Siria parece estar en aprietos. De acuerdo con reportes militares, su gobierno estaría permitiendo el libre tránsito de voluntarios árabes a través de su frontera con Irak, para participar en la resistencia contra la invasión angloestadunidense. La denuncia más directa la hizo el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, quien acusó a Siria de estar proporcionando material bélico a Irak, y advirtió que Estados Unidos señalará a Damasco como "responsable" de las consecuencias de dicho "acto hostil".
Ante las proporciones de la aventura angloestadunidense y la incertidumbre del escenario posbélico, Siria ha decidido ser la voz árabe más estridente del rechazo contra la invasión de Irak. Lejos de defender al régimen de Saddam Hussein (de quien lo separan profundas divergencias y rivalidades), Damasco se ha pronunciado en contra del unilateralismo y en favor del derecho del pueblo iraquí a la autodeterminación.
Siria en 1991 y 2003
Durante la guerra del Golfo en 1991 Siria se unió a la coalición internacional para poner fin a la invasión militar iraquí de Kuwait. El giro en la política exterior del gobierno sirio se vio facilitado por las transformaciones a escala internacional (resultado de la desaparición de la Unión Soviética, principal fuente de apoyo para Siria). Durante la operación militar aliada contra Irak en 1991, el régimen de Hafez el-Asad encontró la oportunidad de salir del aislamiento político en el que se encontraba, mostrándose dispuesto a colaborar en la restauración del status quo regional que Saddam Hussein había trastornado. Lo que contribuía a reducir los costos internos y regionales para Siria de participar en la coalición encabezada por Estados Unidos era la naturaleza misma de la amenaza. Se trataba de contener a un país que había violado claramente una de las normas esenciales de la convivencia internacional, que establece el respeto a la integridad territorial de todo Estado.
Ninguno de estos elementos está presente actualmente. En primera instancia, el objetivo de la invasión a Irak es derrocar a Saddam Hussein e instaurar la "democracia", lo cual introduce en la región un factor de gran inestabilidad y violencia. En segundo lugar, en el transcurso de los pasados 12 años Medio Oriente ha experimentado cambios que han contribuido a acentuar el sentimiento de desconfianza de los regímenes y a inflamar los ánimos de sus sociedades. El escenario internacional presenta un renovado interés de Estados Unidos en la región, específicamente desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando se recrudeció el unilateralismo de la administración Bush. A escala regional sobresalen las políticas de los gobiernos israelíes, que han recrudecido las políticas de ocupación de territorios en Palestina, así como la cooperación militar entre Israel y Turquía de 1996.
La actuación regional e internacional
A pesar de la oposición del gobierno israelí, que calificó la decisión de "broma de mal gusto", y un llamado a George W. Bush por parte de algunos congresistas para que Estados Unidos ejerciera su poder de veto, Siria fue elegida (con 166 votos en favor de un total de 177) para ocupar un asiento como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas a partir de enero de 2002, al lado de México, Bulgaria, Camerún y Guinea. Solamente una vez en el pasado Siria había desempeñado esa función, en 1970- 1971, al lado de Burundi, Nicaragua, Polonia y Sierra Leona.
La presencia de Siria en el órgano encargado de la paz y la seguridad internacionales representa una novedad con respecto al pasado: países árabes considerados "moderados" por Estados Unidos habían ocupado ese asiento, como Túnez, Omán y Marruecos. En cambio, ahora tocó el turno a Siria, un país al que desde los 70 se le ubica dentro del ala árabe "radical", sin olvidar que desde hace varios años ocupa un lugar en la lista negra del Departamento de Estado estadunidense de países que apoyan el terrorismo.
A decir por su participación en el Consejo de Seguridad y su activismo regional, Siria ha tenido una voz coherente, en especial en los seis meses previos al estallido de las hostilidades contra Irak. Algunas de las principales declaraciones y actuaciones de representantes sirios en instancias multilaterales y regionales así lo permiten constatar:
1) El 12 de marzo de 2002, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1397, que reconoce la necesidad de crear un Estado palestino al lado de Israel en fronteras seguras y reconocidas. Siria fue el único país en abstenerse, ya que el texto era ambiguo y no mencionaba explícitamente que su creación debe basarse en las resoluciones 242 y 338, que establecen las fronteras de dicho Estado en la totalidad de los territorios ocupados en 1967.
2) El 30 de marzo de 2002 se adoptó la resolución 1402, que expresaba "profunda preocupación" por los ataques suicidas contra civiles en Israel que se habían cometido días antes, luego de los cuales Israel invadió ciudades palestinas, atacó las instalaciones de la Autoridad Palestina y cercó a Yasser Arafat. Siria fue el único país en votar en contra, por considerar que la resolución no era suficientemente firme en condenar el terrorismo del Estado judío.
3) El 14 de mayo, el Consejo de Seguridad unánimemente adoptó la resolución 1409, por la cual se aprobó una lista revisada de las sanciones contra Irak, se vislumbró recrudecer el embargo militar contra Hussein, y se extendió el programa Petróleo por alimentos por 180 días. Siria votó en favor, pero expresó serias reservas a su contenido. Presentó una propuesta para modificar el programa de sanciones, con el fin de reducir sus efectos negativos en la población iraquí. También defendió el derecho de Irak de proveerse de los medios necesarios para su autodefensa, si bien expresó la necesidad de vigilar que el régimen no elaborara armas de destrucción masiva.
4) El 13 de marzo pasado el presidente sirio Bashar al-Asad rechazó la iniciativa de Emiratos Arabes Unidos de que se enviara una delegación para pedir a Hussein dimitir y exiliarse. Desde su perspectiva, dicha delegación legitimaría un ataque contra Irak, ya que regresaría de Bagdad sin haber logrado un compromiso por parte de Hussein que satisficiera al gobierno de Bush.
A la luz de esta estrategia, se entiende mejor la lectura que Siria hizo de la resolución 1441. Su texto daba a Irak una última oportunidad para desarmarse y establecía las condiciones bajo las cuales debían realizarse las inspecciones. El realismo de su política exterior la condujo a votar en favor de la misma ya que Siria, como México, y a diferencia de los gobiernos británico y estadunidense, consideraba que la resolución no permitía el ataque militar automático. En las semanas sucesivas, el embajador Wehbe indicó que el comité de inspecciones estaba progresando y que Irak estaba actuando de acuerdo con lo estipulado en las resoluciones 1441 y 1284.
Siria no tenía otra opción más que votar en favor de la resolución 1441, sobre todo una vez que entendió que Francia, Rusia y China lo harían; su rechazo hubiera significado quedar como el país radical de la región, al lado de Irán, y verse aislado. Este último es, sin duda, uno de los principales riesgos que Siria corre una vez que se concrete la eliminación de Hussein y se instale en Irak un régimen marioneta de los estadunidenses. Si se toma en cuenta que el régimen sirio siempre se ha esforzado para que las potencias occidentales, principalmente Estados Unidos, la consideren un actor clave en la resolución del conflicto entre palestinos, árabes e israelíes, el aislamiento la sacaría del juego político y de toda negociación sobre el futuro de la región. De hecho, paralelamente a su postura de rechazo, Siria se presenta como parte de la coalición mundial por la paz. Así lo demuestra la frecuencia con la que el ministro de exteriores sirio, Farouk al-Shara, y el representante ante el Consejo de Seguridad, Mijail Wehbe, aluden en sus discursos a las protestas y declaraciones mundiales contra una operación armada, como las del Movimiento de los No-Alineados en Kuala Lumpur; la Cumbre Arabe de Sharm el-Sheik y la Conferencia Islámica en Doha, o la voz de Juan Pablo II.
Cómo ser congruente y no morir en el intento
En el contexto de la crisis en Irak, Siria ha insistido en actuar dentro del contexto de las Naciones Unidas, de cuyo papel y resoluciones ha históricamente dependido para exigir a Israel que se retire de los territorios ocupados, entre ellos los Altos del Golán. Israel representa para Siria la principal amenaza a su seguridad nacional, entre otras razones debido a su potencial militar (convencional y nuclear). En ese sentido, el temor de la elite gobernante siria de que Israel aproveche la guerra contra Irak para cubrir acciones que decida emprender contra Siria, Líbano o Palestina se explica por lo que ha venido ocurriendo en la región en los últimos 10 años: la continua violación del espacio aéreo libanés por parte del ejército israelí, los enfrentamientos esporádicos entre éste y el Hezbollah en los territorios de Cheba (una porción del Golán disputada por libaneses e israelíes), el recrudecimiento de las políticas de ocupación y represión del pueblo palestino, el fracaso de los acuerdos de Oslo y el rechazo israelí a aceptar el principio de tierra a cambio de paz.
Ante las amenazas que percibe, Siria activa mecanismos de defensa. Uno de ellos es seguir mostrándose útil ante las grandes potencias y rectificar su imagen, sin por ello ceder totalmente ante las presiones. Así, hacia finales de junio de 2002, Vincent Cannistraro, antiguo jefe de la CIA en la lucha antiterrorista, declaraba al Washington Post que Siria "coopera enteramente con Estados Unidos en las investigaciones sobre Al Qaeda y las personas relacionadas con la organización". Simultáneamente, sin embargo, el régimen sirio rechaza incluir a la resistencia en Palestina y el sur de Líbano en la misma categoría, y mantiene su exigencia de que Israel se retire de los territorios ocupados.
La actual política exterior estadunidense en Medio Oriente y la guerra en Irak inevitablemente provocan aprehensión en el gobierno sirio, quien no desea encontrarse en una situación interna explosiva similar a la de sus contrapartes en El Cairo, Ammán o Riad. La apuesta de Siria parece ser subir el tono ante las acusaciones de los estadunidenses e israelíes, y mantener a toda costa el equilibrio entre sus principios e intereses nacionales.
La congruencia y el realismo de su política exterior ha dado a Siria resultados relativamente positivos a lo largo de los años. Ahora, su interés nacional exige una fórmula que le permita conservar la coherencia, sin caer en el juego del gobierno de Bush, sobre todo en momentos en los que pareciera que la política de disuasión (no exenta de ambigüedades) de Estados Unidos hacia este país podría en cualquier momento considerarse obsoleta, como ocurrió con la de contención. De poco le sirve a Siria que miles de personas ovacionen al presidente Asad y ondeen su fotografía, como lo han hecho en recientes manifestaciones en Ammán y El Cairo, o que el representante de la Liga Arabe salga en su defensa con solidarios discursos. Al final del día, cuando los neoconservadores en Estados Unidos decidan que Siria es otro demonio, los regímenes árabes se lavarán las manos.