Las guerrillas y el gobierno de Fox
Jorge Lofredo
La transición democrática iniciada con el fin de más de setenta años de priísmo no alcanzó aún a las regiones rurales de México: campesinos e indígenas se enfrentan a un escenario signado por el autoritarismo, la represión y la pobreza donde la violencia es una táctica recurrente como forma de intervención política. Esta realidad se trasluce como las condiciones objetivas para los grupos guerrilleros conocidos públicamente desde mediados de junio de 1996; y hasta el propio Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aún cuando se asume como un movimiento social de reivindicación indígena antes que grupo armado, continúa sin renunciar a las armas.
En este proceso de democratización asimétrico, la apertura de los canales de participación política no tiene incidencia en las zonas más alejadas y empobrecidas, en tanto que la ausencia de las instituciones profundiza la marginación y la desigualdad económica y otorga viabilidad a los proyectos armados. Desde esta geografía "nada ha cambiado". Sin embargo, las organizaciones insurgentes se encuentran sumidas en la inmovilidad debido a los desgajamientos que sufrió el Ejército Popular Revolucionario (EPR), originalmente constituido como el núcleo de diversas organizaciones radicales en pos de la lucha armada, que obligó a reconsiderar su proyecto pues en poco menos de cinco años la dispersión restó toda la fuerza unificadora que había cobrado al momento de la irrupción en Aguas Blancas.
En efecto, las acciones armadas por parte de los grupos vinculados al EPR, desde donde parten los reclamos más enfáticos hacia sus ex integrantes hoy integrantes de otras siglas, se desarrollaron entre el 28 de agosto de 1996, con actividades militares en Oaxaca, hasta septiembre de 2001, cuando Coordinadora Guerrillera Nacional José María Morelos y Pavón mediante un comunicado a la prensa hace saber de su autoría por la colocación de unos artefactos caseros en distintos puntos del Distrito Federal. Estas experiencias logran resumir el sendero transitado por la guerrilla mexicana que desde los últimos meses del 2001 hasta la fecha no reivindicó actividades militares.
En la actualidad, los distintos grupos provenientes del eperrismo, y el núcleo fundacional incluido, han quedado relegados a una nula actividad militar pública y esporádicas apariciones a los medios de comunicación: el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) fue el último que brindó una conferencia de prensa en Guerrero, en diciembre de 2002. Sólo se limitan a emitir comunicados esporádicos, significando así el retroceso en su actividad que no parece superar la coyuntura actual y su limitación en el accionar político y militar. Bajo la actual administración panista, las únicas actividades militares emprendidas fueron, aparte de aisladas apariciones de propaganda armada (en especial con la llegada del presidente recientemente electo Vicente Fox a Oaxaca donde las FARP consumaron una aparición relámpago) y conferencias de prensa en la clandestinidad con periódicos locales, el ataque a un retén carretero de la Procuraduría General de la República en la ciudad de Iguala, estado de Guerrero, reivindicado por la Coordinadora, integrada por las FARP, el Ejército Villista Revolucionario del Pueblo (EVRP) y el Comando Justiciero 28 de Junio; los petardos de las FARP contra unas sucursales bancarias en el DF, y otras acciones menores, también en el DF, reivindicadas por la Coordinadora y los villistas. No obstante, el divisionismo, que comenzó en enero de 1998, produjo un grado de debilidad de una magnitud que los orilló hasta el aislamiento y que los grupos armados no han podido superar hasta hoy.
En tanto, otros nuevos grupos se dieron a conocer en público aunque no han trascendido más allá de la emisión de sus escritos: el Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos en Chiapas y la Organización Revolucionaria 2 de Diciembre-Nueva Brigada Campesina de Ajusticiamiento de Guerrero. Hacia fines del año 2002, el ERPI dio a conocer la constitución de una nueva coordinadora armada que hasta la fecha no ha reivindicado su origen ni existencia.
A la mayoría de las organizaciones clandestinas se les puede reconocer una base social de origen rural y hasta local (también las FARP, pues sus acciones en el DF sugieren un "acto reflejo" y no la existencia de una guerrilla urbana), que las acota a sus fronteras estatales debido a que muchas de ellas nacieron como grupos de autodefensa armada, nutridos fundamentalmente por sectores campesinos e indígenas; no obstante, no debe desestimarse que su actividad se traslade a los centros urbanos ya que toda guerrilla cuenta con el "factor sorpresa". Aún así, no se logra advertir una reestructuración de sus programas políticos y militares, como sí sucedió, por ejemplo, con el Ejército Zapatista.
Provenientes de un mismo origen, el EPR, todos los grupos reflejan un lenguaje y discurso similar en sus comunicados, aunque -con la excepción del zapatismo- los últimos escritos de Tendencia Democrática Revolucionaria (TDR) parecen reflejar un viraje que auspicia con romper las viejas estructuras discursivas de las guerrillas latinoamericanas de décadas pasadas, y de sus contemporáneas mexicanas. En todos ellos siguen presentes las reivindicaciones del socialismo y la revolución, aunque no logran destacarse, ya que se trata de una conformación armada y clandestina, del discurso de la izquierda legal e inmersa en el sistema que repudian.
Mucho se ha señalado acerca de las dudas que existen alrededor de la viabilidad de la lucha armada en las actuales condiciones políticas. Existe también una fuerte convicción en que a medida que los espacios democráticos se expandan hasta todos los rincones de la república Mexicana, menos argumentos quedarán para la lucha guerrillera. A la vez, se argumenta que la sociedad mexicana experimenta un hartazgo hacia la violencia política, lo que le quitaría otro argumento a los insurgentes. En este aspecto, no debe olvidarse que durante las primeras horas del levantamiento zapatista se concitaron muchas expectativas y reunió a su alrededor de sí las simpatías de una mayoría importante de mexicanos. De la misma manera, al momento de la irrupción de EPR en Aguas Blancas, los presentes vivaron a los uniformados, quienes resultaban desconocidos para los presentes.
Todo ello redunda en las condiciones sociales y políticas donde emerge el núcleo armado, escenario que le otorga su razón de ser, y donde la violencia se justifica a través de un prisma liberador. En estas circunstancias, la lucha armada no puede entenderse meramente como un espacio diametralmente opuesto a la ausencia de democracia, sino que resulta de la interrelación de múltiples factores que convergen en un instancia específica y generan las contradicciones que auspician respuestas por la vía de las armas. Aún diezmadas pero de acuerdo con su historia en los movimientos armados de la década del sesenta y setenta, las guerrillas representan en el México actual una expresión radical contra terrible realidad al que son sometidas las comunidades rurales.