestión es ver si la estructura de la naturaleza humana está bien conformada. Es casi un asunto biológico: se trata de saber si podemos contemplar lo que contemplamos sin desarrollar callos en la conciencia que nos hagan inmunes a esa realidad.