El Mundo
La renta de Brasil ha crecido en los últimos años a un ritmo muy elevado. Sin embargo, su distribución aún continúa siendo una de las más desiguales del mundo. Es una situación que debe cambiar. La falta de democracia económico-social amenaza la democracia como unidad. Los valores de solidaridad social se encuentran en declive y las instituciones estatales, la política e incluso los políticos son considerados como una amenaza de creciente hostilidad.
Esta situación se ha agudizado a lo largo de las últimas dos décadas como resultado de la recesión y el estancamiento. Desde 1990, Brasil, junto con otros países latinoamericanos, se ha transformado en un laboratorio de desastrosas recetas económicas que han dañado su capacidad de producción y han deshilachado el tejido social debilitando la facultad del Estado para gobernar y aumentando su vulnerabilidad frente a presiones externas.
El Partido de los Trabajadores (PT), en coalición con otras formaciones políticas, intenta ahora instaurar un proyecto que combine el crecimiento económico con la redistribución de la renta, que profundice en la democracia política y reafirme la soberanía de Brasil en el panorama mundial.
Hemos heredado una pesada carga. La moneda sufrió una aguda devaluación frente al dólar y los créditos internacionales terminaron por secarse. Aun así, el nuevo Gobierno consiguió de alguna forma superar esta situación echando por tierra las predicciones de los agoreros, que avistaban un colapso económico. La disciplina fiscal, los altos tipos de interés a corto plazo, una agresiva política de impuestos de exportación y la reforma de la seguridad social han ayudado a revivir tanto la economía como la confianza nacional e internacional.
Se formó una amplia coalición político-social que consiguió reunir a los gobernadores estatales, el Parlamento, los sindicatos, la comunidad empresarial y otros sectores. A veces la única manera de superar las funestas situaciones de crisis es la unión de las voluntades comunes.
Como resultado, el tipo de cambio se ha estabilizado, la inflación ha caído por debajo del 9%, los tipos de crédito han mejorado y la carga fiscal ha disminuido. Los créditos de exportación han conseguido restablecerse y este año se conseguirá un superávit en la balanza de pagos de unos 20.000 millones de dólares.
El compromiso con la creación de un nuevo modelo económico requiere una política contundente, como nuestros programas Hambre Cero y Primer Trabajo. La lucha contra el hambre incluye tanto medidas estructurales (de apoyo a pequeños granjeros, de educación, salud, vivienda y tratamiento de aguas) como una ayuda de emergencia a los que sufren problemas de desnutrición.
Las condiciones sociales y políticas se encuentran ahora en un punto de inflexión estratégico para lanzar un ciclo de desarrollo sostenido. Esta situación exigirá la ampliación del mercado internacional, sobre todo en cuanto a bienes de consumo masivo, mediante la integración en él de millones de ciudadanos excluidos. La reforma agraria es también fundamental para reconstruir la economía brasileña y desempeñará un papel crucial en el giro hacia la completa democracia.
Del mismo modo, el Estado debe actuar para llevar a cabo su papel regulador de la economía. Los aclamados logros de la globalización no han conseguido aún materializarse, empeorados por el clima de recesión mundial. Por otra parte, el consejo ofrecido por algunas organizaciones internacionales, ciegamente seguido por otras, ha dado lugar a la desindustrialización de amplísimas extensiones de nuestro planeta.
La retórica del libre comercio contradice las prácticas proteccionistas de los países ricos. El flujo descontrolado de capital financiero puede desestabilizar un país en cuestión de horas. El hambre, el desempleo y la exclusión social han alcanzado proporciones desmesuradas en los países en vías de desarrollo. De hecho, existen gigantescos focos de pobreza incluso en sociedades acaudaladas.
La situación actual exige una política exterior distinta que ayude a establecer un nuevo orden mundial más justo y democrático.Debe erradicarse por completo la anarquía financiera internacional, así como las presiones que está ejerciendo sobre las economías en desarrollo. Es imprescindible que el proteccionismo manifiesto y encubierto que margina a los países pobres sea suprimido de inmediato.
Estamos comprometidos con la liquidación pacífica de los conflictos, la defensa del multilateralismo y un orden mundial que respete tanto los derechos humanos como la legislación internacional.Esta responsabilidad exige la reforma de los organismos multilaterales, incluyendo Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. De hecho, Brasil ha reclamado el derecho a la inclusión como miembro permanente del Consejo.
Los puntos álgidos de la tensión internacional son el resultado de las injusticias que prevalecen hoy en el mundo, con miles de millones de desempleados y cientos de millones de personas enfermas y hambrientas dentro del injusto régimen comercial.Dado este marco de fondo, Latinoamérica se ha convertido en la prioridad máxima de la nueva política exterior de Brasil, con un interés supremo en la unión de aduanas, la integración económica y la futura moneda común, así como en la preparación del terreno para un parlamento regional electo y una política exterior regional común.
Brasil, el segundo país con mayor población negra del mundo, ha reforzado también su relación con Africa y ha estrechado sus lazos con el mundo árabe. La creación del G3 por Brasil, la India y Sudáfrica representa un paso decisivo en el fortalecimiento de las relaciones entre los países del Sur, al tiempo que ha forjado una madura relación con EEUU y Europa.
El experimento brasileño nació en momentos difíciles. El Partido de los Trabajadores que en la actualidad gobierna el país se formó sobre una alianza política y social concreta. Este joven partido de izquierdas surgió de las clases sociales durante los años de declive del régimen militar. Su aparición en 1980 coincidió con los apuros a los que se enfrentó la socialdemocracia tras la caída de la Unión Soviética y los países del bloque comunista.También coincidió con la ola conservadora que recorrió el mundo y que incluso contaminó ciertos segmentos de la izquierda.
Su programa mezclaba peticiones económicas y sociales con llamamientos a la libertad política. Contaba con el apoyo de amplios segmentos de la clase media, la juventud y los nuevos movimientos sociales.El PT se define a sí mismo como un partido socialista de izquierdas para las masas y democrático en su organización interna. El partido ayudó a la reconstrucción del movimiento sindicalista y ha otorgado un gran impulso a las protestas sociales ocurridas por todo el país, además de jugar un papel fundamental en el plano del gobierno local, donde ha aplicado políticas anticorrupción.
La experiencia de gobierno ha renovado ahora el PT. Y los lazos entre el Estado y la sociedad se han estrechado gracias a la adopción de iniciativas como la de los presupuestos participativos, que permiten a los ciudadanos supervisar las políticas públicas.
Hace falta valor para poner en práctica un programa de reforma eficaz que pueda mejorar de inmediato las condiciones vitales de la mayoría de la población. No obstante, tales cambios deben ser entendidos como uno de los múltiples aspectos de un proceso de transformación social. Por tanto, el realismo político no debe ser tomado como la justificación del abandono de los sueños que conforman los fundamentos del pensamiento izquierdista ni puede tampoco representar la privación del derecho al voto de más de 52 millones de brasileños.