América Latina después de Cancún
¿Hacia la segunda descolonización?
En 1999 la reunión de la omc en Seattle fracasó por la masiva acción callejera del movimiento contra la globalización; cuatro años después, la reunión de Cancún descarriló por la doble acción del movimiento social y de un amplio grupo de países del Sur.
Raúl Zibechi
La rapidez de los cambios que se operan en el escenario mundial, y la densidad de los mismos, amenzan con hacer perder el hilo y la envergadura de los virajes que se están sucediendo de forma casi ininterrumpida. ¿Desde el 11 de setiembre de 2001? No, más precisamente desde fines de noviembre de 1999, cuando masivas y sorprendentes movilizaciones de sindicalistas, pacifistas, mujeres, ambientalistas y jóvenes alternativos, hicieron fracasar la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (omc) en Seattle.
En apenas cuatro años, el movimiento generó acciones sorprendentes, pese a que los atentados del 11 de setiembre generaron confusión en su seno. Después de Seattle vino Praga, Gotemburgo, Génova, Washington, Florencia, entre otras grandes movilizaciones; en tanto, los tres gigantescos encuentros del Foro Social Mundial en Porto Alegre mostraban la capacidad de convocatoria, debate y propuesta del nuevo movimiento y, a comienzos de este año, las millonarias movilizaciones contra la guerra en Irak, que abarcaron todo el mundo, enseñaron su capacidad para deslegitimar acciones y gobiernos guerreristas.
En América Latina, estos cuatro años fueron testigos de cambios muy importantes. En Venezuela se consolidó el gobierno bolivariano de Hugo Chávez; en Ecuador el movimiento indígena derribó un gobierno en enero de 2000 y dos años después eligió un presidente que se proclamó "progresista"; en Argentina un ciclo de protestas de inusual profundidad quebró el modelo neoliberal; en Bolivia emergió, luego de varios levantamientos indígenas y populares, una potente fuerza social y política encabezada por Evo Morales, y en Brasil fue elegido presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Aunque estos cuatro años fueron ricos en cambios a lo largo y ancho del planeta, la región latinoamericana vive lo que puede ser un viraje de larga duración.
En paralelo, se registraron cambios importantísimos en las relaciones entre los países del Norte y del Sur, aunque en principio fueron menos visibles. La novedad principal, destinada a generar cambios de largo aliento, son los acuerdos alcanzados por grupos de países del Sur. A comienzos de junio de este año, Brasil, India y Sudáfrica crearon el G-3, con el objetivo de intensificar los intercambios comerciales y "hablar con una única voz en los organsimos multilaterales", según señaló el canciller brasileño Celso Amorim en la oportunidad. El 23 de junio, India y China firmaron una serie de acuerdos que descongelan las relaciones entre los dos gigantes asiáticos, capaces de modificar la relación de fuerzas a escala mundial. En agosto, cobró forma el G-21, impulsado por esos mismos países, pero con amplia base en América Latina y cada vez más en Asia. Estas nuevas alianzas son respuestas a la ambiciosa estrategia de dominio planetario de los halcones de Washington y, a la vez, reflejan las nuevas tendencias mundiales, de las cuales el movimiento contra la globalización es una de las más significativas.
UN NORTE SIN NORTE. El fracaso de Cancún revela el descrédito de las políticas implementadas por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, lo que Samir Amin denomina "la tríada" del capitalismo actual. La magnitud de la apuesta de las grandes empresas (recordemos que las 200 principales compañías del mundo desarrollan el 28 por ciento de la actividad económica mundial y que las 500 mayores realizan el 70 por ciento del comercio mundial) ha sido interpretada de forma crítica por una gran parte de la humanidad: se proponen destruir todas las leyes y regulaciones nacionales que limiten la posibilidad de hacer negocios.
Sin embargo, la temible ambición que se manifiesta en el deseo de los poderosos de apropiarse, lisa y llanamente, de la vida mediante patentes; su voluntad de desmantelar los sistemas de salud pública; de evitar que los gobiernos puedan controlar el flujo de capitales y hasta impedir que favorezcan con sus compras a empresas nacionales, tuvo un punto de inflexión significativo: la defensa de la agricultura, o, mejor dicho, la defensa de los campesinos y de la capacidad de los países pobres de conseguir su seguridad alimentaria. Dicho de otro modo, Cancún fracasó por la voluntad de los pobres del mundo de seguir existiendo. Adriano Campolina, director de la sección brasileña de Action Aid, recordó al diario Il Manifesto, el 10 de setiembre, lo sucedido en Brasil: "En los años noventa ha habido una gran liberalización del comercio que ha llevado a la ruina a la agricultura nacional. En poco tiempo los productos extranjeros han invadido el mercado excluyendo a los pequeños labradores. Mientras tanto, los países ricos mantuvieron sus subsidios haciendo dumping en los mercados de los países en desarrollo, devastando sus economías".
El secretario de Agricultura de Estados Unidos entre 1981 y 1985, John Blick, puso en negro sobre blanco la actual política imperial: "El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo para volverse autosuficientes en la producción de alimentos debe ser un recuerdo de épocas pasadas. Estos países podrían ahorrar dinero importando alimentos de Estados Unidos".* Es evidente que lo que está en juego es la existencia misma de esos países como entidades mínimamente independientes. Para Estados Unidos, atacar la autosuficiencia alimentaria de los países del mundo es parte del juego de dominio planetario. De ahí que Luis Hernández Navarro concluya que el "desarrollo de la industria militar, la producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadounidense en la economía mundial".**
La respuesta a esta ambiciosa política es hoy tan vasta y abarcativa que sus mentores se encuentran aislados, a menudo en sus propios países. Vivimos una impasse, una situación inestable caracterizada por el fracaso de las políticas neoliberales, guerreristas y hegemonistas, pero aún no se han abierto paso políticas alternativas. En suma, las elites están forzadas a cambiar de política, pero aún no han encontrado el recambio. En una situación así, se abre una oportunidad inédita a los pueblos y países pobres del mundo.
EL RETORNO DE LOS BLOQUES. Desde hace medio siglo no se registraba la confluencia de dos poderosos movimientos capaces de modificar el mapa mundial. En efecto, desde el período de la Conferencia de Bandung, en 1955, en plena oleada descolonizadora de los países de África y Asia, no confluía la acción de dos grandes fuerzas político-sociales: el movimiento nacionalista y los países recién independizados o que habían optado por el camino socialista.
Hacia los años sesenta, la potencia de los movimientos antisistémicos era tan grande que "habían accedido al poder casi en todas partes: partidos comunistas en una tercera parte del mundo, desde el Elba hasta el Yalu; movimientos nacionalistas de liberación en Asia y África (y movimientos populistas en América Latina); movimientos socialdemócratas (o partidos similares) en la mayor parte del mundo paneuropeo (al menos en forma alternada)".*** Tras el fracaso de estos movimientos en su empeño por cambiar el mundo, y el hundimiento de la Unión Soviética, los halcones de Washington y el puñado de grandes empresas que manejan el comercio y las finanzas creyeron que había llegado la hora de rediseñar el mapamundi, que en adelante sería unipolar.
Por eso la creación del G-21 es una de las noticias más importantes de las últimas décadas, desde el punto de vista de las relaciones Norte-Sur. En efecto, es la primera vez desde el movimiento iniciado en Bandung que los países del hemisferio pobre hablan en voz alta y de forma relativamente unificada ante los países centrales. Hay dos hechos que merecen ser destacados: que el tema que inicialmente los agrupa sea el rechazo a los subsidios agrícolas del Norte, y que los que hayan tomado la iniciativa sean los países líderes en cada uno de los continentes.
Tanto en África como en Asia y América Latina, parecen estarse formando bloques regionales encabezados por Sudáfrica, India y China, y Brasil, respectivamente. Ciertamente, cada uno de ellos no persigue objetivos idénticos y tampoco fueron llevados a adoptar esa posición por razones similares. Si China aspira a convertirse en la potencia mundial que sustituya a Estados Unidos, el caso de Brasil (y probablemente de Sudáfrica) es bien diferente. Las nuevas capas dirigentes de estos países llegaron a la dirección de sus estados gracias a la pujanza de los movimientos antisistémicos, que son una de sus bases de sustento fundamental.
América Latina es, en todo caso, el eje central de la disputa por un mundo no hegemonizado por una sola potencia, ya que el dominio del llamado "patio trasero" de Estados Unidos ha sido, históricamente, la rampa de lanzamiento de su hegemonía planetaria. De ahí que lo que suceda en el escenario regional tenga repercusiones estratégicas. Y en ese escenario, el papel de Brasil será decisivo. El canciller brasileño, que actuó como coordinador del G-21 en Cancún, fue blanco de las críticas y de la "guerra psicológica" de Estados Unidos y la Unión Europea. La irritación del Norte, y muy en particular la del representante comercial de la Casa Blanca, Robert Zoellick, está más que justificada. Catorce países que integran el G-21 son latinoamericanos. En comparación, cuarenta años atrás, cuando la I Conferencia de Países No Alineados, en 1961 en Belgrado, había sólo un país latinoamericano: Cuba. La notable diferencia da la pauta de los cambios que está viviendo la región, donde la política de Washington encuentra día a día más oposición.
NUEVOS TIEMPOS. Los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo, una vez tomado el poder, fracasaron porque, como señala Wallerstein, "el poder del Estado era menos poderoso de lo que habían pensado". No sólo porque cada Estado está constreñido por el sistema interestatal que limita su autonomía, sino por el poder económico del Norte que recolonizó las amplias regiones que habían conseguido su independencia. Este nuevo dominio, que se registró de forma vigorosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tuvo como punta de lanza algunas de las instituciones que hoy son duramente cuestionadas por el movimiento antiglobalización: el fmi, el Banco Mundial, y más recientemente la omc, organismos encargados de poner en práctica las políticas que necesitan las grandes empresas multinacionales.
El movimiento actual tiene similitudes y diferencias con aquel que completó la descolonización en los sesenta. Entre las primeras, quizá la más destacada es que en ambos períodos el movimiento social provocó casi siempre cambios en el poder estatal, ya que la movilización de masas –nacionalista, populista o socialista– desembocó en la caída de viejos regímenes y gobiernos y su sustitución por nuevas camadas de gestores estatales surgidos desde la base.
Sin embargo, las diferencias entre ambos períodos parecen más robustas. El actual movimiento antiglobalización no se ha dotado hasta ahora de una estructura jerárquica, sino que ha optado por una coordinación flexible. Por otro lado, y en estrecha relación con lo anterior, no pone todas sus expectativas en el acceso al poder estatal, sino que procura promover cambios sociales y culturales, y aun políticos, sin entramparse en la gestión estatal de la crisis. En tercer lugar, y también vinculado a los dos supuestos anteriores, existe una clara diferenciación entre movimientos y estados, y no parece fácil que los primeros terminen subordinándose a los segundos, como sucedió en el período anterior.
Este conjunto de características del movimiento antiglobalización, permite alentar la esperanza de que la confluencia con grupos de países que quieren zafar de la dependencia del Norte, como sucedió ya en Cancún, tenga la doble virtud de alentar coincidencias sin generar ataduras que limiten a las sociedades civiles. La inminente campaña continental contra el alca, que luego del fracaso de la omc es el blanco prioritario en América Latina, puede ser motivo de una nueva y alentadora confluencia de acción en la diversidad.
Citado por Luis Hernández Navarro en "Los springbreakers del libre comercio", Carta No. 31, setiembre 2003..
Idem.
Immanuel Wallerstein, "¿Qué significa hoy ser un movimiento ansistémico?", en OSAL No. 9, enero de 2003.