América Latina: Ya no se acata la voz de Washington
Luis Bilbao
Editorial de America Siglo XXI
Suramérica está en el umbral de un cambio trascendental. Y a juzgar por los primeros signos, el cambio tiende a resolverse en detrimento de los intereses de Estados Unidos y contra su voluntad.
Dos pruebas recientes: la reunión de la Organización de Estados Unidos de América (OEA) en Santiago, del 8 al 10 de junio en Santiago de Chile, y el encuentro de presidentes del Mercosur en Asunción, el 17 y 18 siguientes, donde participaron además los jefes de Estado de Chile, Bolivia y Venezuela.
A Santiago fue -acontecimiento insólito- el Secretario de Estado estadounidense, Colin Powell. Y pese al despliegue de presión que por sí sola significa esta presencia, mientras George Bush cosechaba los primeros estrepitosos fracasos de su gira "pacificadora" por Medio Oriente, su delegado en la capital chilena sorbía dos tragos más que amargos: no pudo tratar el caso Cuba (porque la isla no integra el Consejo de Indias contemporáneo) y, peor aún, a la hora de votar la renovación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Washington perdió su representante allí y el lugar fue ocupado por...Venezuela!
Esto es una minucia, no obstante, comparado con el saldo de Asunción. Allí se impuso un concepto de extraordinaria potencia histórica y coyuntural: revalorizar el Mercosur, integrar más países con la mira en toda Suramérica y el Caribe y hasta cambiarle el nombre para quitarle su exclusiva connotación mercantil. Aunque en términos todavía demasiado generales, se acordó además avanzar por el camino de una moneda común y de un parlamento Sudamericano con elección directa.
Más que de un relanzamiento del Mercosur, como se ve, se trata del comienzo de una metamorfosis, que en su devenir esboza un replanteo -actualizado según el salto fabuloso de la ciencia y la técnica- de la estrategia en la lucha antimperialista del siglo XIX: una Confederación de Estados de América Latina y el Caribe, forjada a su propia medida por los pueblos hoy sometidos y explotados.
Nada utópico, como lo prueba otro dato de peso en Asunción: la gravitación objetiva y subjetiva que adquirió la presencia del presidente venezolano Hugo Chávez. Ya el fracaso de Estados Unidos y su cadena universal de medios de incomunicación tiene otra dimensión: además de fallar en la demonización de Chávez, el Departamento de Estado se muestra incapaz de impedir que la Revolución Bolivariana se proyecte al hemisferio.
No se trata de Chávez. Como no se trata de Néstor Kirchner, flamante presidente argentino, quien delineó una serie de importantes proyectos de complementación económica con Venezuela. Es la fuerza resultante de dos corrientes poderosas e irreversibles: el derrumbe de todo un edificio ideológico, político y económico en Suramérica y la decisión crecientemente visible y tangible de construir un mundo diferente. La metamorfosis comenzó ya en Asunción, porque esta vez Buenos Aires y Caracas se mostraron en sintonía respecto de temas cruciales con base en un tema ausente, excepto en el discurso de Chávez: la amenaza del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Agobiado por la difícil coyuntura que afronta, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva no cumplió el papel que su propia trayectoria y el peso decisivo de Brasil permitían suponer. Esa omisión permitió que tres gobiernos -los de Chile, Bolivia y Uruguay- hicieran audible la voz de Washington en Asunción. Pero el hecho nuevo, relevante y trascendental, es que ésta ya no traza el camino. Sólo logra poner obstáculos, dificultar la marcha.
Por eso la contraofensiva estadounidense enrumba ahora por la vía de las maniobras militares, la proliferación de bases, los aprontes bélicos contra un enemigo fantasmagórico, que no está donde pretende situarlo la prensa telerredactada desde oficinas del Departamento de Estado, sino en los cimientos mismos del imperio en decadencia.