Comercio leal de los países ricos. Esta es una de las exigencias que el Presidente brasileño, Luiz Inázio Lula da Silva, acompañado por sus homólogos, chileno, Ricardo Lagos, argentino, Néstor Kirchner y sudafricano, Thabo Mbeki, han situado sobre la agenda de la Organización Mundial del Comercio (OMC), aprovechando su presencia en la reunión de líderes de centroizquierda celebrada en Londres el 14 y 15 de julio. El líder brasileño, fiel al discurso que le ha acompañado tanto en su visita a Washington el pasado mes de junio, como en Evian (Francia) ante los mandatarios del G-8, ha vuelto a denunciar en voz alta el doble rasero que utilizan los países ricos a la hora de hablar de comercio: liberalismo para el Sur frente al proteccionismo del Norte.
Lula ha sabido manejar su actual popularidad para poner en boca de los máximos representantes de la Unión Europea y Estados Unidos la necesidad imperiosa de reformar el sistema de intercambio comercial actual, absolutamente desequilibrado, hacia un modelo más justo orientado a la reducción de la pobreza. La responsabilidad recae ahora sobre el compromiso de la OMC, de los países ricos en definitiva. La próxima reunión de este organismo tendrá lugar en Cancún el próximo mes de septiembre. Pero, ¿es de verdad el comercio una de las soluciones a la pobreza? Según un informe de la ONG Oxfam Internacional, si África, el sureste asiático y América Latina vieran incrementada en tan sólo un 1% respectivamente su participación en las exportaciones mundiales, los ingresos obtenidos sacarían de la pobreza a 128 millones de personas. El comercio se ha convertido en el principal responsable del crecimiento económico mundial. Las exportaciones crecen más deprisa que el Producto Interior Bruto (PIB). De hecho, para los países en desarrollo, el comercio exterior representa casi una cuarta parte de su PIB, una proporción más grande incluso que la de los países ricos. El obstáculo: las barreras arancelarias, subsidios y trabas comerciales que hacen imposible un intercambio justo de Norte a Sur. En otras palabras, más de 1000 millones de dólares que se quedan en las fronteras comerciales, casi el doble de lo que los países pobres reciben a través de la ayuda al desarrollo.
Así, los países en desarrollo gritan comercio cuando se les habla de ayuda. En el caso del África Subsahariana o los países del sur de Asia, si se aumentase este 1% su participación en el comercio, las rentas superarían en cinco veces lo que reciben como ayuda desde los países OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico). Precisamente, el último Informe sobre Desarrollo Humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sitúa a África como unas de las regiones más retrasadas en la carrera por cumplir los Objetivos del Milenio: el descenso de la pobreza hasta la mitad en 2015.
Para el PNUD, una de las llaves que abra la puerta al desarrollo del Tercer Mundo será el desmantelamiento de las subvenciones y aranceles comerciales. Como señala su Informe sobre Desarrollo Humano, Estados Unidos concede como subvenciones a los productores de algodón el triple de lo que destina como ayuda a toda África Subsahariana. La Unión Europea gasta por cada vaca lechera más de lo que concede para el desarrollo de cada uno de los habitantes de la misma región africana. Estas barreras eligen precisamente echar el freno al comercio de productos de los que dependen totalmente países en desarrollo, de los que pueden lograr cierta ventaja comparativa en el mercado y mantener su competitividad. Las subvenciones europeas han desbaratado el comercio de lácteos desde Jamaica y Brasil, al igual que lo han hecho con el mercado surafricano de azúcar. La razón: las ayudas a estos sectores facilitan la sobreproducción a bajo coste, el exceso de demanda en el mercado y la caída de precios para los países en desarrollo que no cuentan ni con subvenciones ni con otro producto para competir. En el apartado de aranceles, el PNUD destaca a Bangladesh que ha llegado a sufrir el pago de un 14% por sus exportaciones a Estados Unidos, mientras que Francia pagaba tan sólo el 1%.
Un doble rasero que hoy mira con especial atención al comercio de productos farmacéuticos, sujeto aún a los acuerdos de la OMC en torno a la propiedad intelectual y que hace imposible que enfermedades como el SIDA, la malaria o el paludismo dejen de contribuir a la pobreza del Tercer Mundo. En estos momentos, es Estados Unidos el país que mantiene bloqueadas las negociaciones sobre patentes en el seno de la OMC. Sin el acceso libre a las medicinas genéricas de menor coste, el SIDA seguirá acabando con la vida de millones de personas. Sólo en África murieron el pasado año dos millones de personas, agricultores en su mayoría, debido a esta pandemia. Para acallar algunas críticas, el Presidente Bush ha reiterado en su primera gira por el continente africano que se gastará 15.000 millones de dólares en cinco años para combatir el SIDA. De momento, el Congreso ya ha rebajado en 1.000 millones de dólares el primer envío.
A las recomendaciones del PNUD sobre el desmantelamiento de barreras comerciales abría que unir, por lo tanto, el libre acceso a las medicinas genéricas para los países con menos recursos y el apoyo desde las instituciones multilaterales a la diversificación de la producción para evitar la vulnerabilidad de algunos países ante la caída de precios. Es lo que exige Lula y el reclamo con el que los principales líderes vienen anunciando la próxima reunión de la OMC a partir de septiembre en Cancún. Con el mismo mensaje finalizaron los trabajos de la Ronda de Uruguay (1986-94) y de la OMC en su última reunión en Doha, en 2001. Todo sigue igual.