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Medio Oriente

19 de septiembre del 2003

Ni Palestina ni Israel: la fatiga de vivir en tierra de nadie

Amira Hass
Rebelión
Traducido para Rebelión por L.B.
Hasta hace siete años su nombre tenía sentido: Umm al-Assafir, el vecindario de la "madre de los Pájaros". Se veía y escuchaba a los pájaros a todo lo largo y ancho de la amplia y pedregosa extensión de terreno que va desde Beit Sahur hasta el monasterio Mar Elias. Hace ya varios años que el canto de los pájaros ha sido reemplazado por el fragor de los bulldozers, más tarde por el estampido de los disparos y después otra vez por el estrépito de bulldozers y tractores. Ahora queda el nombre y han desaparecido los pájaros, dice Hussein Zawahara, residente del lugar. Su cuñado Ahmed llegó incluso a trabajar durante algún tiempo en uno de esos tractores, propiedad de una empresa israelí que arañaba y excavaba la tierra de la zona a fin de construir la valla de separación conocida como "el cinturón de Jerusalén", al sur de la capital. La valla -en realidad son tres, una de ellas de alambre de espino enrollado, con una carretera de seguridad intermedia- se va acercando progresivamente a la población [palestina] de Beit Sahur.

"Ahmed trabajaba porque tenía que ganarse la vida tras pasar muchos meses sin encontrar trabajo, y nos encerró a nosotros y a nuestro vecindario detrás de la valla", dice Hussein con sarcasmo.

No se trata exactamente de un vecindario. En realidad, se trata de dos pequeñas casas de piedra construidas sobre dos cuevas que en otro tiempo sirvieron de vivienda, dos estructuras de hojalata y aluminio que sirven de almacén, un redil para el rebaño de ovejas --120 cabezas-- y unas cuantas parcelas sembradas de vegetales y plantadas con árboles. Durante 55 años éste ha sido el hogar de la familia extensa de los Zawahara: los ancianos padres más otras seis familias que incluyen a algunos de sus hijos y nietos. En total cerca de 40 personas, de las cuales 23 son niños: bebés, niños pequeños y escolares.

Las casas más cercanas de Beit Sahur se hallan a una distancia de 400 o 500 metros, y entre ellas y la aldea hay piedras, una carretera construida en tiempos para uso de automóviles y un sendero gastado por las pisadas de los habitantes del lugar.

Hablando con propiedad, Ahmed no les "encerró" con su tractor, pues se trata de un área abierta y expansiva: barrancos y colinas se extienden hacia el Este hasta el minarete de una mezquita empequeñecida por la distancia, e incluso en un día caluroso frescas brisas airean el lugar. Es difícil aplicar la expresión "encerrados" al sentimiento de espacio abierto que produce el lugar.

Esta sensación de espacio abierto es prácticamente total cuando se mira directamente desde la casa de los Zawahara hacia Jabal Abu Ghanim, al norte de Umm al-Assafir, aproximadamente a 800 metros a vuelo de pájaro hasta la cima, 80 metros a pie hasta las laderas de la alta colina. Los bosques que antaño cubrían la colina fueron derribados hace mucho tiempo y en su lugar avanzan a ritmo febril las obras de construcción del barrio israelí de Har Homa, un vecindario como cualquier otro de Jerusalén. Sus apretados edificios cubren la totalidad de la colina y recuerdan por su aspecto a una moderna fortaleza, pero así son las cosas, dicen los miembros de la familia, e incluso admiten que la construcción de ese barrio les ha reportado algún beneficio: cuando en 1997 comenzaron las obras de infraestructura pudieron enganchar sus dos casas a la línea de suministro eléctrico (de la compañía palestina, que compra la electricidad a la compañía eléctrica israelí).

A un grito de distancia

A pesar de todo se hallan encerrados. Aprisionados en la extensión de terreno que va desde el cinturón de Jerusalén hasta Har Homa. La valla comenzó a construirse sobre la colina hace cosa de año y medio, destinada a pasar entre ellos y las casas cercanas de Beit Sahur (localidad que figura en sus documentos de identidad como su lugar de residencia). La construcción de la valla afectó en primer lugar a su fuente de agua: la municipalidad de Belén había instalado una tubería de agua que no llegaba hasta sus casas sino hasta un punto que se encuentra un poco más allá de la sección externa de Beit Sahur. En el punto donde moría la tubería se instaló una llave a su nombre, y ellos engancharon una manguera de goma para llenar el pequeño tanque de agua del tejado. La valla cortó esta manguera y ahora sacan agua en pequeñas cantidades del pozo que tienen en el patio de su casa.

Antes de que estallara la Intifada solían conducir hasta Beit Sahur utilizando la sucia carretera que construyeron entre las rocas pagándola de su propio bolsillo. Al comienzo de la Intifada el ejército israelí levantó una barricada de escombros en la carretera. Así pues, empezaron a caminar. Desde mayo del 2002 hasta hace aproximadamente dos meses, en junio del 2003, los trabajos de construcción de la valla de separación siguieron su curso y los israelíes pavimentaron una carretera de asfalto paralela a la valla, desde Hebron Road (en el cruce de Gilo) hasta el barrio palestino de Nuamann, al Este de Umm al-Assafir. Pero en la valla había un hueco que la familia seguía atravesando a pie. Ni tan mal: caminando 15 minutos en lugar de 5 se plantaban en el centro de Beit Sahur. Solían dejar su coche allí, en la casa de uno de los hermanos que se había trasladado hacía tiempo al mismo pueblo.

Pero en junio del 2003 levantaron la tercera valla, la electrónica, y el hueco desapareció. Beit Sahur quedaba ahora muy lejos de ellos, a una distancia no mensurable en metros, sino en órdenes militares, decisiones gubernamentales e instrucciones de comandantes.

Aparentemente no hay nada más sencillo que introducirse en la red de carreteras que unen Har Homa y Hebron Road, al oeste, y seguir después hacia el sur en dirección a Belén y su vecina Beit Sahur. Un viaje de dos minutos. Dos kilómetros a lo sumo desde la casa de los Zawahara hasta la entrada de Belén, que hoy es un puesto de control fortificado y rodeado de una valla.

Pero este segmento de Hebron Road fue anexionado a Jerusalén, Israel. Y los miembros de la familia Zawahara, como residentes de Cisjordania, tienen prohibido entrar en Jerusalén sin el correspondiente permiso de la Administración Civil, cuya oficina se halla en Etzion Bloc. Pero no hay permisos. Cuando hay permisos, éstos son para uno o dos miembros de la familia, cuyo veterano empleador en Beit Shemesh o Netanya se las ha arreglado para obtener permisos para un período de uno o dos meses. Frecuentes y regulares patrullas de la Policía de Fronteras a lo largo de la ancha carretera de Har Homa y en el área comprendida entre Hebron Road y la colina rocosa les impiden violar la orden que les prohíbe la entrada en Jerusalén. Nadie desea ser arrestado o multado por hallarse en Israel de forma ilegal, aunque eso signifique en realidad encontrarse a la distancia de un grito de su propia casa.

Apenas un breve viaje

Mientras tanto, la extensión de terreno permanece abierta hacia el Este, o, más exactamente, permanece abierta mientras que los obreros no sigan construyendo la valla a lo largo de la carretera que aparentemente va a acabar en la colonia judía de Ma'aleh Adumim. Esta extensión de terreno, que supone una hora de marcha por entre las colinas y los wadis (pero que se hace más larga si en la marcha hay niños) es el vínculo que une a la familia con su universo cotidiano: la escuela, la tienda de comestibles, la familia, el médico, la tienda de frutas y vegetales que posee Hussein, el mercado donde solían vender -ya no lo hacen-- el queso producido con la leche de sus ovejas. ¿Cuánto tiempo podrán seguir aguantando así? En el punto donde se acaba la extensión de terreno es preciso coordinarse con algún pariente de los que viven en Beit Sahur para que pueda venir con su coche y les transporte más allá dando un enorme rodeo alrededor del pueblo. Si el contacto no llega hay que seguir andando durante otra hora más.

Este año, antes del comienzo del curso escolar los Zawaharas se llevaron a todos sus niños a casa de familiares residentes en Beit Sahur. Permanecerán allí durante la semana y regresarán a casa todos los jueves. Allí están hacinados, la situación no es cómoda. "¿Pero qué podemos hacer? No los vamos a poner en un hotel", dice Hussein. Los niños obedecen a regañadientes. Les gusta su espacio abierto, con sus cabras y rocas y la agradable brisa. La ciudad les parece populosa. "Pero estudiar es más importante que eso", afirman los padres, Khalil y Hussein.

Al abuelo Said, de cerca de 65 años, le preocupan dos cosas: ya no puede vender sus ovejas porque nadie puede venir a su casa a elegirlas, y tiene miedo de enfermar y de no poder obtener asistencia.

"Hace una o dos semanas se sintió mal en mitad de la noche", narra su hijo Ahmed. "Preferimos que se quedara en casa, que se muriera en su cama si fuera preciso, antes de llevarlo a pie hasta el médico en mitad de la noche. Podrían dispararle los soldados o picarle un escorpión."

A principios de agosto Hussein cayó enfermo con fiebre. Se lo llevaron a un hospital de Belén, no sin que previamente su familia se tomara la molestia de conseguirle un permiso de entrada en Israel. Es decir, un permiso para entrar en Jerusalén. Es decir, un permiso para atravesar el kilómetro y medio de territorio de Jerusalén que separa su casa del puesto de control de Belén.

En otra ocasión, la Policía de Fronteras vino a su casa y ordenó a cinco de los varones que se hallaban en casa que fueran al puesto de control a "hablar" con agentes del Shin Beit, el servicio de seguridad. Acudieron montados en un vehículo de la Policía de Fronteras. Una vez allí aguardaron a la gente del Shin Beit pero éstos no se presentaron. Al final, los policías les autorizaron a regresar a casa. Trataron de montar en una furgoneta Ford Transit con matrícula israelí del tipo de las que funcionan como transporte público en Jerusalén Este. El conductor les pidió ver sus documentos de identidad. Cuando le dijeron que querían ir a Beit Sahur, el conductor respondió: "Olvidadlo", aunque sólo se trataba de una carrera de dos kilómetros a través del barrio Har Homa de Jerusalén. Siguiendo órdenes de la policía y en aplicación de las medidas de clausura del ejército israelí, un conductor israelí que acepte a pasajeros palestinos y los lleve por carreteras prohibidas (en Israel y en Cisjordania) será castigado con multa de 150.000 pts. y confiscación de su vehículo durante un mes.

La vida en una cueva

Los miembros de la familia cuentan sus peripecias y ríen. Por un lado, no se resignan, pero por otro "no están enfadados, pues ¿de qué serviría enfadarse?". Said, el abuelo, nació en Jerusalén. Vivió con su familia en Jurat al-Einab -"cerca de donde hoy está la cinemateca", explica Hussein y añade, "en compañía de judíos". No en un edificio sino en una cueva, llevando una vida mitad nómada y mitad sedentaria. La familia de Said criaba cabras y vivía en una cueva, y resulta que había allí cierto judío, un tal Moshe -"se me ha olvidado su apellido; hablaba árabe mejor que yo" -que también criaba cabras y vivía en la misma cueva.

Cuando empezaron los combates, a fin de asegurarse el poder sacar sus cabras a pastar, la familia de Said se trasladó apresuradamente a sus tierras de Umm al-Asafir (en un área donde existen dos cuevas, prudentemente adquiridas previamente por el padre de la familia). "En aquellos tiempos la guerra no era una cosa corriente como lo es hoy", explica Khalil y ríe. "Entonces oían un tiro y echaban a correr. Hoy, si transcurre un día sin que oigamos disparos nos preguntamos: '¿Qué habrá pasado?'".

En 1967, cuando se produjo la ocupación de Cisjordania, el tal Moshe hizo algunas indagaciones sobre su paradero, cuenta Said con ojos que centellean al recordar la alegría de aquel reencuentro. Sacrificaron un cordero para celebrar la ocasión. Pero en la primera Intifada perdieron contacto. En 1985 construyeron la primera casa de piedra y abandonaron la cueva para instalarse en ella. Más tarde añadieron una segunda casa de piedra.

Sin ira, y ciertamente con un dejo de resignación, hablan de la prohibición que les impide construir en sus tierras, 24 dunams (6 acres) adquiridos hace más de 50 años. Hace 15 años quisieron construir otro piso con bloques de cemento y construir una habitación en el patio. "Vinieron funcionarios del Ministerio del Interior y nos dijeron que no estaba permitido", dice Hussein. Está convencido de que la prohibición sigue en pie, por mucho que justo enfrente de ellos los israelíes estén construyendo miles de viviendas en Har Homa.

Dado que los funcionarios que se presentaron eran funcionarios del Ministerio del Interior y no de la Administración Civil, ¿cabe deducir que la zona ha sido anexionada a la municipalidad de Jerusalén, aunque ellos sigan siendo residentes de Cisjordania? Los miembros de la familia Zawahara no tienen ni idea: nadie les ha dicho nunca nada. Ellos no quisieron vender su tierra, aunque pudieron haberlo hecho hace mucho tiempo. La mayoría de las tierras que les rodean, que habían sido propiedad de otros residentes de Beit Sahur, acabó siendo vendida a las autoridades israelíes. Este es un secreto a voces del que no les gusta hablar.

La Asociación pro derechos Humanos de Israel (ACRI) intervino en su favor ante las autoridades militares. El 12 de junio del 2003, la ACRI envió la primera carta relatando su caso al Coronel Shlomo Politis, consejero legal para la zona de Judea y Samaria. El 16 de junio enviaron una segunda carta y el 18 de agosto una tercera. Entretanto, telefonearon incesantemente a su oficina solicitando que el asesor legal se ocupara de que "los habitantes del vecindario tengan garantizado el libre tránsito a la ciudad de Beit Sahur -de forma inmediata". Hasta esta semana no han recibido ninguna respuesta, ni de Politis ni de ningún otro funcionario del estamento militar.

Y por lo que respecta a los miembros de la familia, que no están enfadados pero que no se resignan a aceptar el decreto, todo lo que quieren ahora es que el ejército israelí les conceda un permiso permanente para transitar libremente por el kilómetro y medio de carretera de la Hebron Road hasta el puesto de control de la entrada de Belén.

El portavoz de la municipalidad de Jerusalén ha respondido que Beit Sahur no pertenece a la jurisdicción de la ciudad y que tanto el vecindario de Umm al-Assafir como la familia son desconocidos para el municipio.

Según el portavoz del ejército israelí, se trata de una vivienda situada dentro de las lindes municipales de Jerusalén y situada por consiguiente en la parte norte de la barrera. Según el portavoz: "La ruta de la barrera se estableció siguiendo criterios de seguridad y buscando minimizar el perjuicio inflingido a la trama civil cotidiana de la inocente población palestina, así como tratando de hallar las mejores soluciones para los problemas cotidianos que genera la existencia de la valla".

Según declaraciones realizadas esta misma semana, las autoridades de la administración civil y militar "son conscientes de la complejidad del problema y en los próximos días se concederán permisos a través de la Administración Civil que permitirán el tránsito a Beit Sahur a través de Jerusalén".

Y, ciertamente, la tarde del martes, respondiendo a una llamada de Haaretz a las autoridades, soldados de la Policía de Fronteras se personaron en el hogar de los Zawahara e informaron a la familia de que en las oficinas de la Administración Civil de Etzion les aguardaban permisos para pasar libremente el puesto de control de Belén. El miércoles, a falta de poseer los permisos, los miembros de la familia atravesaron el wadi a pie en dirección Este y recibieron en Etzion cerca de 20 permisos de tránsito para franquear el puesto de control. Uno de ellos recibió un permiso válido por un mes y los demás recibieron permisos válidos... para siete días, entre las 5:00 a.m y las 7:00 p.m, para desplazamientos a pie y no en automóvil.