Latinoamérica
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7 de agosto del 2003
Un dedicado demócrata
Angel Guerra Cabrera
La inscripción de Efraín Ríos Montt como candidato a la presidencia por el Frente Republicano Guatemalteco(FRG) derriba de un golpe lo poco que podía quedar de remedo de un estado de derecho en Guatemala. Echa también al basurero los acuerdos que tras el largo conflicto armado supuestamente encausaron al país por el rumbo de la paz, la democracia, la reconciliación y el reconocimiento de los derechos de la mayoritaria, discriminada y exprimida población indígena. Tal como había anunciado previamente el ex-general, cuatro de los siete jueces del Tribunal Constitucional favorecieron su demanda de competir por la primera magistratura en las próximas elecciones de noviembre pese a que la Constitución guatemalteca lo prohíbe expresamente a quienes hayan encabezado un golpe de Estado.
La historia criminal de Ríos Montt viene de fecha bastante anterior a 1982 cuando tomó el mando del grupo de militares que derribó al general Romeo Lucas. Ya en 1954 estuvo entre los oficiales contrarrevolucionarios que colaboraron al derrocamiento del presidente constitucional Jacobo Arbenz y fue autor de masacres de campesinos por lo menos desde la década anterior a su corto y sangriento reinado golpista de 18 meses. Entonces llevó a cabo la más cruel, planificada y metódica represión que se recuerde en la historia de un país cuyos mandantes han sentado cátedra mundial en la materia desde el periodo colonial.
Quien ahora se presenta como defensor de los pobres frente a la oligarquía arrasó entonces literalmente cientos de aldeas y asesinó a decenas de miles de guatemaltecos, principalmente entre la población indígena. Ancianos, mujeres embarazadas y niños no escaparon a esta auténtica guerra de exterminio contra el pueblo maya que desplazó de sus lugares de origen a por lo menos quinientos mil campesinos. Un negocio redondo para las transnacionales, que vieron refociladas como el genocida, además de suprimir masivamente a presuntos simpatizantes indios de la guerrilla, liberaba sus tierras ancestrales a beneficio de la agricultura capitalista de exportación.
No debe causar sorpresa el alza de los valores de Ríos Montt en la política guatemalteca. En ella siempre ha estado activo y en los últimos años su estrella lo ha llenado de favores. No era una consigna hueca la enarbolada en la pasada campaña presidencial por su marioneta Alfonso Portillo: "Portillo al gobierno, Ríos Montt al poder". Desde la jefatura del parlamento, el general copó con sus incondicionales el Ejecutivo y el poder judicial y amordazó a los pocos legisladores que se le enfrentan. Una de sus retoños es vicepresidenta del legislativo y otro jerarca del Estado Mayor del ejército. Su hermano Mario ocupa el lugar en el episcopado que dejó el obispo Juan Gerardi, asesinado dos días después de que denunciara los crímenes de los militares en memorable informe. Asesinato impune, como el de la valiente defensora de derechos humanos Myrna Mack y como todos los crímenes de Estado cometidos en Guatemala hasta la fecha.
El general dejó el mando del país en 1983 pero quedó vigente su proyecto político y económico contrainsurgente, una provechosa industria de la que continúan enriqueciéndose los altos jefes castrenses, aunque ya no exista guerrilla. Las bandas paramilitares con que martirizó a los indígenas ahora sirven de base social y política de su partido FRG y son la tropa de choque de su campaña electoral en el más depurado estilo fascista, como se vio hace unos días en Ciudad de Guatemala. El presupuesto de defensa se convirtió en un barril sin fondo, del que los mandos del ejército disponen alegremente a expensas del cada vez más menguado gasto social. Fusionados con los capos del narcotráfico y el contrabando, constituyen un poderoso estamento de la clase dominante que disputa la hegemonía a sectores de la oligarquía tradicional y de la burguesía venidos a menos con las políticas neoliberales.
Ríos Montt tiene muy buenos amigos en Washington, donde sus correligionarios de la guerra sucia en Centroamérica en la época de Ronald Reagan han entrado por la puerta ancha al círculo de George W. Bush. Entre ellos John Dimitri Negroponte, embajador en la ONU y Roger Noriega, subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, sin olvidar a los inefables Elliot Abrams y Otto Reich, indultados por el padre del actual presidente cuando ocupó la Casa Blanca de los delitos de que fueron acusados en la investigación congresional del escándalo Irán-contras.
"Dios le da poder a quién quiere. El me lo dio a mí", ha dicho Ríos Montt, quien como el joven Bush presume su privilegiada relación con el Altísimo y mezcla en su prédica las ideas nazis con un cristianismo cavernario. No en balde el también devoto Reagan definió así al general: "Un hombre de integridad personal y compromiso...totalmente dedicado a la democracia"