Latinoamérica
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14 de septiembre del 2003
Chile: Diversidad para las nuevas mayorías, después de 33 años
La memoria del torrente
Rodrigo Ruiz
SurDA
Intentaremos poner en breve algunas preguntas que nos resultan largas. Ahora que nos llenamos de recuerdos y conmemoraciones aprovechemos de aclararlo: no es "hace 30 años", sino "durante 33 años". Aunque siempre es arriesgado usar la aritmética en la historia, y recién está partiendo el absolutamente necesario ejercicio de reflexión y aprendizaje sobre la experiencia de la UP.
Hasta el 11 de septiembre de 1973 se produjo el más formidable ascenso popular de nuestra historia. Un movimiento largamente constituido que logró madurar una voluntad de superación, de transformación social. Sencillamente se producía el retroceso de los poderosos, que fueron crecientemente acorralados por un pueblo que se atrevía cada vez más.
En esos tres años una masa irredenta reclamó la historia para sí, y quiso ser dueña de lo que siempre debió ser suyo. Caminó sorbiendo el país en amplias bocanadas de participación, aprendió el atrevimiento, quiso administrar y transformar. Aunque sea obvio, nunca hay que cansarse de repetir que el valor primero de aquella proeza es haber liberado uno de los torrentes populares más participativos y creativos de nuestra historia, que por eso mismo impactó al mundo. Una probadita de futuro. Un sabor multitudinario de libertad y protagonismo. Es un aprendizaje en la cultura, la fijación de una herencia en la mente colectiva de los chilenos. Si hay una memoria importante es esa, la memoria del torrente. Es mil veces más importante que la memoria de la persecución, que a menudo consume a la izquierda.
El Golpe quebró esa alegría con la crueldad usual de las bárbaras clases dominantes latinoamericanas, acostumbradas a defender el trono y la ganancia con la muerte y el terror. Desde ahí se desató un rápido y brutal contragolpe que abrió un periodo radicalmente nuevo, eliminando toda posibilidad de retorno a los llamados regímenes "democrático burgueses" con economía de predominio estatal. Esa circunstancia marcó una especificidad histórica de profundas connotaciones: una vez decantado entre las fuerzas del régimen el rumbo que tomaría la dictadura, a pocos años del Golpe, emergió el carácter real de la derrota. Lo que venía era una refundación general, una verdadera revolución reaccionaria que instauraría el orden más abiertamente injusto y excluyente, el más inequitativo y antidemocrático, de una profundidad que traspasaría los límites del régimen dictatorial.
El nuevo orden goza ya de 30 años de suficiente estabilidad gracias a altos niveles de unidad política del poder, basados en la inalterada exclusión de los sectores populares.
Balances
Pero aún faltan reflexiones y balances sobre esa historia, con justificaciones distintas según el sector. Es una carencia notoria que profundiza la derrota.
En la izquierda de testimonios y tradiciones se exagera el rol del imperialismo y la maldad de la derecha como explicación única, omitiendo -hasta hoy- cualquier examen de los errores propios. Otros sectores de la antigua UP y el MIR sencillamente naufragan en la desfachatez, se hincan ante El Mercurio, asumen culpas falsas con la mueca fea de los arrepentidos. Ellos no harán balances útiles sencillamente porque desprecian el sentido popular del proyecto de la UP y abrazan convenientemente las doctrinas del poder. Son simplemente traidores a su pueblo.
La izquierda tuvo proyecto y fue gobierno. Eso no se puede seguir escondiendo, iconográfica o políticamente, detrás del afiche de Allende. No fue sólo el gobierno de Allende, fue el gobierno de la UP, y los sobrevivientes políticos de esa experiencia deben revisarla con consecuencia y sentido crítico.
La izquierda chilena, actual y pasada -ha cambiado poco en 30 años- no logró desarrollar una conducción efectiva que permitiera un desenlace consecuente con la voluntad popular que crecía. Como reconocen muchos de sus actores, la UP se entrampó durante buena parte de esos mil días, sin más orientación que intentos cotidianos de contención de la creciente recomposición de los sectores tradicionalmente dominantes, cuyo anterior debilitamiento había permitido el ascenso popular. ¿Por qué? ¿Qué faltó? ¿Qué no se previó?
¿Cómo comprender lo que es más importante, aquel ascenso de masas que permitió que el pueblo tomara las riendas del país? Eso es más importante que la anécdota, es más importante que los tecnicismos políticos que a veces consumen los debates, simplemente porque allí reside la posibilidad de un mañana, en la reedición, bajo nuevas condiciones, de una acumulación popular que permita volver a amagar los poderes dominantes con un empeño de justicia y democracia.
Rescatar la especificidad del proyecto de Allende
"Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista."
Salvador Allende, 21 de mayo de 1971, Discurso ante el Congreso
Es sano mantener las distancias entre la izquierda y el propio Allende. Porque precisamente es allí donde radicó -quizás- una de las debilidades más importantes de aquel intento: las diferencias en la concepción del proyecto.
Allende declaró en su primer mensaje presidencial que intentaría poner en práctica una vía al socialismo propia, no homologable ni reductible a las experiencias pasadas. Se trataba de una "vía pluralista" (la palabra pluralista en aquella época no connotaba la gelatinosa incoherencia de hoy). Decía Allende: "en términos más directos, nuestra tarea es definir y poner en práctica como la vía chilena al socialismo, un modelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus aspiraciones. Para eso es preciso el coraje de los que osaron repensar el mundo como un proyecto al servicio del hombre. No existen experiencias anteriores que podamos usar como modelo, tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo como para la creación socialista".
La izquierda de la época, sin embargo, carne y seso del proceso de la UP, no estaba ni cerca de querer desprenderse de las certezas con que se orientaba, tanto en teoría como en experiencia histórica. Los "clásicos" alemanes y rusos eran traducidos después de ser masticados en francés o normativizados por la burocracia soviética, y las experiencias de otros pueblos se volvían recetas.
Seguramente es injusto e inexacto decirlo de forma tan tajante, pero lo importante es que de un modo u otro aquella izquierda no parecía convencida de intentar el tremendo esfuerzo refundacional que le proponía Allende; quien si se las había arreglado para comprender -o al menos intuir, no sabemos bien aún- las complejidades de un proceso revolucionario en Chile. La izquierda no. Los paradigmas históricos de la izquierda no habían sufrido los apedreos de hoy, y estaban intactos. Era una época en que parecía que "la historia trabajaba para la revolución".
De esa suerte, esas diferencias que ni Allende ni las conducciones políticas resolvieron antes de ganar la presidencia, se expresaron de manera concreta en las decisiones del proceso.
Puesto ya sobre la crisis, Allende no podía salvar su gobierno con prácticas propias de lo que había declarado no repetiría, y fue coherente con eso: la circunstancia de su muerte misma estaba fuera de la cultura de la izquierda.
Investigar, conocer, discutir de forma crítica aquel ideario renovador es un desafío fundamental para los nuevos empeños políticos que hoy buscamos caminos donde - aunque la experiencia ajena enseña- ninguna receta sirve, donde se revela el deber de la innovación (renovación sonaría más bonito pero ya es una palabra podrida). Así como se nos ha revelado un Che latinoamericanista, un luchador por los pobres del mundo crítico de todos los poderes globales; el empeño de Allende se suma, intentando hacer lo mismo por otros medios -como le dijera el propio Che- al llamado ejemplar de Mariátegui: ni calco ni copia.
Deudas de 30 años
El imperativo del pluralismo allendista cobra deudas de 33 años.
Una toma de conciencia sobre los 33 años implica asumir sin ninguna agresividad que el deseo, el pensamiento y las prácticas de lucha por la justicia social y el cambio no radican de forma exclusiva en los partidos políticos de la izquierda, y que es fundamental por tanto montar un escenario amplio, que de cuenta de las heterogeneidades actuales.
Se han incorporado nuevos sectores, nuevas demandas. Pero la derrota y una larga acumulación de vicios, han impedido que el planteamiento central de la transformación social vincule a las diferentes luchas y movimientos.
Y esa brecha no se resuelve -como se hace hoy- por la vía del relleno, completando la doctrina tradicional con una pizca de ecologismo, de etnicismo o una amplia oposición a las discriminaciones. En la autoproclamada única izquierda hay un modo de comprender la política y la lucha social que lleva de forma sistemática a la sobre valoración del rol del partido, y por la misma vía, a la centralidad de lo que en ese imaginario funciona como equivalente a "clase obrera". Dicha perspectiva ya mellaba el pluralismo allendista hace 33 años, y hoy desoye además la transformación neoliberal, que redibuja el antiguo esquema social. Ignora también la heterogeneidad de la lucha y la resistencia actuales, que no se remiten a las antiguas legitimidades político- ideológicas.
Pero hay también, enfrente, un modo de plantear las luchas específicas que rehuye atemorizado de la política, quita el cuerpo al enfrentamiento y la construcción de base y, por esa vía, no atiende al problema mayor de la transformación. En esos nuevos movimientos, por ejemplo, el carácter profundamente derechista del laguismo ha sido asumido con dificultad; y parece ser también escasa allí la urgencia ante el avance de la derecha (aunque es justo decir que lo es también en la izquierda). Es otra forma de mellar el pluralismo.
Ahora que ya no puede ni siquiera sospecharse que la izquierda representa a los más pobres, el centro político a las capas medias y la derecha al mundo empresarial, por la sencilla razón que la izquierda no se representa más que a sí misma, la derecha se metió en el mundo popular y los empresarios se representan a sí mismos sin necesidad de partidos políticos (las capas medias divagan, se preguntan qué hacer); ahora que no funcionan los tres tercios ni las formas de constitución de sectores sociales propias de aquella república bombardeada por los Hawker-Hunter junto a la Unidad Popular, ahora hay que levantar una política capaz de reconstruir espacios de socialización alternativa en esos sectores populares desestructurados.
Si efectivamente la UP fue el fin de un largo proceso histórico de cuestionamiento a la oligarquía, que reaccionó brutalmente ante su fase más radical y peligrosa, ¿cuál es el signo de esta Nueva República? Acaso, según se ve, una lógica política neoligárquica de signo liberal, donde una derecha política que huye de la tradición oligárquica al menos en su superficie visible, construye primero -dictadura mediante- un nuevo orden social de exclusión que lleva a su expresión mínima los mecanismos sociales que producían el tipo de sectores sociales tradicionales, incluidos y organizados, que apoyaban a la izquierda; e inventa después una política eficaz para esa situación de desestructuración, superando su fórmula de autoritarismo político con liberalismo económico, buscando sostener el liberalismo excluyente con una nueva hegemonía, construyendo consensos y vendiendo la falsa idea de que representan a la inmensa y heterogénea masa de los excluidos.
La pregunta de estos 30 años es si desde el campo del pueblo emergerá una alternativa capaz de disputar esa construcción y proponer alternativas.
Ello requiere poner en duda, sin temor, mucho de ese saber que aún provee una fácil pero inútil tranquilidad de conciencia, y construir con la misma vocación de Allende un nuevo saber de la organización social y política del pueblo, orientado a la disputa de las grandes correlaciones de fuerzas, basado por tanto en la edificación, bajo nuevos términos, de un sujeto popular politizado. Ello implica volver al protagonismo social por la vía de la democratización de la política. También implica construir nuevos horizontes ideológicos y culturales que permitan superar heterogeneidades gratuitas que enfrentan hoy a quienes debieran ir juntos, e ir forjando un nuevo sentido de futuro. Y retomar una reflexión más seria sobre la especificidad del capitalismo latinoamericano y chileno.
El marxismo y otras útiles doctrinas liberadoras, o se han abandonado como a la peste o se les defiende de un modo dogmático, intentando aún hoy, encajar el Chile actual en los análisis de Marx sobre la Europa occidental del XIX. El buen marxismo requiere ser practicado más que defendido. Desde allí es preciso revisar de modo crítico y de frente a la sociedad la experiencia del socialismo histórico, sencillamente porque después de duras derrotas, seguimos ante la necesidad de hacernos cargo de la liberación desde abajo.
La mayoría y el jamón del sándwich
Quien escribe la historia son los vencedores, eso se sabe. Quien reflexiona sobre la derrota son los vencidos, casi siempre; pero quien elabora el fracaso son a menudo los arrepentidos. Para estos últimos, 30 años es buen momento para insistir en razonamientos acerca de la actualidad y el futuro inmediato, "sacando enseñanzas de la UP".
La actual cultura democrática impone la exigencia de la mayoría. No se debe hacer nada sustantivo si no se tiene una mayoría absoluta y suficiente, pero bueno sería tomarse la molestia de desmenuzar esa idea de mayoría, y sincerarla. Las mayorías que importan a los intelectuales de la corte son las institucionales. Y no se las vaya a confundir con las masas, la ciudadanía o algo semejante. Aquella mayoría que perdió Allende y que se sitúa como una de las causas del fracaso tiene nombre, se llama Democracia Cristiana. Y no es culpa del treintaitanto por ciento con que ganó la presidencia, pues ese fue un rasgo de muchas elecciones presidenciales bajo la Constitución de 1925, que permitía dar forma al difunto esquema de los tres tercios.
De esa suerte. Para el lado "izquierdista" de las cúpulas gobernantes, una enseñanza cimera de la UP estriba en mantener a toda costa las mayorías institucionales, pues eso permite salvar, bajo el nombre de Concertación, su esquema de privilegios.
Pero la propaganda de esa alternativa busca pintar a Lagos como un pequeño Allende que necesita imperativamente el apoyo de sus filas en un momento en que la DC amenaza con retirarse, lo que implicaría otro 1973, otro triunfo de la derecha. Así pues, el disenso en el laguismo es traición. Lo central es defender la alianza, la mayoría institucional.
Y la receta principal es la ausencia de proyectos. Ello permite negociar con más tranquilidad y, sobre todo, evitar todo asomo de radicalidad. En esa versión, inteligentemente repetida en los programas de historia de la televisión, fue la exigencia desmedida tanto de sectores de izquierda como del movimiento popular radicalizado, la que desestabilizó a Allende. Es la misma exigencia -inapropiada, dirían- que hoy hacen sobre Lagos muchos sectores antes leales y hoy descontentos.
Esa "sobrepuja", en la medida en que debilita al progresismo, se convierte -dicen- en "una política objetiva de derecha". Las masas y la izquierda, sin quererlo, sirven a los intereses de la derecha. ¿Qué mejor analogía histórica para la situación actual, cuando la derecha avanza con mayorías efectivas?
Bajo el imperativo de despolitización que rige el modelo de democracia que hoy campea y que es propio de los gremialistas -levantado desde sus inicios y visible aún hoy, por ejemplo, en el explícito discurso de despolitización de los DDHH de Longueira-, se elude reconocer lo que es más obvio en la historia: al final la DC, orientada no sólo por vagos criterios de mayoría sino por la recuperación creciente y vertiginosa de su sentido derechista original, abandonó igual a Allende. Y además, que cuando Allende se decidió por fin a entregar la decisión a la ciudadanía, lo asesinaron antes que pudiera siquiera convocarla. La DC simplemente no puede apoyar ninguna forma de transformación social, precisamente por eso es que los defensores de la Concertación pueden convocarla.
Igual que ayer, para enfrentar una derecha en expansión social es preciso superar las magras mayorías institucionales y constituir mayorías ciudadanas efectivas, disputar a esa derecha de masas los espacios de constitución social de las bases para transformarlas en actores políticos efectivos, mayorías en movimiento. Pero ese es un trabajo mal pagado, sin elegancia, impropio para señores acostumbrados por 12 años a habitar lobbys, y sobre todo, requiere tener proyectos y defenderlos con consecuencia. La cúpula del lado de izquierda en la Concertación está ya impedida de hacerlo.
Y viene la derecha
"A esconderse que viene la basura..."
(decía un chachachá).
El testimonio simple sobre los 30 años se revela gravemente insuficiente cuando en plena rememoración crece la sensación de que termina incluso el simulacro de democracia en que hemos vivido los últimos 12 años, y que alcanzó para dejar tranquilos a algunos conformistas bajo la mentirosa divisa de que combatir una Concertación regida por su alma de derecha era apoyar a la derecha misma. Incluso esa democracia escurridiza y tacaña parece llegar a su fin.
Tres presidentes de la Concertación gobernaron una estación aburrida sin mucho calor ni frío después de un largo invierno de 17 años, y llega el otoño. No hubo primavera, ni flores ni comilonas, ni minifaldas, sólo políticas comunicacionales. Circo en abundancia y del pan, sólo el necesario para que no se levanten las masas.
Pasado ese verano sin vacaciones, a bordo de su camión de basura vienen Longueira y sus secuaces. Se acabó la democracia como la conocíamos, con cultura tipo espectáculo en pastos del Forestal y justicia mientras no implique justicia, se acabó buscar pega en las sedes partidarias. Se acaban las medias tintas de las clases medias. Se acaba hacer políticas de derecha a nombre de la izquierda. Ahora viene la derecha con sus propiamente tales políticas de derecha.
30 años. Allende murió por su pueblo y después murieron miles. La Moneda sigue llena de cicatrices, habitada por enanos desmemoriados. El pueblo de Chile es ahora más pobre que hace 33 años, más ignorante, menos organizado. Y la derecha viene sin tirar un tiro, por la vía elegante de las urnas, a demostrar su viabilidad política, a superar la dictadura que no supo superar la mediocridad de la Concertación.
Viene la generación de Chacarillas. Los mejores hijos de Pinochet, promovidos por la tiranía y entrenados por Guzmán, quien nunca dudo que algún día habría que desembarazarse del viejo dictador para ejercer la hegemonía. Vienen a hacerse cargo de la última fase del plan de Chacarillas, descaradamente llamada "normalización", después de la presupuestada "transición".
En 30 años así, lo importante está en los próximos 30 años. Es una conmemoración que obliga mirar adelante. La tarea de los próximos 30 años será sencillamente construir una alternativa popular realmente democrática que derrote esa derecha que ha puesto en práctica su plan -con valiosa colaboración de la cúpula concertacionista- durantes los 30 años que ahora se terminan, y que volvamos, antes que pasen otros 30 más y los americanos terminen por llevarse todo el cobre, a sentir todos los chilenos la sensación de la gente en la calle. Allá vamos.
Notas
1- Artículo publicado en Nº41 de revista SurDA, Chile, en Septiembre de 2003.
2- Director de la revista chilena SurDA. revistasurda@hotmail.com