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Latinoamérica

26 de septiembre del 2003

Chile: una élite prisionera de su mentira

Marcos Roitman Rosenmann
Rebelión
Rastrero adjetivó Salvador Allende a uno de sus generales al saberlo partícipe del golpe de Estado aquel 11 de septiembre de 1973. Asimismo, en su alocución, Allende llamo al pueblo de Chile a tener fe en su futuro y superar el tiempo amargo de la traición. Tras las primeras horas de represión, siguieron los días , las semanas y los años de la tiranía. El ocaso de la vida republicana y democrática trajo consigo una era de oscurantismo cuya machacona cantinela fue haber logrado un triunfo sin igual en la lucha contra el comunismo internacional. Con años de tortura en su espalda, y el asesinato como norma, el grito de libertad no pudo ser acallado. Mientras la dignidad del pueblo chileno se aglutinó en torno a las gentes humildes de las poblaciones, a los trabajadores, a las mujeres violadas durante la tortura, en las madres , esposas, hermanas, hermanos y maridos de los detenidos desaparecidos, en el pueblo mapuche, el campesino y la juventud rebelde, la vergüenza, salvo excepciones, se concentró en la élite política. Dividida inicialmente entre quienes apoyaron y co-participaron en la muerte de la vida democrática celebrando el bombardeo de la casa presidencial y quienes defendieron el ordenamiento constitucional llamando a resistir al fascismo, con el paso de los años unos y otros acercaron posiciones hasta hacer imperceptible las diferencias. Una parte importante de la oposición pinochetista, viajó con el apelativo de ex-diputado, ex-senador o ex-ministro. Haber sido miembro del gobierno, parlamentario de la Unidad Popular o amigo de Allende imbuía de Acategoría histórica@ a los susodichos. El exilio abrió brecha. Los del interior y del exterior. Unos y otros se arrogarán la representación y la legitimidad para pactar o firmar acuerdos. Del otro lado, la democracia cristiana, cuya cobardía la hizo cómplice de la felonía del 11 de septiembre, decidió alejarse del poder militar al verse desfavorecida en el reparto de prebendas. No tuvieron suficiente tajada y ello les encolerizó. Parecía que la división tan clara el 11 de septiembre de 1973 se difuminaba con el auto-exilio de algunos destacados golpistas demócrata-cristianos.

A principios de los años ochenta, la demanda de libertad hizo tambalearse la tiranía. Nuevamente, el miedo y la falta de gallardía, permitieron que el estado militar siguiera gobernando. La oposición negoció plazos, amnistías y aperturas controladas para evitar perder el control postrero de una transición amañada. Pinochet y sus servicios de inteligencia sabían el material de que estaban hechos sus interlocutores. No les debía demasiado respeto y por ello se sentía seguro. La constitución de 1980 dio el marco legal para consolidar el proyecto pinochetista de refundación del orden. Es más, un plebiscito podría acortar en un período el mandato del Alíder carismático@. Ardid que maquilla una traición orquestada por unos y otros. Pinochet, con su habitual soberbia llamó a los opositores mas connotados y ofreció un pacto Ade caballeros@: negociar con él. Los invitados aceptaron, asegurandose una cuota de poder bastardo. Pero no aspiraban a más. Ese era todo su reclamo tras quince años de eclipse político. Contentos y sin grandes dubitaciones emprenden la tarea de airear el régimen militar. Los plazos eran flexibles, no así los contenidos. Los derechos humanos soló podrían ser reivindicados a titulo propagandístico. Se inventó la concertación, un engendró que excluía a quienes por años habían luchado sin tregua contra el tirano y unía, contra-natura a golpistas y víctimas de la tiranía. No casualmente, su candidato y primer presidente sería el sedicioso Patricio Alwyn, instigador civil y miembro de la trama pinochetista. Todavía hoy, demócrata-cristianos y pinochetistas siguen sin responsabilizarse de las muertes cometidas durante la dictadura. Es mas se ufanan de ello convencidos de haber actuado diligentemente. Así, la traición a la cual aludiese Salvador Allende, termina por adscribirse, con el paso del tiempo, a una parte destacada de sus correligionarios. La pérdida de memoria y el abandono de los principios éticos facilitan soltar rastre. La ética del compromiso se transforma en el ingrávido discurso del pragmatismo tecno-burocrático. Los victimarios y una buena parte de los desplazados políticos se parean, unos con el objetivo de seguir impunes y los otros, con la finalidad de recuperar el poder.

En Chile, se representa una gran farsa. El destino termino urdiendo una tragicomedia. Tres generaciones están inmersas en la mentira. Cada una se justifica asimisma. Nadie quiere reconocer que en Chile, el golpe de estado significo una ruptura de la vida republicana donde se evidenció el poco o ningún apego democrático de la burguesía chilena al orden constitucional, menos aún de sus representantes políticos obstinados en destruir cualquier atisbo de proyecto nacional, democrático, de justicia social y de contenido social. Para ellos, el golpe de estado fue salvar el país del marxismo-leninismo, coletilla con la cual justifican el asesinato y la desaparición de las personas. Viven convencidos de su buena acción católica y celebran el 11 de septiembre como una liberación. Sus coetáneos, miembros de la Unidad Popular, se achacan, incomprensiblemente, el papel de verdugos de la democracia. Sus análisis reclaman para sí la culpa del golpe. Todo fue intransigencia y los errores de sectarismo fueron minando el gobierno hasta hacerlo ineficaz y débil. Esta visión la trasladan a la generación siguiente, aquella que en ciernes, volcó su juventud en apoyar el gobierno.

Hoy, un respetable dirigente del partido socialista, Camilo Escalona, por allá en 1973 con poco mas de dieciocho años, dice haber sido un mero espectador, cuando era uno de los principales dirigentes estudiantiles de la Unidad Popular. Vaya manera de lavarse las manos expiando sus pecados de niño , haciendose irresponsable o considerandose manipulado. Así hay ministros, subsecretarios, embajadores y miembros de la nomenclatura que supieron callar y esperar su turno. Hoy co-gobiernan el país. Los mayores de cincuenta años, los primeros en degenerar humanamente, se aferran a disculparse. Sabedores de sus ignominias solo les cabe hacer una piña para evitar ser descubiertos. Viven un mundo de apariencias, de modos, de gestos donde la superficialidad y la hipocresía se han transformado en valores recurrentes, moldeando un carácter conformista y sumiso. Son una generación sin deseos de reflexionar. Han decidido vivir sin conciencia. Pero lo mas destacado es que han sabido proyectar este mundo de miseria a la generación subsiguiente, aquella que vivió el golpe militar con pocos años o que nació en su Aregazo@. Llenos de soberbia, configuran el Chile sociológicamente pinochetista. Sus valores están llenos de tópicos y de esloganes de mercado. Para ellos, todo se puede comprar y vender. No hay principios, con la dignidad no se vive. El mundo debe estar en manos de los mas fuertes, de los poderosos. Los débiles son materia prima para manipular, moldear y utilizar hasta su muerte física. No hay lugar para la amistad o la honradez. Para ellos el 11 de septiembre es una efeméride comercial y cuanto mas, un anecdotario de un Chile que repudian, no quieren conocer y con el cual no se sienten ni histórica ni culturalmente comprometidos. Así ya no hay dudas, Pinochet triunfó gracias a la celeridad con que sus opositores le rindieron pleitesía y a la mutación de otros en cuya cara reconocemos el rostro del dictador: José Miguel Insulza, ministro de exteriores defendiendo su libertad y hoy ministro del interior por recomendación expresa del tirano. )Habrá otra generación que rompa la mentira?. Para ello se trabaja.