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Latinoamérica

26 de agosto del 2003

De zorros y caracoles

Carlos Fazio
La Jornada
En México hay dos proyectos de país: el de Fox y el de los de abajo. Son dos modelos de sociedad y de desarrollo antagónicos. El que administra Fox es el proyecto de país de los señores del dinero. Un "Estado niñera" al servicio de los "más aptos". Un Estado del bienestar poderoso, que subsidia y proporciona recursos y protección a banqueros, empresarios e industriales ladrones y a traficantes de influencia, algunos con fuero legislativo. El México de las "mejores familias", diría el secretario de Economía, Fernando Canales Clariond.

El de los de abajo, proceso todavía incipiente, es el proyecto de país que propone un sistema alternativo, que se quiere construir de abajo para arriba, desde la base, entre todos. Un modelo de país que se va forjando de facto en la resistencia, en el impulso de experiencias autonómicas y de autogobierno como nuevos instrumentos de poder dual, por distintas vías y de diferentes maneras. Y en diversas partes: entre los amuzgos de Xochistlahuaca, en Tlapaneca y el Alto Balsas, en Guerrero; en el municipio autónomo de Teotongo, en la Universidad de la Tierra y Juchitán, en Oaxaca; en San Salvador Atenco; entre las mujeres de la cooperativa Jolóm Mayaetik, en el municipio de Yomlej y en los Caracoles zapatistas de Montes Azules y la Lacandona; en las redes solidarias. Es un México que está surgiendo de las luchas sociales en defensa del territorio nacional, del agua, del petróleo y el gas natural, de la biodiversidad, de los alimentos libres de transgénicos y agrotóxicos. En defensa de la salud, de la educación, de los derechos humanos, de la dignidad, de la justicia.

El México que administra Fox es dependiente y subordinado hacia fuera. Entreguista, separatista y vendepatria. Vive en función del capital financiero internacional y las compañías multinacionales. Es el México de los anexionistas pro ALCA, alcahuete de la OMC; el del Plan Puebla-Panamá. Se trata de un sistema salvaje que se vuelve vertical, autoritario, paternalista y hambreador hacia adentro, y que en ocasiones, cuando ve peligrar sus intereses, asoma su rostro más violento y se torna militarizado, paramilitarizado y giulianizado. Contra-insurgente, de cara a los pobres y excluidos del sistema, a fin de garantizar el "orden" que necesita el gran capital para seguir acumulando ganancias. El país de los "más aptos" se rige, según la máxima chomskiana, de "socializar las pérdidas y privatizar las ganancias". Es un Estado delincuencial formado por mafias y cofradías de empresarios, funcionarios, legisladores y caciques coludidos en el robo de los recursos de la nación. Es el México de los banqueros y empresarios corruptos del Fobaproa, impulsores de "la cultura del no pago" y de los cochupos millonarios a lo Diego Fernández y Guido Belsasso.

El de los señores del dinero es un modelo de país que genera una sociedad de muerte. Una sociedad de no ciudadanos. Violenta, agresiva; basada en el crimen y el asesinato. Que desprecia la vida humana. Un modelo de sociedad neodarwinista, dividida, que enfrenta a unos contra otros en una lucha por la sobrevivencia. Que produce marginados e insignificancia. Donde el pobre no es nada. Simplemente no cuenta, porque no existe para el mercado. El mercado, con su poder, su ley y su orden, es el único sujeto. El mercado depredador requiere sujetos individualistas, disciplinados, útiles para la competencia. Para los dueños del dinero, el pobre, el excluido, es considerado no persona, porque no tiene posibilidad de invertir en el mercado.

La visión dominante requiere eficacia y rentabilidad. Pero además, el mercado no se desarrolla si se incluye a todos. Para funcionar el sistema necesita excluir. Utiliza a los que son necesarios para el trabajo sucio y basta con pagarles una miseria. Para el México de Fox, el de la retórica del changarrismo social, gran parte de la población sobra. Por eso se criminaliza al marginado. Y se lo saca de las calles del Centro Histórico de la ciudad de México o sencillamente se les mata, como en Bogotá, porque su vista incomoda. Afea el paisaje de los centros financieros y comerciales. Los pobres, los marginados, son un espejo que cuestiona "nuestra" humanidad. Pueden hacernos saber quiénes somos. Por eso, también, se les aplica la tolerancia cero.

Decía hace unos días en Sao Paulo, José Comblain, el octogenario teólogo de la liberación: "No nos engañemos; en la humanidad, hoy, sigue habiendo opresores y oprimidos". No se trata de humanizar al capitalismo salvaje. Hay que cambiar al sistema, transformarlo. Lo están haciendo con mucha paciencia, con marchas y contramarchas, los sindicalistas, campesinos, estudiantes y las redes sociales que integran la Promotora por la Unidad Nacional contra el Neoliberalismo. También los Caracoles zapatistas, que sin duda se multiplicarán ahora de La Realidad a Tijuana.

Hay que construir una realidad a partir del pobre, con nuevos instrumentos de poder popular y utilizando el conocimiento como arma liberadora. El que está cuajando es un proyecto con los pies en la tierra, en la historia y en la cultura nacional. Porque "la patria no es una empresa con sucursales, sino una historia común". Les guste o no a los de arriba, poco a poco se está forjando un México autodeterminado, incluyente, construido por hombres y mujeres que anhelan una patria para todos. Participativa, democrática. Es el proyecto del pueblo pobre y memorioso que ya no necesita que nadie hable por él, porque tiene voz propia. Una voz y una acción éticas. Un pueblo que se está asumiendo como sujeto de su destino. Sujeto colectivo. Y por eso, capaz de construir otro México y otro mundo posibles.