Latinoamérica
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18 de agosto del 2003
Ecuador
Undécimo mandamiento: no hablarás mal de la dolarización
Alberto Acosta
Diario Hoy
Vamos de mal en peor. El coronel, la semana pasada, dispuso que "ningún funcionario podrá hacer comentarios en contra de la dolarización". Además, ordenó "presentar en toda publicación o presentación que se realice, una carátula en la que se indique que es parte del programa del Gobierno del presidente, e incluir la fotografía del primer mandatario, así como adoptar todas las medidas con el fin de controlar la fuga de información, y que las tres disposiciones impartidas deberán ser cumplidas obligatoriamente". Su secretario de comunicación, preocupado, al día siguiente, doró dicha orden: "el presidente de la República dispuso que todos los funcionarios hablaran a favor de la dolarización para desvirtuar eventuales espacios de desestabilización de la economía originada en los rumores en contra del sistema monetario vigente". Detrás de esta decisión, que empata con la mordaza que impuso el coronel a sus ministros para que no critiquen al gobierno y que se constituyó en el pretexto para el despido intempestivo de Rosa María Torres, ministra de Educación -una de las personas más idóneas y preparadas para dicha cartera-, se consolida un coronelato populistoide. Y no sólo eso, con esta decisión se alienta la creencia de que si no se habla de la dolarización, ésta se mantendrá incólume...
Ingenua pretensión que recuerda la tragedia argentina, en la que desde diversas instancias de la sociedad -gubernamentales, empresariales, académicas-, con la complicidad de los medios de comunicación y del FMI, se silenció como si fuera un undécimo mandamiento el problema que gestaba la convertibilidad, hermana siamesa de la dolarización.
Ingenuidad que condujo a que la salida de la trampa cambiaria se hiciera en forma atropellada, cuando la crisis era inevitable, o sea en las peores condiciones posibles.
Tratar de ocultar lo inocultable, a más de autoritario resulta torpe. Incluso quien ha defendido consecuentemente la rigidez cambiaria, como Walter Spurrier, se pregunta si "¿está en peligro la dolarización?", aceptando que "no hay que descartar la desdolarización como una opción"; la que, por cierto, es pintada por él utilizando los colores de una catástrofe, al mejor estilo del terrorismo económico con que se impuso la dolarización; entonces, mientras se cerraba la puerta de muchos medios de comunicación a los críticos, se decía que si no dolarizábamos, nos hundiríamos en una hiperinflación... y hoy se nos quiere condenar en la camisa de fuerza cambiaria, exacerbando el miedo a la salida o recordando la crisis que antecedió al suicidio monetario, como que la debacle sería el destino ineludible de la desdolarización. Atrás han quedado los argumentos triunfalistas de quienes veían en la dolarización la panacea que habría resuelto los problemas del país. Ahora reclaman reformas y más reformas para apuntalar una dolarización que genera graves problemas al aparato productivo, como lo reconoció, hace pocos días, Luis Macas, ministro de Agricultura del coronel, quien, por lo demás, cuando andaba camuflado de izquierdozo, arremetía continuamente en contra de la dolarización. Ocultar la realidad no va a salvar a la dolarización, sólo exacerbará la incertidumbre que acelerará su fin.