A PROPÓSITO DE LOS CUARENTA AÑOS DE LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DEL CAFÉ (OIC)
DECLARACIÓN DE UNIDAD CAFETERA DE COLOMBIA
En octubre de 1902 se celebró el Primer Congreso Internacional para el
Estudio de la Producción y el Consumo de Café. Las conclusiones
de ese evento son las mismas que, desde entonces, explican los ciclos de auge
y caída de los precios, las penurias de los países productores
de la materia prima y las ambiciones de los países mayores consumidores
del producto final y expendedores al detal. Ese Congreso señaló
que "el café se presta admirablemente a convertirse en el objeto
de organizaciones, monopolios, especulaciones de toda clase (y) a las ventajas
de unos pocos intermediarios". Así mismo, se dijo que "es una
cadena interminable de males" que sólo podía romperse con
"los esfuerzos combinados de los gobiernos interesados".
Esa "cadena de males" se montó sobre la injusta división
entre las naciones tropicales fabricantes de grano verde, a las cuales, merced
a los designios del gran comercio, se comprometió en el cultivo de géneros
como esta rubiácea y demás de análogas condiciones naturales
y las naciones industriales que los procesan, distribuyen y realizan como producto
final en distintas formas. Los países ricos reciben mayores ventajas
de tal sistema y de la masificación del consumo de estos bienes a través
de sus firmas industriales, de las redes del comercio, de banqueros, importadores
y transportadores y hasta de sus propios Tesoros en razón del recaudo
de los impuestos fijados para toda la cadena dentro de sus territorios.
Las memorias del café están escritas con arrojo, sufrimientos
y sangre, en medio de desastres naturales, guerras, intrigas, quiebras, plagas,
competencia aguda entre marcas y capitalistas, competencia con otros bienes
sucedáneos y competencia entre los diversos orígenes y las mezclas
de variedades. La parte fatal siempre la cargan millones de campesinos, productores
y cosecheros que en América Latina, Asia y África lo cultivan.
Nunca han abandonado su pobreza proverbial y hoy llegan a niveles cercanos a
la inopia, en contra de lo que pasa en Estados Unidos y Europa, donde se concentran
las ganancias y los beneficios de los negocios multimillonarios.
Las pocas iniciativas para mitigar las secuelas de ese injusto orden sólo
se han concretado cuando a los imperios favorecidos de la renta cafetera global,
por razones estratégicas, les conviene asistir a su servidumbre contemporánea.
Tanto en1940, "en respuesta a la amenaza del nazismo", como en 1962,
con la Guerra Fría, determinaron "coordinar esfuerzos"; idea
que, como se dijo, estaba clara desde 1902. La OIC inició labores hace
40 años. "Es castrismo o libertad", fue la razón última
de la Cámara de Representantes de Estados Unidos para aceptar el nacimiento
del Pacto, y, por ende, de su institución administradora, que subiría
los precios de la bebida a los consumidores del Norte a cambio de mejorar ingresos
a las repúblicas exportadoras de café verde de su órbita
de influencia política a fin de alejarlas del comunismo.
Y, así como la OIC y su principal objeto, el Acuerdo Internacional de
Cuotas, comenzaron a operar, luego de 26 años se paralizaron. En tanto
se derrumbaba el Muro de Berlín, el embajador norteamericano ante dicho
organismo, Myles Frechette, bajaba el pulgar en ju1io de 1989 ordenando su eliminación.
Motivos iguales a los que le dieron la vida, se la quitaron. Y no fue en vano.
Los países compradores, que, mientras duró el Acuerdo pagaron
un precio mayor al del mercado, decidieron desquitarse en el nuevo modelo de
globalización. Así, las cotizaciones internacionales bajaron a
mínimos valores, inferiores a los de la Gran Depresión en 1929.
En los últimos doce años no ha bastado con la inestabilidad propia
del negocio, los capitales financieros vinculados con Estados Unidos y los cuatro
monopolios multinacionales, General Foods, Nestlé, Sara Lee y Procter
& Gamble, la han avivado. La promoción de la sobreproducción
con nuevas siembras en nuevos países, los tratados de "libre comercio"
como el TLCAN, el poder de las marcas, mayor flexibilidad en las mezclas, los
mercados especulativos y las nuevas tecnologías, amén de las malas
políticas oficiales internas generaron las condiciones propicias para
tan inicuo cometido que llevó al peor de los mundos: una dañina
lucha entre naciones cafeteras pobres por vender su producción así
fuera con bajísimas cotizaciones y mala calidad.
Que en el mundo se consumen 3.900 tazas de café Nestlé soluble
por segundo y a los caficultores del precio de venta sólo les llega el
uno por ciento o que de un paquete de café transado en un supermercado
apenas les corresponde el seis por ciento o que de un negocio que valía
en 1990 cerca de 30.000 millones de dólares, de los cuales percibían
10.000, se transformó en el presente en uno que vale más de 70.000
y solo les traslada menos del 10 por ciento, demuestran que el rompimiento del
Pacto aplastó a los cafetaleros de todo el orbe en provecho de las multinacionales
y de los poderosos gobiernos que las representan.
Al cumplirse cuarenta años de la OIC, se avisa del posible reingreso
de Estados Unidos. Las solicitudes dirigidas a su gobierno para ello están
inspiradas en la "lucha contra el narcotráfico y el terrorismo".
Aunque de ese eventual regreso no puede colegirse que vendrá un orden
automático en el mercado mundial del café, en el hipotético
caso de decretarse medidas en esa dirección, ello deberá darse
sin contraprestaciones, ni imposiciones de algún orden. Ha de derivarse
del reconocimiento del infame trato concedido hasta ahora a 60 países
y a 25 millones de familias caficultoras pobres del mundo. Debe abordarse en
pié de igualdad para todos, despojándolo de una vez y para siempre
de la impronta colonial que ha tenido. Sólo así es posible que
en "una nueva OIC" no se refrenden las dolorosas experiencias vividas
ni los males causados a los productores por más de siglo y medio. De
manera digna y patriótica, nuestros gobiernos deben velar porque así
sea, máxime cuando el mundo se encuentra en la fase superior más
salvaje del "capitalismo salvaje".
Septiembre 15 de 2003
AURELIO SUÁREZ MONTOYA
PRESIDENTE NACIONAL