Protagonista:
El advenimiento de los militares
Hugo Cores *
BRECHA
Entre setiembre de 1971, cuando un decreto de Jorge Pacheco coloca la "lucha contra la subversión" en manos de la Junta de Comandantes, y el golpe de junio del 73 se desarrolla la última etapa de un proceso de desvirtuación de la democracia que por entonces Raúl Cariboni definía como de "dictadura constitucional". Así resume el período Hugo Cores* en la entrevista con BRECHA que se extracta a continuación.
Como suele ocurrir no faltaron los que veían aquel presente con conceptos viejos, y así algunos, desde la izquierda, saludaron ya en setiembre de 1971 el advenimiento de los militares a un nuevo rol. Unos meses después otros, desde un liberalismo político al que no le faltó luego pasión, aceptaron e hicieron posible una ley de seguridad del Estado que ponía en manos de los militares la investigación, la captura, el interrogatorio, la acusación, la defensa y la sentencia a los acusados por delitos políticos. Ah, y también el confinamiento de los condenados. Por esa vía miles de personas quedaron expuestas a un sistema arbitrario, vengativo e irracional.
Dictadura constitucional, democracia con tortura y "justicia" militar, y un Parlamento con mayorías dóciles a los requerimientos de los grupos de tareas. "Los militares no tienen nada de qué quejarse -diría después un senador colorado-, hemos puesto en sus manos todo lo que nos pidieron para el combate a la subversión."
EL MIEDO URUGUAYO. Desde una mirada histórica aquellos meses presentan esa condición ambigua, escurridiza. Los resultados más que exiguos de la actual Comisión para la Paz muestran otra arista de los cerrojos que bloquean aún hoy el conocimiento de la verdad.
A partir de abril de 1972 el miedo se fue extendiendo por el país. Un miedo sordo, que provocó silencios demasiado largos. Algunos duran hasta el presente. Por muchos años se instaló un experimento institucional novedoso: el terrorismo de Estado. Por esto laboraron no sólo los militares. La mayoría de los dirigentes colorados, buena parte de los blancos y también la mayoría de los empresarios agrupados en las cámaras que, así como lo habían hecho cuando Pacheco impuso las medidas de seguridad, formaron fila para saludar a los militares cuando el golpe de junio de 1973.
En el Parlamento la izquierda, con una representación que era la mitad de la actual, dio batallas ejemplares. Durante meses las intervenciones de Zelmar Michelini, Enrique Erro, Rodney Arismendi, Enrique Rodríguez, Juan Pablo Terra, Vivian Trías, para nombrar apenas a los más activos, fueron la única forma de dar a conocer denuncias sobre los graves atropellos a que se estaba sometiendo a una parte de la población.
El objetivo declarado de las acciones represivas eran las organizaciones subversivas, básicamente el MLN y la opr 33. De paso, toda la prensa que desafiara a lo que ya aparecía como un férreo control sobre los medios.
LA HORA DE LA VERDAD. El advenimiento de Bordaberry traía además otras "colas". Antes, en la campaña electoral del 71, el gobierno, que con Pacheco lo controlaba todo, había frenado el alza del dólar y concedido mejoras salariales por encima de lo demandado por la Convención Nacional de Trabajadores (CNT). Bordaberry terminó de manera tajante con aquello: hubo una devaluación gigante y los precios se dispararon. Todos los salarios fueron disminuidos en forma abrupta.
Por entonces en el país no había pleno empleo, pero alrededor del 25 por ciento de la población económicamente activa trabajaba en fábricas, en la construcción o el transporte y estaba organizada.
Una larga experiencia de lucha había fogueado un sindicalismo que pesaba en la vida del país y era un punto de referencia fundamental para los partidos, para la Universidad y para buena parte de la población, sobre todo la de los barrios fabriles.
LA RESISTENCIA OBRERA. El principal escollo social que tuvo el avance autoritario provino justamente del sindicalismo, sobre todo de sus sectores más combativos.
Si bien el MLN había definido expresamente su no compromiso con la actividad sindical ("lo que decide es el foco militar"), parte de los gremialistas participaba de la acción de los tupamaros. Cuando llegó el momento álgido de la represión, muchos sindicalistas vinculados al MLN fueron encarcelados y torturados. Otros, acusados de pertenecer a la opr 33 -que en cambio sí desarrollaba una acción sindical que se entendía concurrente con otras formas de lucha-, alentaron una acción desde lo sindical que resistió el avance militar.
Los "presos por luchar" generaron un duro debate dentro de la CNT que logró, sin embargo, mantener su unidad. En algunos sindicatos, las luchas y las ocupaciones por la libertad de los presos y contra la tortura fueron impresionantes, como lo atestigua una formidable crónica de Hugo Alfaro en Marcha del 7 de julio de 1972. Imposible no evocar, ligadas a estos episodios, algunas figuras de aquella resistencia obrera y popular: León Duarte y Gerardo Gatti, Héctor Rodríguez y Adrián Montañés.
"SIN TREGUAS NI TRANSACCIONES." Hasta el 27 de agosto, en que fui requerido por las Fuerzas Conjuntas, participé como dirigente de la roe (Resistencia Obrero Estudiantil) en innumerables asambleas: en PHUASA, en la planta de funsa en camino Corrales, en sedes de bancos públicos o privados, en sanatorios o fábricas de cerveza.
Unas decenas de miles de personas sintieron que el desenlace de aquella resistencia iba a marcar no sólo los destinos de aquellos primeros presos del Estado terrorista uruguayo por cuya libertad reclamaban, sino también de lo que aún sobrevivía de la institucionalidad democrática uruguaya. No se equivocaron.
Al principio pudo parecer que estaban aislados. En poco tiempo fue la resistencia más extendida de toda la izquierda. El 18 de julio, en un acto central del Frente Amplio, Liber Seregni dijo: "Ninguna fuerza popular ha podido enfrentar al fascismo disminuyendo el nivel de su lucha. (...) No hay treguas ni transacciones posibles con la oligarquía, el imperialismo y los métodos fascistas con que opera: o se los vence o nos derrotan".
De eso se trataba.