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Latinoamérica

Por primera vez, hablan los gringos que están en poder de las FARC-EP.


Se accidentaron el 12 de febrero, saliendo de la base Larandia. Son contratistas de la empresa California Microwavw Systems, una firma similar a la polémica Dyncorp, que presta servicios de rastreo de comunicaciones y ayuda satelital para el Plan Colombia.

Tomado de la Revista CROMOS.

Primeras pruebas de supervivencia de los estadounidenses que se accidentaron en las selvas del Caquetá y que las Farc retuvieron hace siete meses. En la selva le contaron al periodista JORGE ENRIQUE BOTERO qué pasó con sus compañeros de vuelo y cómo es su cautiverio "ACABO DE ENTERARME DE QUE INVADIMOS IRAK. NO HEMOS TENIDO NOTICIAS DE NADA EN SEIS MESES. ¡IMAGÍNESE! ES COMO ESTAR SENTADO EN UNA CAJA SIN SABER NADA": KEITH STANSEL.
En el extremo izquierdo de la pequeña habitación de madera en la que los tres norteamericanos narran el lento paso de sus días de jungla, el comandante Alfredo parece una estatua grecoquindiana, inmóvil, con las manos aferradas a la trompetilla de su fusil, el bigote espeso, la mirada curiosa.
"Su única salida de aquí es por un canje. Actualmente tenemos senadores, políticos, oficiales del Ejército y agentes de la CIA, como ustedes, para intercambiar por nuestros guerrilleros presos". Alfredo acaba de volver al monte. Duró 10 años preso, pasó por once cárceles y salió en libertad en mayo. Era el que encabezaba la primera lista de canjeables que presentaron las Farc en el año 2001.
Los norteamericanos reaccionan de inmediato. Alegan que no son de la CIA, que todo se debe a una confusión, pues la prensa dice que trabajan para una empresa llamada Ciao, con sede en Los Ángeles. "Somos contratistas civiles para trabajar en la guerra contra las drogas". Alfredo replica: "Entonces, ¿por qué encontramos en el avión documentos de inteligencia sobre las Farc?". Keith Stansell asegura que entre los documentos escritos en inglés no había nada sobre guerrillas. "No sé si entre los papeles en español que traía el colombiano había algo sobre eso", explica.
La traductora, una esbelta guerrillera de las Farc, de inglés fluido e impecable, se ve en aprietos para hacer su trabajo en medio de las voces simultáneas que se levantan en el pesado aire del lugar. La cámara amenaza con empañarse y un guerrillero anuncia que llegó el almuerzo. En mi reloj son las once y once de la mañana. El almuerzo es una sabrosa gallina cocinada en fogón de leña, acompañada de arroz, yuca y papa. Entre alas y pechugas, los estadounidenses cuentan su rutina en la manigua.
"Cada día es terrible, no porque haya abusos o algo parecido. Nos alimentan todos los días, nos tratan bien. Pero no tenemos acceso a noticias, no sabemos qué está pasando. Nos prohíben hablar entre nosotros. Todos los días, al atardecer, nos decimos: bueno, otro día que sobrevivimos... ¿será que estaremos vivos mañana? ¿Algún día volveremos a ver a nuestras familias? Es lo peor que ha sucedido en nuestras vidas", dice el piloto.
Stansell cuenta que se levantan antes del amanecer. "Nos traen café.
Después del café esperamos hasta el desayuno y -bueno- esperamos hasta el almuerzo".
Goncalves, de origen portugués, narra que lo primero que hace cuando se levanta es abrir la página de su diario donde tiene dibujada su casa.
"Abro esa hoja y le digo buenos días a mi familia. Luego rezo y desayuno".
Todos los días toman un baño y lavan su ropa. Comen cuando aún no ha oscurecido y esperan el atardecer. Juegan con unas cartas que ellos mismos fabricaron con hojas de cuaderno y esperan y esperan. "Me dan medicina para mi presión sanguínea, pero igual, sigo viviendo en el vacío, sobrellevando un tiempo muerto", dice Howes tras un largo suspiro.
Los tres tienen la esperanza de que haya una solución negociada a su problema: "Entre más rápido mejor". Pero mientras ese día se acerca, se han aferrado a un puñado de frases que se repiten día y noche, en voz baja, como si fueran oraciones al cielo: "Regresaremos a casa", "Cada día que pasa es un día menos de cautiverio", "Nuestro país no nos ha olvidado", "Nuestras familias están esperándonos", "Allá afuera hay gente tratando de ayudarnos".
Los Gringos Thomas Howes tiene 50 años, es piloto profesional y juega solitario todo el día. Es el único que habla español y hace de intérprete entre los cautivos y la guerrilla Keith Stansell tiene 38 años y es analista de sistemas. Le envió mensajes de amor a sus familiares, incluida su prometida, pero no dijo una palabra sobre la joven colombiana con la que tuvo mellizos hace unos meses Marc Goncalves, de origen portugués, es el menor de los tres. Tiene 32 años, diez de los cuales trabajó en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Todos los días, al levantarse, abre la página de su diario donde tiene dibujada su casa Thomas Howes confiesa que sus días son vacíos y saben amargo. Tiene 50 años, es ciudadano norteamericano y piloto profesional, contratado para la guerra contra las drogas en Colombia. Esta no es su primera guerra: ya estuvo en Guatemala, en Venezuela y en Bolivia. Siempre había visto la selva desde el aire. Dice que era como un inmenso tapete de todos los verdes que se extendía hasta el azul del cielo. Ahora la selva lo rodea, lo asedia, lo acosa y lo arrulla. Día y noche, con sus sonidos infinitos, su humedad pegajosa, su lluvia perpetua y sus insectos incesantes. Ya casi completa 200 días haciendo solitarios con las hojas de un cuaderno, pensando en la familia y "esperando que los días se desvanezcan". Cuando cayó en poder de las Farc, el 12 de febrero de 2003, acababa de llegar a Colombia tras un par de semanas de vacaciones con su familia, que vive en la Florida. Su esposa, Mariana, es peruana.
Tienen un pequeño hijo que se llama Tomasito Santiago. "El dinero y las posesiones ya no significan nada para mí. Lo único verdaderamente importante es mi familia". Thomas habla algo de español y le dice al comandante Alfredo que un pequeño radio sería como medicina para el alma. El mes de julio agoniza y Thomas es -probablemente- uno de los tres únicos estadounidenses que ignoran la invasión a Irak y la huida de Sadam Hussein.
Los otros dos son Keith Stansell y Marc Goncalves. Están sentados a unos metros del curtido piloto. Stansell, 38 años, rememora la hermosa y fatídica mañana en la que el motor del Cesna 208 se apagó a 14 mil pies de altura.
"Me levanté. Era un día normal de trabajo. Tomé una malteada de desayuno y salí al aeropuerto de Catam. Hicimos nuestras rutinas. Como analista de sistemas, debo asegurarme de que todo el avión esté en perfecto estado. En el avión iban los dos pilotos, Marc y un tripulante colombiano. Antes de iniciar nuestra misión, teníamos que ir por combustible a la base de Larandia. Como siempre, ese día nuestra misión era recoger información sobre cultivos de coca. Tomar fotografías y entregar la información a otras personas. Íbamos volando, los dos pilotos al frente, Marc y yo atrás, hablando.
El colombiano estaba a nuestro lado, pero estaba durmiendo. De repente, el motor sonó raro y se apagó. Marc y yo nos miramos. Pregunté a Tom qué tan cerca estábamos de Larandia, si alcanzaríamos a llegar a la base, pero Tom revisó los números y concluyó que era imposible.
Vimos un claro entre la selva y comenzamos nuestro descenso. En realidad íbamos en picada. Tratamos de asegurar todas las cosas para impedir que nos hirieran en caso de chocar. No teníamos tiempo. Yo me comuniqué por radio con la base, declaré la emergencia y les di el GPS, que es un dato del satélite de posicionamiento global, para que vinieran a rescatarnos.
El avión estaba totalmente fuera de control. Recuerdo que cuando tocó el piso se partió y una gran nube de polvo entró como un vendaval. Pregunté a los que estaban a mi lado si estaban bien y le dije a Marc que agarrara los radios de emergencia. Salí del avión con el colombiano y cuando vi al frente, Tom estaba inconsciente frente al vidrio, con una cortada en la frente, otra en la nariz y un diente roto. En principio pensé que estaba muerto. No logré que respondiera y mi temor era que el avión explotara y murieran los dos pilotos".
Marc Goncalves, 32 años, también analista de sistemas, tiene almacenado otro ángulo de la escena en su memoria. "El colombiano estaba fuera de sí.
Cuando salimos del avión, él vio un grupo de guerrilleros que corría hacia nosotros y entró en pánico. Gritaba que eran las Farc e intentó correr. Nosotros le dijimos que antes que nada sacaríamos a los pilotos que estaban heridos.
Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos rodeados por guerrilleros. Ellos nos dijeron que no nos iba a pasar nada y pidieron que los siguiéramos".
Howes, Stansell y Goncalves partieron falda abajo con un primer grupo de insurgentes, hasta llegar a una choza, a la orilla de una pequeña quebrada.
Howes recuerda que la última vez que vio a su compañero Thomas Janis y al colombiano Luis Alcides Cruz, caminaban con los brazos en alto. "Miré hacia la colina y me di cuenta de que los traían hacia nosotros".
Esa misma noche, tras una jornada de vértigo y carreras por la espesura de la selva, durante la cual Stansell tuvo que ser cargado por guerrilleros a causa de dos costillas rotas, indagaron por sus compañeros. "Estábamos reunidos y yo le pregunté al líder del grupo qué había con ellos. Él me contestó que Tom y el colombiano estaban muertos. No hicimos más preguntas pues estábamos asustados", relata Goncalves.
El comandante Alfredo es el encargado de cuidarlos. "Su única salida de aquí es un canje", insiste. Acaba de regresar al monte después 10 años de cárcel.