1 de julio del 2003
Política, políticos, politicidad
Guillermo Almeyra
La Jornada
En nuestro país estamos a unos días de las elecciones legislativas
y el entusiasmo de la población por esos comicios es prácticamente
nulo. Sin embargo, después de que en ambas cámaras se cocinó
una ley antindígena en vez de reconocerse los derechos colectivos de
los indígenas, y cuando por las cámaras pasarán nada menos
que los intentos de privatización de la energía eléctrica
y del petróleo y un proyecto de reforma de la Ley Federal del Trabajo
antiobrero y liberticida, es evidente que la composición del Poder
Legislativo tiene gran importancia política y social. Pero unas campañas
electorales en las que los candidatos sólo presentan sus fotos y no dicen
nada sobre su curriculum o sus propuestas, despreciando la inteligencia de los
ciudadanos, no puede excitar mucho a éstos y más bien tiende a
irritarlos con "la política" y a reforzar la idea de que "son todos iguales".
Dicho sea de paso, hay quien, con absoluta falta de lógica, llama a la
abstención como "forma de repudio a los partidos" en vez, por ejemplo,
de proponer esa actitud sólo allí donde todos los candidatos sean
igualmente inaceptables, pero votar en forma diferenciada, por éste o
por aquél, según su trayectoria y sus propuestas, independientemente
del partido por el que se presenten, si se diferencian de sus compañeros
de lista como perlas en el muladar. Eso equivale a castrarse para castigar la
falta de interés o la infidelidad de la compañera que uno eligió
y terminó padeciendo...
Este repudio asume una forma particular en un país donde la vida -altamente
politizada desde 1910- nunca encontró verdaderos partidos y se expresó
mediante movimientos sociales que se apoyaban en corrientes políticas
o que eran absorbidos por esa forma particular de acción del aparato
estatal que era el corporativismo priísta. Pero la expresión de
la política en las luchas sociales, fuera del cauce de los partidos,
no es privativa de México, pues vemos este fenómeno en las grandes
huelgas y movilizaciones francesas, en las protestas masivas españolas
(contra la guerra, por ejemplo, que superaron en mucho la capacidad de movilización
partidaria) o, en su forma extrema, en los movimientos sociales argentinos que
dieron su espina vertebral al "¡Que se vayan todos!". Sólo en excepciones
-Brasil, Bolivia, Ecuador- movimientos y partidos coinciden momentáneamente
porque los primeros construyen los segundos (el Movimiento al Socialismo boliviano
o el Pachakutik ecuatoriano o la alianza con el Partido de los Trabajadores
brasileño, nacido de otros grandes movimientos, como sus instrumentos
ad hoc, para las elecciones, que no son el campo de lucha más
favorable para los movimientos pero son eventos inevitables). No quiere decir
esto que, en ciertas condiciones, la gente común no sienta la necesidad
de votar por partidos de los cuales ya no depende y en los que no cree: eso
explica por qué el gobierno italiano fue derrotado en las últimas
elecciones municipales, que parecían importantes, pero por qué,
también, la participación en un referéndum que habría
debido reafirmar los derechos de los trabajadores y golpear al gobierno no llegó
al quórum, reforzando a aquél y demostrando falta de solidaridad.
Sólo hay rabia y desilusión cuando hubo esperanza e ilusión.
Por eso la desafección de los aparatos partidarios castigará más
a los que intentaron presentarse como representantes de los intereses populares
y así parte de sus electores irán a los partidos paleros prohijados
desde el gobierno para dispersar y domesticar la oposición o directamente
a la abstención, que presumiblemente será más fuerte entre
sus viejos electores "duros" que entre los normalmente fluctuantes. Esa desilusión
y rabia podría ser sin embargo positiva si tal desafección encontrase
un canal político posterior en una causa o un acontecimiento político
mayor no previsto ni preparado (como fue el caso del levantamiento chiapaneco
en 1994 y podría ser el agravamiento de las luchas campesinas ante la
profundización de la crisis económica).
Porque la política, echada de la vida institucional, subsiste en el territorio,
en las resistencias, en las luchas sociales y es alimentada por la recesión
mundial que, por un lado, desmoraliza a muchos pero, por otro, estimula a más,
porque el gobierno ha llegado al extremo de depender de la exportación
de sangre humana y de capacidades y conocimientos para esperar de allí
un retorno y ha llegado a ofrecer no empleo sino subempleo, trabajos chatarra,
en vez de ocupación digna y bien pagada. Porque si los políticos
de profesión recogen el desprecio de las mayorías, todos están
hoy obligados a hacer política, aunque no institucional, y a ser políticos,
es decir, a pensar sobre cómo construir -por lo menos- un país
democrático, menos injusto y menos dependiente del poder imperialista.
Todos están empeñados hoy -tengan o no conciencia- en una doble
lucha por el poder: contra el poder de los de arriba y de su aparato estatal
y por relaciones de poder entre la gente misma que la hagan protagonista, al
menos más protagonista que en la actualidad, de su propio destino.
galmeyra@jornada.com.mx