Latinoamérica
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16 de septiembre del 2003
Las sardinas doblegan al tiburón
Fracaso en Cancún
Lisandro Otero
Rebelión
La quinta conferencia de la Organización Mundial de Comercio, convocada en Cancún, ha terminado en un rotundo y escandaloso fracaso. No se alcanzó un compromiso en los temas principales: inversiones, mercados y facilidades de intercambio. En el rubro de la agricultura los países ricos se opusieron a la determinación del grupo de 21 países conducidos por Brasil, India y China que exigieron a estadounidenses, japoneses y europeos que pongan fin a las subvenciones agrícolas que arruinan a los productores de los países subdesarrollados.
El rasgo más importante de esta convocatoria es que ha demostrado que los países menos favorecidos por la fortuna tienen la capacidad de organización necesaria para enfrentarse al dirigismo absolutista de los colosos industriales. Los especialistas señalan que esta conferencia ha sido mal preparada y peor ejecutada. Estados Unidos no concedió importancia al evento pese al grito de alerta lanzado por el economista George Soros, en el Foro de Davos, anunciando que la recesión había llegado a Estados Unidos. La desaceleración evidente obligó entonces al Fondo Monetario Internacional a reducir las expectativas de desarrollo.
En Davos se hallaban grandes magnates como Bill Gates y David Rockefeller y fue ante ellos que se desarrolló una retórica que antaño solamente era posible en círculos de socialistas enardecidos. El tema de la pobreza mundial, la necesidad de reducir la brecha entre ricos y pobres y de alcanzar una mejor distribución de los ingresos fue reiterado, orador tras orador, sin que Gates ni Rockefeller pestañearan. Sin embargo, a Cancún no acudió ninguna de las altas personalidades de la economía mundial.
Fidel Castro ha llamado la atención en reiteradas ocasiones sobre la inminencia de una crisis mundial motivada por modelos de consumo irracionales e insostenibles, un desarrollo concebido sólo para minorías, y ha clamado por un orden mundial más justo. De grandes crisis surgen grandes soluciones. La recuperación del Japón, que antaño fuese uno de los pilares del sistema capitalista, se produce con lentitud. Aunque Alemania proclama que ella sola puede sostener el ritmo de crecimiento de la Unión Europea, ello no bastaría para compensar la pérdida de empuje en la economía norteamericana.
Alan Greenspan, presidente del banco central de Estados Unidos, quien se ha convertido en el gurú infalible de la economía mundial, advirtió que la economía estadounidense ha entrado en una desaceleración espectacular y que en este momento su tasa de crecimiento es de casi cero. No obstante le dio el visto bueno al plan de Bush de recortar drásticamente los impuestos a las capas mas favorecidas económicamente. Todos los síntomas indican que el mundo se aproxima a una etapa crítica y en Washington se halla a la cabeza del país más importante del sistema, uno de los mandatarios más incapaces e incultos que jamás ocupara la Casa Blanca.
Dentro de cincuenta años habrá tres mil millones de seres humanos agregados a los seis mil millones que ya existen. Si el régimen de la economía mundial no se modifica estaremos, para entonces, cercanos a un Armagedón económico. Es cierto que el fenómeno globalizador es bien antiguo. Comienza con el Renacimiento y la viabilidad de medios de comunicación. Los primeros globalizadores fueron las caravanas de camellos que traían la seda del Oriente y su precursor fue, sin dudas, Marco Polo. Es verdad, también, que a la globalización la ayudan los aviones Jumbo, el internet, el fax, los celulares, las tarjetas de crédito y los satélites. Pero esos instrumentos han producido desempleo, deterioro del nivel de vida de los humildes, cierre de industrias no competitivas y la implantación de una falsa austeridad que implica privaciones solamente para los de abajo.
El trampolín principal de esta refundación del capitalismo es el colapso de la Unión Soviética y el campo socialista. Al no haber otra opción muchos se van tornando hacia esta variante de la expoliación disfrazada. El tiburón de siempre, Estados Unidos, continúa siendo una trampa descomunal para tragarse a las indefensas sardinas del subdesarrollo. Sólo que esta vez no le fue posible.
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