Alainet
Somos victimas cotidianamente de una serie de afirmaciones en el área económica, que terminan apareciendo como verdades, por la forma como son reiteradas a nuestros ojos y oídos. De repente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publica un balance del mundo y todas esas quimeras se revelan como mitologías sin fundamento.
La utilización, desde el comienzo de los años 90, del Índice de Desarrollo Humano (IDH), permite evaluar el desarrollo del mundo en general y de los países en particular, no sobre la base de datos macroeconómicos, sino de un conjunto de indicadores que se enmarcan en la idea de "desarrollo humano" en su conjunto. Siempre será posible cuestionar si los índices escogidos y sus respectivas ponderaciones corresponden a lo que consideramos fundamental para la vida humana, pero su superioridad como metodología de evaluación en relación a datos como simplemente el Producto Interno Bruto (PIB) o la producción de automóviles, es incuestionable.
En el IDH se combinan datos sobre renta per cápita conforme el poder de compra en cada país con índices de tasas de escolaridad y de analfabetismo adulto y de expectativa de vida al nacer, permitiendo una estimación más aproximada del desarrollo humano de los países, incluso si las medias siempre esconden disparidades -un tanto mayores en el caso de un país como el Brasil, por las enormes desigualdades de renta existentes-. (Más desiguales que Brasil son solamente países bastante pobres: Namibia, Lesotho, Honduras, Paraguay, Sierra Leona, Botswana, Nicaragua y República Centroafricana.) El informe publicado por la ONU hace una evaluación general de la década del 90, aquella del auge de las políticas económicas liberales, que contó además con un fuerte ciclo expansivo de la economía de los Estados Unidos, en un clima de euforia que parecía no tener fin. El debate entre los adeptos la globalización liberal y los de la globalización solidaria -entre Davos y Porto Alegre- se daba para saber si la década había representado un avance o un retroceso. Los primeros argumentaban que la pobreza había disminuido y que esto se había dado justamente en los países y regiones que se habían adherido a los cánones liberales - mercantilización, desregularización, privatización, apertura de mercados-, mientras los adeptos de "otro mundo es posible" afirmaban, al contrario, que la miseria y el abandono se habían extendido, conforme el Estado restringía su actuación a favor de los criterios del mercado.
La ONU no deja dudas en su balance: la década del 90 representó un retroceso sin precedentes en el desarrollo humano del mundo, como no se había visto en las décadas anteriores. Los datos se acumulan: 21 países retrocedieron en su Índice de Desarrollo Humano, contra tan solo 4 en la década anterior. En 54 países la renta per cápita es más baja que en 1990. En 34 países la expectativa de vida al nacer disminuyó, en 21 hay más gente pasando hambre y en 14 hay más niños que mueren antes de los cinco años.
Los países son clasificados por grupos, según su nivel de desarrollo humano. Aquellos que comandaron el proceso de globalización liberal -los globalizadores- se sitúan todos en el tope de la lista, como los de mayor desarrollo, seguidos por países considerados de "alto desarrollo", por haber podido obtener ventajas relativas de las condiciones existentes en la década. Los "tigres asiáticos" se localizan ahí, junto a países que ostentan índices sociales superiores en las respectivas regiones -como Uruguay, Costa Rica y Cuba en América Latina). Argentina se mantiene en ese bloque, porque su brutal regresión no fue todavía consignada en los índices utilizados, mientras México fue promovido a ese grupo, en pleno auge de la economía norteamericana de la cual se beneficiaba, siendo victima después de la profunda recesión de su vecino del norte.
Se constata que la consideración de los índices sociales deja a Cuba en una posición (lugar 52) superior, por ejemplo a México (55) y a Brasil (65), a pesar de disponer de la renta per cápita más baja que estos dos países (5.259 dólares en comparación con 8.430 y 7.360 respectivamente), por la consideración del poder real de compra local, que en el caso cubano cuenta con los salarios indirectos, que propician, por ejemplo, educación y salud universales y gratuitos, además de la canasta básica de consumo subsidiada. Se revela así cómo el IDH privilegia criterios económico sociales en detrimento de los exclusivamente económicos o económico financieros.
Los resultados sólo no son peores para el conjunto de los países por el crecimiento espectacular de China, que arrancó de la pobreza en la década de 90 a 150 millones de personas -casi la población entera del Brasil-. Si fuera excluida China, el total de personas viviendo con menos de un dólar diario aumentó en 18 millones de personas. El mayor desastre de la década se dio en África, rechazada por los mecanismos de mercado, que no encontraron en ella atracciones para grandes inversiones, dejando el continente menguado, victima del SIDA.
Para gran parte del continente africano y para muchos otros países, la relatoría de la ONU caracteriza la década del 90 como una "década de desesperanza", a contramano de la euforia economicista que nos vendió imágenes totalmente falsas de lo que la dictadura de los mercados y del capital financiero producían a humanidad.