El golpe coloranco
(Uruguay, 1973)
José Steinsleger
LA JORNADA
Desde 1903, año en que el patriarca y estadista José Batlle
y Ordóñez (1854-1929) llegó a la presidencia, hasta 1960,
Uruguay fue conocido como "la Suiza de América". Muletilla equívoca,
acaso, aunque cultivada por el idealismo positivista de don Pepe, quien
anhelaba para el país rioplatense las formas de organización social
que a fines del siglo XIX observó y estudió en la tierra de los
relojes, los cantones, los chocolates y la neutralidad política.
Desde la batalla de Carpintería (19 de septiembre de 1836), los uruguayos
nacían "blancos" (conservadores) o "colorados" (liberales). Pero el espíritu
"batllista", insuflado por las grandes reformas que impulsó en las primeras
décadas del siglo XX, consiguió hacer de Uruguay una sociedad
relativamente progresista y autocomplaciente, aunque reacia a cuestionar el
dominio de una oligarquía vacuna que así como propició
el desarrollo industrial a fines de 1920 optó por mediatizarlo a mediados
de 1950.
En lugar de reinvertir en el mejoramiento de los medios y los procesos de producción,
los terratenientes uruguayos se asustaron de los desafíos sociales del
proceso de industrialización. Las cuantiosas ganancias de sus exportaciones
se volcaron en el exterior, la especulación financiera y el consumo suntuario.
La recesión no tardó en aparecer y los sectores de trabajadores
afectados empezaron a manifestar el descontento.
En 1959, después de 99 años consecutivos en el poder, el Partido
Colorado perdió las elecciones. Sin embargo, el primer gobierno blanco
del siglo aceptó las recetas del FMI: dar marcha atrás y volver
al edén del país vacuno. Siguieron años de luchas en defensa
del salario, la fuente de trabajo, los derechos sindicales y, en 1963, el Movimiento
de Liberación Nacional Tupamaros, primera guerrilla urbana de América
Latina, se presentó en sociedad.
En 1963, una marcha de cañeros liderada por Raúl Sendic, fundador
de Tupamaros, recorrió el país, instaló su campamento en
Montevideo y en septiembre de 1964 los gremios combativos constituyeron la Convención
Nacional de Trabajadores (CNT, unitaria).
A mediados de los 60, Uruguay ya era otro país. Las contradicciones entre
lo viejo y lo nuevo se tornaron irresolubles. Los sectores duros de la derecha
empezaron a invocar el "estilo tradicional de vida" y los "valores" que supuestamente
sostenían a la sociedad uruguaya. El colorado Oscar Gestido falleció
al poco tiempo de asumir la presidencia en marzo de 1967 y a fines del mismo
año asumió el vicepresidente, Jorge Pacheco Areco, quien sin una
oposición parlamentaria formal inició el ciclo de consolidación
paulatina de una dictadura de facto que fue concentrando todos los poderes
en manos del Ejecutivo.
Pacheco Areco hizo posible el tríptico alternativo que el periodista
Carlos Quijano, director de Marcha, estableció más tarde:
"encierro, destierro o entierro". Tras la huelga bancaria de 1969, el gobierno
prohibió toda información sobre paros, huelgas o reuniones gremiales.
El 14 de agosto un policía mató por la espalda al estudiante Líber
Arce y 200 mil personas acompañaron su cuerpo al cementerio del Buceo.
Días después de la toma del poblado de Pando por los tupamaros
(8 de octubre de 1969, segundo aniversario de la caída del Che)
fueron prohibidas en la prensa y en los medios las palabras comandos, células,
terroristas, delincuentes ideológicos, extremistas y subversivos. Se
trataba, simplemente, de "criminales y asesinos". Docenas de periódicos
y revistas fueron clausurados.
En 1971, la izquierda se agrupó en torno al Frente Amplio (FA), postulando
al general retirado Líber Seregni en las elecciones presidenciales de
noviembre. En el acto inicial del FA Seregni dictaminó: "O el pueblo
oriental termina con la oligarquía o la oligarquía termina con
el pueblo oriental". A través del Movimiento 26 de Marzo, los tupamaros
dieron su "apoyo crítico" al FA.
Seregni intentó aglutinar al sector progresista de los colorados, encabezados
por el senador Zelmar Michelini, y los blancos de Enrique Erro. Fracasó.
En tanto, bajo la influencia de Wilson Ferreira Aldunate, los blancos dieron
un viraje reformista. Finalmente, dos meses antes de las elecciones, el gobierno
entregó a las fuerzas armadas la responsabilidad directa de la represión
a la guerrilla.
El Congreso (y conviene subrayar que no los militares) votó por el estado
de "guerra interna", figura jurídica inexistente en la Constitución.
Con excepción del FA y para tratar de salvar el conjunto del sistema
de dominación, la mayoría parlamentaria violó de este modo
la Carta Magna, acto que se convirtió en el acta de defunción
de un régimen político tambaleante.
Las elecciones, que los blancos calificaron de fraudulentas, fueron ganadas
por el colorado Juan María Bordaberry, del sector más conservador
y ultraderechista del espectro político. No obstante, el FA rompió
el bipartidismo tradicional, obteniendo 30.2 por ciento de los sufragios en
Montevideo.
El de 1972 fue un año nefasto para la izquierda uruguaya. Los tupamaros
fueron diezmados, la tortura fue institucionalizada y en febrero de 1973 los
militares dieron el primer golpe con sus famosos comunicados 4 y 7, imponiendo
su participación en los mecanismos de gobierno mediante la creación
del Consejo de Seguridad Nacional (Cosena). El Parlamento guardó silencio.
Bordaberry declaró entonces: "... con 5 mil muertos arreglo el país".
Por algún tiempo, el presidente y los militares vivieron una relación
simbiótica en una paulatina militarización del Estado. Golpe de
Estado interminable que nunca terminaba de asumir su forma pura. Hasta que en
la noche del 26 de junio de 1973, el general Esteban Christi (presuntamente
pro brasileño) y el general Gregorio Alvarez (presuntamente pro peruano)
entraron del brazo al Palacio Legislativo y leyeron el primer comunicado del
presidente "constitucional":
"Artículo 1º. Decláranse disueltas la Cámara de Senadores
y la Cámara de Representantes..."