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Latinoamérica

1 de julio del 2003

Ecuador: El venenoso mascarón de la deuda

Marcelo Larrea
Corresponsal de Adital en Ecuador y director del periódico "El Sucre".


Los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, al diseñar los programas de ajuste no escuchan los rumores de la pobreza, ni se preguntan cuándo expiran los niños, las mujeres y los hombres que mutilan. Sus oídos sólo parecen escuchar el frenesí obsesivo por las tasas de interés.

Sus esquemas más allá de su aparente complejidad, en el fondo se han resumido a elevar y garantizar la capacidad de pago de la deuda y a la reproducción del sistema de endeudamiento sistemático que caracteriza al colonialismo de hoy, a expensas no sólo de la soberanía de las naciones y su crecimiento, sino incluso del olvido impasible de la vida.

¿Cuánta gente ha muerto y está muriendo hoy bajo el implacable bombardeo cotidiano de la deuda? ¿Cuánta gente abandona a sus hijos, a sus padres, a sus cónyuges, para huir de la devastación de los ajustes neoliberales? ¿Cuántos sueños son degollados por los cuchillos invisibles del hambre? El Ecuador amargo es sólo un ejemplo. Son miles, pero para el efecto no es necesario contarlos: basta un indefenso niño de menos de un año, que cuando empiece a gatear en la tierra, a jugar con el viento y a garabatear sonidos, los vahídos del hambre anuncien su asesinato, para condenar a la barbarie neoliberal.

Las álgidas estadísticas del mismo Banco Mundial, informan hoy que el 10% más rico de la población ecuatoriana percibió el 42% del ingreso nacional, en tanto el 10% más pobre el 0,6%; que el 56% de la población urbana, el 77% de la rural y el 90% de la indígena no acceden al consumo de la canasta básica, Independientemente de que esos datos sean aún más dramáticos en la realidad, el Banco Mundial pretende ignorar que ése es el resultado principal de sus políticas económicas aplicadas en sociedad con el FMI. Éstas han significado que en los últimos 32 años, Ecuador ha pagado 88.935 millones de dólares por la deuda externa, una cifra equivalente al producto interno bruto de una década entera del período, una cifra superior a los ingresos totales generados por la exportación de petróleo en las tres décadas.

Es obvio, entonces, que durante los últimos 32 años, la dictadura de esos organismos, más que internacionales, coloniales, ha impuesto como la función básica y esencial de la economía de Ecuador, no la producción de las condiciones de vida de su población, sino el pago de la deuda. Una deuda contratada para la realización de costosísimos estudios, consultorías y proyectos, para la compra de armas, para obras públicas inservibles construidas con sobreprecios deslumbrantes y para medidas asistencialistas millonarias que no sólo sustituyen la estrategia de trabajar y producir por el paternalismo, sino que además, destinan la mayor parte de sus recursos al pago oneroso de tecnócratas. Una deuda que es suma, cifra y síntesis de la corrupción moderna. Una deuda en gran medida ficticia e ilegal, creada como un moderno mascarón de proa para la extorsión de la nación, que ha contenido como mecanismos de su repago, desde el incremento de las tasas de explotación del trabajo hasta la virtual transferencia de los ingresos por exportaciones y el actual programa de desnacionalización y transnacionalización de todos los sectores fundamentales de la producción.

No es hora de cerrar los ojos, es preciso mirar ese mascarón, verlo como escupe el veneno del hambre en el desamparo de los Andes y más allá en la Tierra, donde el dolor gime.