10 de julio del 2003
Crimen global
Manuel Castell
La Vanguardia
En estos días se ha reunido en Cartagena de Indias, Colombia,
una sesión del Foro Social Mundial sobre la relación entre globalización
y economía criminal. Como finalmente no pude asistir, no puedo referirme
directamente a sus trabajos, pero sí quiero señalar la importancia
de que las redes de la sociedad civil global incluyan entre sus objetivos el
tratamiento de un tema decisivo para el mundo en que vivimos. Espero que lo
hagan con más determinación e inteligencia que los gobiernos que
se han mostrado incapaces de atajar el tráfico ilegal de todo lo que
tiene valor por ser ilegal, así como de controlar el gigantesco lavado
de dinero que surge de esa economía criminal global: se calcula que se
trata de unos 2 billones de dólares anuales (billones de 12 ceros), o
sea algo más que el producto bruto del Reino Unido. Esos flujos financieros
incontrolados se mueven rápidamente de un mercado a otro para evitar
su detección, a partir de su punto de origen en diversos paraísos
fiscales, contribuyendo así a desestabilizar un mercado financiero global
ya de por sí volátil.
Pero el efecto más pernicioso de las redes criminales es la corrosión
de las instituciones políticas y administrativas que están destruyendo
muchos estados y afectando gravemente el funcionamiento de muchos más.
Y no sólo en el tercer mundo. Sabemos, desde hace tiempo, la importancia
de las tramas mafiosas en el condicionamiento del sistema político de
países tan importantes como Italia, Japón o Rusia. Y en no pocos
casos, policías locales de Estados Unidos, por no hablar de México
o de la India, han sido penetradas por las pandillas y los grupos criminal-
capitalistas asociados a ellas. En el estudio Gallup para el Foro Económico
Mundial de octubre del 2002 la palabra que los ciudadanos del mundo más
frecuentemente asocian con su imagen del Gobierno es "corrupción". Y
en la raíz de esa corrupción se encuentran las redes criminales
que no podrían haberse constituido en un sector económico global
sin complicidades y participaciones múltiples en el sistema político,
en la administración, en la policía, en las aduanas, en la judicatura
-incluso, según algunos indicios recientes, en la propia España-.
¿Qué hay de nuevo en la criminalidad? El tráfico ilícito
es tan viejo como la humanidad (recuerde que los problemas empezaron con el
tráfico ilegal de manzanas). Pero la globalización ha suscitado
una actividad criminal cuantitativamente gigantesca y cualitativamente desmesurada.
Por un lado, porque al concentrar riqueza en unos países y en unos grupos
sociales al tiempo que descompone economías y margina población
en muchos otros países, crea una mano de obra potencialmente desesperada
y proclive a superar su marginación a través de su conexión
perversa a la economía criminal. Por otro lado, la interconexión
de los países a través de una red de comunicaciones global permite
la circulación entre fronteras de todo aquello cuyo valor aumenta porque
está prohibido. La demanda de bienes y servicios prohibidos y la oferta
de humanidad dispuesta a todo se convierte en el negocio de capitalistas criminales
que se conectan a la vez a sus protectores políticos y a los medios financieros
(recuerden el BCCI de Luxemburgo). Trafican en todo: drogas, seres humanos (inmigrantes,
niños para vender, mujeres para prostituir, órganos humanos),
armas, arte, especies protegidas, servicios especializados (asesinos profesionales
o falsificación de documentos, por ejemplo). Y generan una inmensa red
de servicios de transporte clandestino, inmobiliario discreto, protección
armada, corrupción de autoridades, y lavado de dinero, que se expanden
con velocidad vertiginosa, aprovechando las corrientes migratorias y la liberalización
financiera. Es una economía flexible, diversificada y descentralizada,
hecha de minicarteles y redes globales, que aprovechan cualquier oportunidad,
por ejemplo el saqueo de los tesoros arqueológicos de Iraq aprovechando
el descontrol de la invasión americana, o el momento de la transición
postsoviética para ponerse al servicio de las oligarquías en formación
a partir de la apropiación del patrimonio público. Cada grupo
criminal es local y global a la vez. Es local porque parte de un territorio
sobre el que tienen algún tipo de control. Y es global porque su mercado
es global y sus actividades necesitan de redes especializadas en los distintos
servicios de los que depende el funcionamiento de todo el sistema.
No hay forma eficaz de luchar contra el crimen global en el sistema actual,
por eso se sigue expandiendo. Mientras haya demanda de drogas, generadas por
una cultura y una sociedad de cuya realidad hay que escapar, habrá oferta.
Y mientras la oferta se siga ilegalizando, seguirá siendo altamente rentable
y por tanto siempre tendrá mano de obra dispuesta a vivir menos para
vivir mejor. Y mientras haya pobreza masiva habrá inmigración
desesperada y carne de cañón para los narcos, los traficantes
de armas, los saqueadores de arte y los modernos tratantes de esclavos. Los
gobiernos, tras años de burocracia y represión ciega, están
cada vez más superados por los acontecimientos. En realidad, parecen
sobre todo interesados en utilizar la delincuencia como argumento decisivo para
asentarse sobre la política del miedo. Por eso, como tantas cosas, sólo
si la sociedad civil global toma en sus manos el tema, por ejemplo promoviendo
la ilegalización parcial de las drogas y exigiendo el control de las
instituciones financieras globalizadas, podremos combatir el crimen global,
que es tal vez la imagen más descarnada de una globalización destructiva.